«Como católicos, no podemos permanecer indiferentes e indolentes…»
En los últimos días hemos sido testigos de un hecho cobarde, muy lamentable: la publicación de un fotografía montada artificialmente, del Santo Padre junto a un líder religioso del Islam.
Se ha dicho que se trata de una campaña publicitaria por la paz, pero no es más que una campaña despiadada, velada, pero muy profunda, contra la bondad, la verdad y la santidad de Dios, que, como creyentes, sabemos que está representada, y muy bien, por la persona del Papa.
Como católicos, no podemos permanecer indiferentes e indolentes ante un ataque de esta magnitud a la persona de quien confesamos es el Vicario de Cristo en la tierra, el «Dulce Cristo en la tierra», como le llama Santa Catalina de Siena. El hecho de que este ataque sea en el marco de una campaña publicitaria no disminuye, sino que más bien aumenta su gravedad. Los medios de comunicación, desde siempre: las cartas, la predicación, la oratoria; y más recientemente, la televisión, los periódicos, el internet, tienen como principio fundamental el que deben estar al servicio de la verdad, están para comunicar la verdad, para hacerla cercana a los hombres. Y calumniar e injuriar con las palabras o con las imágenes nunca ha sido parte del servicio a la verdad, ni tampoco a la paz: no puede haber paz donde hay mentira, donde hay pecado.
Además, no debemos olvidar, que nuestro Señor Jesucristo nos ha dicho claramente en el Evengelio:«lo que hiciéreis con uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis» (Mt 25, 40). Éstas palabras las dice el Señor teniendo a sus apóstoles enfrente El Romano Pontífice, nuestro amado Papa, es uno de esos pequeños. Él es el Siervo de los siervos de Dios. Cualquier ataque, por pequeño, velado y silencioso que sea, va dirigido al mismo Cristo. Y su veneno busca llegar al corazón de los creyentes, busca desfigurar la santidad y valor redentor del Buen Pastor, para dipersar a las ovejas y así, el lobo pueda devorarlas fácilmente. No seamos ingénuos, no seamos indolentes. Defendamos al Señor, defendamos a nuestro Papa, a nuestro Santo Padre.
Para esta defensa, para esta apologética, no tenemos los medios humanos que otros tienen. Pero tenemos al mismo Cristo, en la vida de la gracia, en los sacramentos, en la oración, en el testimonio personal de una vida sencilla y santa. Podemos y debemos defender nuestra fe y el Reino de Cristo siendo amigos íntimos, confidentes, del Corazón de Jesús, siendo dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, rechazando la suciedad y la vulgaridad, oponiendo a ello, la inocencia de un alma en gracia, como nos lo enseña la Santísima Virgen; combatiendo el odio, la perversión y la ambición de poder y de triunfos humanos con la humildad de vida, la sencillez de corazón, y la búsqueda desinteresada del triunfo, no nuestro, sino del Señor, del único Señor y Soberano, Jesucristo, «Rey de reyes y Señor de señores» (Ap 19, 16).

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