La metodología del Inmaculado Corazón  Fátima y los Pastorcitos de Fátima


El pecado es así: “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28).

– Actitud reparadora 

El llamamiento del mensaje a la reparación es una invitación a los hombres a que no se resignen a la banalización del mal. En la vida de todo el mundo y de todos los días, hay cosas, relaciones, proyectos, certezas, convicciones… que estropean y que necesitan ser reparadas. El amor, a veces, también se estropea y también necesita ser reparado…


¿Reparar que?

Sin negar este horizonte del sentido de la reparación, también aludida por el Papa Francisco (Mensaje a la Compañía de Jesus, Dublín, Irlanda, 2018), en el ámbito del mensaje que debe dar la Iglesia ante los pecados y delitos cometidos por el clero y laicos, dentro del horizonte eclesial, o los males que afectan a la sociedad humana y producen estragos entre los seres humanos, especialmente en los más frágiles, es necesario fundamentar y orientar el concepto y el gesto reparador, en su plenitud, auténtico fin y fruto verdaderamente eficaz.

Reparación es un concepto teológico estrechamente relacionado con el de expiación y satisfacción, y pertenece así a uno de los más profundos misterios de la fe cristiana. Es enseñanza de esa fe, que el hombre es una criatura que ha caído de su estado original de justicia en el que fue creado, y que a través de la Encarnación, Pasión y Muerte del Hijo de Dios, ha sido redimido y restaurado de nuevo, en cierto grado, a la condición original. Aunque Dios podía haber condonado gratuitamente las ofensas de los hombres si hubiera escogido hacerlo así, aún en su Divina Providencia Él no lo hizo; juzgó mejor demandar satisfacción por las injurias del hombre hacia Él. Es mejor para la educación humana que sus malas acciones conlleven la necesidad de hacer satisfacción. Esta satisfacción fue adecuadamente lograda para Dios, por el sufrimiento, Pasión y Muerte de Jesucristo, quien se hizo hombre por nosotros. Con su sumisión voluntaria a su Pasión y Muerte en la Cruz, Jesucristo expió nuestra desobediencia y pecado; así hizo reparación a la ofendida majestad de Dios por las ofensas que el Creador sufre constantemente de manos de sus criaturas.


La Iglesia

 Hemos sido restaurados a la gracia por los méritos de la Muerte de Cristo, y esa gracia permite que sumemos nuestras oraciones, trabajos y pruebas a los de Nuestro Señor: «y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia» (Col. 1,24). De esta forma, insertados en Cristo, por el bautismo, con la potencia sobrenatural que Él asperja en nuestras almas, por medio de los sacramentos,  podemos hacer una especie de reparación a la justicia de Dios por nuestras propias ofensas contra Él; y en virtud de la Comunión de los Santos, la unidad y solidaridad del cuerpo místico de Cristo, también podemos hacer satisfacción y reparación por los pecados de los otros. Ese es el sentido de la exclamación (“per Ipsum…”)  “por Cristo, con Él y en Él…”

La Misa, es decir el Misterio Eucarístico,  que es la presencia sacramental del sacrificio del Monte Calvario y el triunfo de la Pascua, se constituye en la ofrenda e inmolación de Jesucristo, Sacerdote, Víctima y Altar, capaz de satisfacer de modo eficaz, las ofensas cometidas contra Dios y los seres humanos, a la que nos unimos en virtud del Bautismo que heos recibido, la penitencia que nos ha rescatado y la Comunión Eucarística, que nos impulsa al gesto de Cristo y no por nuestros  méritos de querer padecer con y por Cristo, de consolar las ofensas cometidas y reparar con la santificación personal el daño de cada pecado que atenta contra el Señor y su Cuerpo Místico que es la Iglesia, abrazando con la  misericordia del Señor, a todos los seres humanos  heridos y dañados por los miembros de la comunidad eclesial.

En este horizonte reparador, se hace fundamental un renovado acercamiento, en la humildad y en un sincero examen personal, al sacramento de la penitencia, que es  un proceso personal y eclesial de conversión, de arrepentimiento y de reparación por parte del cristiano pecador.  

