En la petición a Dios de tener “un corazón dócil” y no vida larga, riqueza o la eliminación de los enemigos, “se ve la grandeza de ánimo de Salomón”. (Sb 9,1-6.9-11)

Salomón pidió a Dios que le concediera “un Corazón dócil». Sabemos que el corazón, en la Biblia no indica solo una parte del cuerpo sino el centro de la persona, la sede de sus intenciones y sus juicios. Podríamos decir: la conciencia, “Corazón dócil» significa entonces una conciencia que sabe escuchar. Que es sensible a la voz de la verdad y por esto es capaz de discernir el bien y el mal.” Cada uno de nosotros tiene una conciencia, para ejercitar la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia. “Una mentalidad equivocada nos sugiere pedir a Dios cosas o favores; en realidad, la verdadera cualidad de nuestra vida y de la vida social depende de la recta conciencia de cada uno, de la capacidad de cada quien y de todos de reconocer el bien, separándolo del mal, y de tratar pacientemente de actuarlo.

Supeditar todo al tesoro que Dios ha puesto en nosotros

Por S.S. Benedicto XVI (2011)
La parábola del tesoro escondido que escuchamos en el Evangelio de hoy, nos recuerda la importancia decisiva y suprema del Señor en nuestra vida, invitándonos a supeditar todo lo demás a este inefable tesoro que Dios ha puesto en nosotros. Que también en esta época veraniega nos cuidemos de fortalecer nuestra fe, sin disipar la atención en aspectos caducos. Que la Virgen María nos ayude a seguir incondicionalmente a su divino Hijo. Felíz domingo.”

¡Queridos hermanos y hermanas!

…En la Liturgia, la lectura del Antiguo Testamento nos presenta la figura del rey Salomón, hijo y sucesor de David. Nos lo presenta al comienzo de su reino, cuando era todavía muy joven. Salomón heredó una tarea muy ardua, y la responsabilidad que pesaba sobre sus hombros era grande para un joven soberano. En primer lugar, él ofreció a Dios un solemne sacrificio, “mil holocaustos”, dice la Biblia. Entonces el Señor se le apareció en una visión nocturna y prometió concederle aquello que habría pedido en la oración. Y aquí se ve la grandeza de animo de Salomón: él no pide una larga vida, ni riquezas, ni la eliminación de los enemigos; en cambio le dice al Señor: “Concede, a tu siervo, un corazón docil para juzgar a tu pueblo, para discernir entre el bien y el mal” (I Rey 3,9). Y el Señor lo escuchó, así Salomón se hizo famoso en todo el mundo por su sabiduría y la rectitud de sus juicios.

Por lo tanto, él pidió a Dios que le concediera una “corazón dócil”. 

¿Qué significa esta expresión? Sabemos que el “corazón” en la Biblia no indica sólo una parte del cuerpo, sino el centro de la persona, la sede de sus intenciones y de sus juicios. Podríamos decir: la conciencia. Entonces, “corazón dócil” significa una conciencia que sabe escuchar, que es sensible a la voz de la verdad, y por ello, capaz de discernir entre el bien y el mal”. En el caso de Salomón, la petición es motivada por la responsabilidad de guiar a una nación, Israel, el pueblo que Dios ha elegido para manifestar al mundo su designio de salvación. El rey de Israel, por lo tanto, debe tratar de estar siempre en sintonía con Dios, a la escucha de su Palabra, para guiar al pueblo por los caminos del Señor, el camino de la justicia y de la paz. Pero el ejemplo de Salomón es válido para cada hombre. 

Cada uno de nosotros tiene una conciencia para ser, en cierto sentido, “rey”, es decir, para ejercer la gran dignidad humana de actuar según la recta conciencia, obrando el bien y evitando el mal. La conciencia moral presupone la capacidad de escuchar la voz de la verdad, de ser dóciles a sus indicaciones. Las personas llamadas a tareas de gobierno naturalmente tienen una responsabilidad ulterior, y por lo tanto –como enseña Salomón- necesitan aún más de la ayuda de Dios. Pero a cada quien le toca hacer su propia parte, en la situación concreta en la que se encuentre. Una mentalidad equivocada nos sugiere pedir a Dios cosas o favores.

En realidad, la verdadera cualidad de nuestra vida y de la vida social depende de la recta conciencia de cada uno, de la capacidad de cada quien y de todos de reconocer el bien, separándolo del mal, y de tratar pacientemente de actuarlo. Para ello, pidamos la ayuda de la Virgen María, Sede de la Sabiduría. Su corazón es perfectamente “dócil” a la voluntad del Señor. A pesar de ser una persona humilde y simple, María es una reina a los ojos de Dios, y como tal nosotros la veneramos. Que la Virgen Santa nos ayude también, con la gracia de Dios, a formarnos una conciencia siempre abierta a la verdad y sensible a la justicia, para servir al Reino de Dios.


CÁNTICO DE LA SABIDURÍA (Sb 9,1-6.9-11)
Dame, Señor, la sabiduría

.

 

1Dios de los padres y Señor de misericordia,

que con tu palabra hiciste todas las cosas,

2y en tu sabiduría formaste al hombre,

para que dominase sobre tus criaturas,

3y para regir el mundo con santidad y justicia,

y para administrar justicia con rectitud de corazón.

4Dame la sabiduría asistente de tu trono

y no me excluyas del número de tus siervos,

5porque siervo tuyo soy, hijo de tu sierva,

hombre débil y de pocos años,

demasiado pequeño para conocer el juicio y las leyes.

6Pues, aunque uno sea perfecto 

entre los hijos de los hombres,

sin la sabiduría, que procede de ti,

será estimado en nada.

[7Tú me has escogido como rey de tu pueblo

y gobernante de tus hijos e hijas,

8me encargaste construirte un templo en tu monte santo

y un altar en la ciudad de tu morada,

copia del santuario que fundaste al principio.]

9Contigo está la sabiduría, conocedora de tus obras,

que te asistió cuando hacías el mundo,

y que sabe lo que es grato a tus ojos

y lo que es recto según tus preceptos.

10Mándala desde tus santos cielos,

y de tu trono de gloria envíala,

para que me asista en mis trabajos

y venga yo a saber lo que te es grato.

11Porque ella conoce y entiende todas las cosas,

y me guiará prudentemente en mis obras,

y me guardará en su esplendor.

[12Así aceptarás mis obras,

juzgaré a tu pueblo con justicia

y seré digno del trono de mi padre.]

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