Aquellos que lo oían murieron y, sin embargo, no llegó el anunciado fin de los tiempos. ¿Se equivocó Cristo?

Título: El Apocalipsis según Leonardo Castellani

Autor: R. P. Alfredo Sáenz, S. J.

Typo y Antitypo

Entre los discursos de Cristo que consigna el Evangelio se encuentra el denominado «Discurso Esjatológico». Allí el Señor anunció que hacia el fin de los tiempos estallaría una gran tribulación, tras la cual Él reaparecería, lleno de poder y majestad. En el transcurso de dicho sermón, encontramos esta afirmación tan categórica como desconcertante: «En verdad os digo que no pasará esta generación sin que todas estas cosas sucedan. El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mc 13, 30-31). Aquellos que lo oían murieron y, sin embargo, no llegó el anunciado fin de los tiempos. ¿Se equivocó Cristo? Castellani juzga que acá se esconde la clave que explica el sentido de la interpretación profética. Toda profecía se desenvuelve en dos planos y se refiere a la vez a dos sucesos: uno próximo, llamado typo, y otro remoto, llamado antitypo. El profeta describe sucesos lejanísimos, para los cuales hasta las palabras resultan deficientes, pero proyectándolos analógicamente desde sucesos cercanos. «El profeta se interna en la eternidad desde la puerta del tiempo y lee por transparencia trascendente un suceso mayor indescriptible en un suceso menor próximo; es el modo que existe también analógicamente en los grandes poetas».

De este modo Isaías profetizó la redención de la humanidad en la liberación del pueblo judío del cautiverio babilónico, así como San Juan describió la Segunda Venida en la destrucción de la Roma imperial, y el mismo Cristo previo el fin del mundo en la caída de Jerusalén. Cuando, pues, dijo «no pasará esta generación sin que»… se refería a la vez a los apóstoles allí presentes, con referencia al typo, que es el fin de Jerusalén; y también a la descendencia de los apóstoles, con referencia al antitypo, el fin del mundo. Los apóstoles vieron el fin de Jerusalén, la Iglesia verá el fin del mundo. Así lo puso en claro un gran teólogo, el Cardenal Billot, en su libro La Parousie, donde afirma que el profeta ve el futuro lejano e inescrutable a la luz o por transparencia de un suceso cercano, también futuro, pero más inteligible y obvio. O, si se quiere, en el caso del Apocalipsis, percibiendo el vidente los tiempos propiamente parusíacos, profetiza en esquema todos sus prolegómenos y su germinación histórica latente en las tres primeras visiones que resumen cabalmente la historia de la Iglesia en forma simbólica: el Mensaje a las Siete Iglesias, los Siete Sellos y las Siete Tubas.

El mismo San Juan afirma en el Apocalipsis que la Parusía -palabra griega que aplicada a Cristo significa su presencia justiciera en la historia humana- está cerca. Lo hace desde el comienzo, cuando titula el libro «Revelación de Jesucristo para manifestación de lo que ha de suceder pronto» (Ap 1, 1), hasta el final, donde reiteradamente le hace repetir a Cristo: «Mira, vengo pronto» (Ap 22, 7.12.20).

Digamos una vez más que Cristo no se equivocó. Porque, como señala Castellani, este «vengo pronto» puede ser entendido de tres modos. Ante todo trascendentalmente, en cuanto que el período histórico de los últimos días, o sea el tiempo que corre de la Primera a la Segunda Venida será muy breve, cotejado con la duración total del mundo. Según una antigua tradición judeo-cristiana, «este siglo», es decir, el tiempo que va desde Adán al Juicio Final, tendría una duración de siete milenios, a semejanza de los siete días de la creación: dos milenios corresponden a la Ley Natural, dos milenios a la Ley Mosaica, dos milenios a la Ley Cristiana, siendo el último milenio el de «los tiempos finales», el domingo de la historia, la época parusíaca de los nuevos cielos y de la nueva tierra. Así, pues, en un sentido trascendental, Cristo pudo decir con verdad que su Segunda Venida estaba cerca.