El pecado es faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. (CEC 1849)

El pecado es así: “amor de sí hasta el desprecio de Dios” (San Agustín, De civitate Dei, 14, 28). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado es diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación (cf Flp 2, 6-9). (CEC 1850)

El pecado crea una facilidad para el pecado, engendra el vicio por la repetición de actos. De ahí resultan inclinaciones desviadas que oscurecen la conciencia y corrompen la valoración concreta del bien y del mal. Así el pecado tiende a reproducirse y a reforzarse, pero no puede destruir el sentido moral hasta su raíz. (CEC 1865)

“…el pecado convierte a los hombres en cómplices unos de otros, hace reinar entre ellos la concupiscencia, la violencia y la injusticia. Los pecados provocan situaciones sociales e instituciones contrarias a la bondad divina. Las “estructuras de pecado” son expresión y efecto de los pecados personales. Inducen a sus víctimas a cometer a su vez el mal. En un sentido analógico constituyen un “pecado social”  (CEC 1869)

Los pecados de los católicos, aun los más ocultos, causan una verdadera herida en el Cuerpo Místico que es la Iglesia, que «como todo cuerpo, como todo cuerpo humano, también está expuesta a los males, al mal funcionamiento, a la enfermedad.(Francisco, Curia, Diciembre 2014)   . Jesucristo viene a ser como un leproso en su Cuerpo Místico. De nosotros depende ayudarle o continuar flagelándolo.

«El antídoto contra esta epidemia es la gracia de sentirse pecadores y decir de todo corazón: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17,10.» (Francisco, Curia, Diciembre 2014)

Todo lo que hacemos bueno o malo repercute en los demás miembros de ese Cuerpo.  Si duele una muela, todo el cuerpo se siente mal ¿no es así?  Si hay un dolor o algo insano en alguna parte del cuerpo humano, todo lo demás queda afectado.  Lo mismo como miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro recibe honores, todos se alegran con él. (1 Cor 12, 26)


La Familia

La familia, que es la Iglesia domestica, imagen y presencia misteriosa de la Trinidad celestial, escuela de la vida interior, donde se gesta y educa la relación del alma con Dios uno y Trino que se hace divino huésped en cada bautizado, de cuyo resplandor se ilumina la relación de caridad y respeto entre los seres humanos,  en estos tiempos modernos, ha sufrido como ninguna otra institución, la acometida de ataques e intentos de transformaciones ideológicas, de las precariedades de la sociedad y de la cultura. Algunas han permanecido fieles a los valores que fundamentan la familia; otras se han dejado ganar por la incertidumbre y el desánimo; otras caminan en la duda y en la ignorancia de su naturaleza y misión. La misión de la Iglesia, Madre y Maestra, no sólo de los individuos sino de las familias cristianas, a unos debe sostener, a otros iluminar y a los demás ayudar en su camino a tientas por este mundo, para conducirlos a la Luz de la Vida Eterna.

La poligamia, la prostitución, el aborto, la infidelidad, el abuso de poder, la violencia y maltrato, el hedonismo, el consumismo, la indiferencia, la homosexualidad, la anticoncepción, el divorcio, el abandono de la paternidad y la maternidad, la ideología de género, la opresión y persecución de la familia natural y la ideología de genero, son el horizonte donde se erosiona y carcome la estabilidad de la familia, que además se ve privada por el impulso secularizado del sustento de la gracia de Dios, de cuya primacía depende su esplendor.

La familia no solo es base de la sociedad, sino también la cuna de las futuras generaciones y también de las posibles vocaciones de donde nacen o han brotado los candidatos a la vida religiosa y sacerdotal, que en muchos casos llevan en sus espaldas la heridas  y golpes que dejan marca profundas, de pecado, de falta de virtudes adquiridas, de tendencias, inclinaciones, o carencias condicionantes que terminan después en situaciones lamentables y determinantes.