En segundo lugar, la promesa «vengo pronto» puede ser entendida místicamente, en el sentido de que todos debemos considerarnos próximos al juicio en razón de la muerte, que puede sobrevenir en cualquier momento, resultando siempre sorpresiva e inesperada para las expectativas e ilusiones humanas. La pedagogía de Cristo en el Evangelio fue siempre alertar sobre el carácter imprevisto que tiene la muerte para cada uno de los hombres: «Necio, esta misma noche morirás. Lo que has juntado, ¿para quién será?» (Lc 12, 20). Y no sólo respecto de los hombres individuales sino también en un sentido más universal: «Como sucedió en los días de Noé -dijo Jesús-, así será también en los días del Hijo del hombre. Comían, bebían, tomaban mujer o marido, hasta el día en que entró Noé en el arca; vino el diluvio y los hizo perecer a todos… Lo mismo sucederá el Día en que el Hijo del hombre se manifieste» (Lc 17, 26-27.30). Lo sensato será, pues, pensar que el fin está siempre cerca, para tener aceite en el candil, como las vírgenes prudentes.

Por fin la expresión «vengo pronto» puede ser interpretada literalmente. Porque ese «pronto» de Cristo, un presente justiciero, se cumplió al poco tiempo en la destrucción de Jerusalén, y luego en el derrumbe del Imperio Romano, los dos typos del fin del siglo, o sea, el término del ciclo. Se cumplió en su primera fase para los contemporáneos del Señor, y se cumplirá quizá en su forma plenaria para nosotros, que pensamos menos en los fines últimos que los primeros cristianos, siendo que estamos más cerca que ellos.

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En nuestro libro El fin de los tiempos y seis autores modernos (Asociación pro-cultura occidental, A.C., Guadalajara 1962, 402 pgs.), expusimos el pensamiento sobre este tema en los escritores Dostoiewski, Soloviev, Benson, Thibon, Pieper y Castellani. En esta breve obra presente reproducimos sólamente el último capítulo, que expone lo que el P. Leonardo Castellani nos dice acerca de las ultimidades de la historia.

Los cuatro primeros pensadores aludidos, Dostoievski, Soloviev, Benson y Thibon, se expresaron prevalentemente mediante el recurso literario, sin dejar de lado, por cierto, las cosas que de los tiempos postreros se leen en el Apocalipsis. En lo que toca a Josef Pieper, investigó el mismo tema desde el punto de vista filosófico-teológico. El P. Castellani, que cita frecuentemente a algunos de los autores nombrados, apelará a los dos expedientes, el del novelista y el del teólogo. Lo que en algunas de sus obras nos lo dice de manera novelada, lo reitera en otras de modo más sistemático.

Para muchos, señala nuestro autor, el Apocalipsis es un libro enigmático, prácticamente hermético, y por consiguiente resulta inútil leerlo. Pero cuesta pensar que Dios haya legado a su Iglesia una revelación tan impresionante -«Apocalipsis» significa descubrimiento, develación-, sabiendo que resultaría inaccesible al entendimiento de la mayoría. Un enigma insoluble es lo contrario de una revelación. Castellani se abocará a su interpretación, con la ayuda de la gran tradición patrística de la Iglesia, y de autores más recientes como Newman, Billot, Benson y Pieper. Los Padres vieron mucho, sin duda, pero en cierto modo nosotros podemos ver más, encaramados sobre sus hombros y con la experiencia de los hechos que ya han sucedido o que se van volviendo predecibles.

Por otra parte, el mundo actual se muestra ansioso de atisbar el futuro que la historia le depara. Nada de extraño, ya que semejante inquietud se suele acrecentar en las épocas tempestuosas y preñadas de amenazas. ¿A dónde se dirige el acontecer histórico?, se preguntan todos. De ahí el pulular de falsas profecías, de apariciones insólitas, de pronósticos peregrinos. Por eso hoy se vuelve más apremiante que nunca poner sobre el tapete el gran tema de la esjatología. A decir verdad, algunas de las interpretaciones que nos ofrecerá el genial Castellani son muy personales y no estamos obligados a hacerlas nuestras. Con todo, sus intuiciones resultan frecuentemente brillantes y, según decíamos, se respaldan en el aval de grandes pensadores.

P. Alfredo Sáenz, S. J.

 

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