La Metodología del Mensaje

Dijo el Papa Emérito Benedicto XVI, en Lisboa el año 2010, que «lo importante es que el mensaje, la respuesta de Fátima, no tiene que ver sustancialmente con devociones particulares, sino con la respuesta fundamental, es decir, la conversión permanente, la penitencia, la oración, y las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. De este modo, vemos aquí la respuesta verdadera y fundamental que la Iglesia debe dar, que nosotros —cada persona — debemos dar en esta situación. La novedad que podemos descubrir hoy en este mensaje reside en el hecho de que los ataques al Papa y a la Iglesia no sólo vienen de fuera, sino que los sufrimientos de la Iglesia proceden precisamente de dentro de la Iglesia, del pecado que hay en la Iglesia. También esto se ha sabido siempre, pero hoy lo vemos de modo realmente tremendo: que la mayor persecución de la Iglesia no procede de los enemigos externos, sino que nace del pecado en la Iglesia y que la Iglesia, por tanto, tiene una profunda necesidad de volver a aprender la penitencia, de aceptar la purificación, de aprender, por una parte, el perdón, pero también la necesidad de la justicia.

De ahí que el Mensaje de Fátima no se limite al Secreto ni al Milagro del Sol, que si constituyen la cumbre de la pedagogía de la Fe, según la Revelación Divina comunicada a la humanidad, y contenida en el depósito de la Fe, es decir, la acción del Pecado y los instrumentos del Maligno, en su ambición de ver fracasar el plan de Misericordia de Dios; sino que también hay una metodología Divina, que nos indica un modo de proceder,  presente tácitamente en el misterio de Fátima, que se inaugura, al igual que la creación de la especie humana, en la modestia del lodo que acoge el soplo Divino; evocada en la pureza y humildad de Santa María que da el Fiat a la Voluntad Divina, en el momento de la Encarnación; presente en la modestia del Verbo Encarnado, que nace en un pesebre desprovisto de toda seguridad y estructura humana, y muere y es sepultado en el olvido y abandono de colinas de muerte y silencio…


La Paternidad de Dios, la Maternidad de María y la inocencia de los pastorcitos…

Esta metodología y misiva Divina, se inaugura en el ciclo Angélico, que coloca como primer paso la Caridad, la Adoración y la Reparación, la que solo es posible en espíritu y verdad, en corazones puros, sencillos y humildes que, reconociendo su «pequeñez», se «inclinan» ante Dios y repiten las oraciones que el Angel les enseña, entrando en una autentica comunión de amor con el designio de Dios. Fruto de la catequesis angelical, reforzada por la modesta preparación que procuro la familia cristiana de los pastorcitos, ejecutada por Sor Lucia, se alcanza la cumbre de la Comunión Eucarística que místicamente recibieron los santos niños de manos del Angel.

 Es esta una modesta metodología pastoral, simple y sublime, donde la prioridad le pertenece al misterio, lo trascendente, lo que es alcanzado más que en estructuras y argumentos, en la sencillez del acto de las virtudes teologales, desenvolviéndose en un mismo lenguaje con la Virgen Santísima de inocencia, piedad filial y adhesión recia al plan del Señor. Este fue el ambiente vital del encuentro del Inmaculado Corazón de María con los pequeños corazones de los pastorcitos, donde la alegría consiste en dar la vida, prescindiendo del “yo” egoísta, de los consuelos mundanos, de todo apego desordenado, y de una inmensa compasión por los sufrimientos de los Sagrados Corazones (San Francisco), compasión por los pecadores (Santa Jacinta) y de compasión por los sufrimientos de la Iglesia y la familia (Sierva de Dios Sor Lucia).

  Y no cabe duda que el desprendimiento del pequeño Francisco, que solo podía ver a la Virgen o el Ángel y se emocionaba hasta las lágrimas con las explicaciones de su prima Lucía, o los anhelos de Jacinta de ofrecer cada  sacrificio, los pequeños y escondidos, hasta los tormentosos de la agonía, o el silencio reparador y la oblación del recogimiento y la clausura de la Hermana Lucía, fueron el más eficaz de los medios de comunicar el Mensaje que desde Fátima entrega la Virgen Santísima para la humanidad. Por algo resuena ahora, 100 años después, con una mayor eficacia de la pudo procurar la prensa contemporánea, y a pesar de los continuos intentos, desde todos los perfiles, de silenciar la fuerza de un lenguaje que permanece velado para los que se tienen por sabios y fuertes.


Apostolado Regnum Dei