Cuando a la Primera Guerra Mundial se le llamaba “la guerra que terminará con todas las guerras”, el Papa Benedicto XV fue una solitaria voz de paz.

 


“Estamos firmemente decididos a no dejar nada por hacer para apresurar el final de esta calamidad”
“humanizar la severidad de la justicia con la bondad de la misericordia y la compasión”

PAPA BENEDICTO XV: PROFETA DE LA PAZ
A PESAR DE LA OPOSICIÓN, UN PAPA VISIONARIO HIZO REPETIDOS LLAMADOS PARA LA RECONCILIACIÓN DURANTE LA GRAN GUERRA
Por Agnes de Dreuzy

En la época en que a la Primera Guerra Mundial se le llamaba “la guerra que terminará con todas las guerras”, el Papa Benedicto XV fue una solitaria voz de paz.

Elegido el 3 de septiembre de 1914, solo tres meses después de convertirse en cardenal y un mes después de que estallara la guerra, Benedicto XV fue el primer pontífice en sobrellevar una guerra total que trajo una amenaza sin precedentes para la población civil.

Como líder espiritual de casi 124 millones de católicos del lado de los Aliados y 64 millones del lado de las Potencias Centrales, Benedicto eligió permanecer imparcial durante el conflicto, rechazando la dicotomía entre la guerra justa e injusta. Fue difamado por su postura y acusado de ocultar sus verdaderas inclinaciones. Mientras los Aliados temían a las tendencias progermánicas, las Potencias Centrales lo apodaron Französische Papst (Papa francés).

Aunque no tomó partido, el pontífice fue realmente un participante activo — como actor transnacional instando enérgicamente a la paz al tiempo que enviaba ayuda material a las víctimas de la guerra.

La diplomacia europea de Benedicto XV terminó en fracaso, pero cuando las armas se acallaron, su autoridad moral se elevó y la Iglesia se fortaleció. El siglo pasado ha mostrado que su perspectiva acerca de la justicia y la misericordia son proféticas, y sus sucesores han continuado su misión de unidad y diálogo.

EL SUICIDIO DE EUROPA

Unos días después de su elección en 1914, el Papa Benedicto XV dirigió una exhortación al mundo católico llamando a poner fin a la guerra.

“Creemos que es un deber impuesto por el Buen Pastor … aceptar con afecto paternal a todos los corderos y ovejas de su rebaño”, escribió. “Estamos firmemente decididos a no dejar nada por hacer para apresurar el final de esta calamidad”.

Su primera encíclica, Ad Beatissimi Apostolorum, promulgada el 1° de noviembre de 1914, fue rápidamente desestimada como un documento ineficiente que promovía el amor y la caridad por encima de la justicia y la autoridad. La promoción adicional de un día de oración el 10 de enero de 1915, también fue ignorada.

Después que Italia entrara a la guerra del lado de los Aliados en mayo de 1915, la Santa Sede reorientó su política exterior. El 28 de julio una exhortación apostólica intitulada “Exhortación a los jefes de los pueblos beligerantes”, señalaba un momento decisivo. Renunciando a su previo enfoque pacifista, el pontífice lanzó una nueva frase de diplomacia activa — una ofensiva de paz. Hacía un llamado a “poner fin definitivamente a esta terrible masacre, que durante un año ha deshonrado a Europa”.

La “Nota de Paz” de Benedicto de agosto de 1917 a los líderes de las naciones beligerantes fue incluso más mordaz, llamando a la guerra “el suicido de la Europa civilizada”. Aun así, el documento fue recibido con desprecio por parte de gobiernos, laicos e incluso clérigos de todo el mundo.

Además, la elección de imparcialidad del Papa dejó a la Santa Sede en una posición incómoda para solicitar apoyo para sus esfuerzos de auxilio.

El Vaticano gastó más de 80 millones oro de lira, incluyendo la mayoría de la riqueza personal del Papa, para financiar la asistencia humanitaria. Un ensayista francés llamó a la Santa Sede una “Segunda Cruz Roja”, por haber seguido y garantizado el intercambio de miles de prisioneros de guerra, ayudando a cientos de miles de hombres heridos y enfermos, así como haber rescatado a poblaciones civiles de la miseria y la hambruna.

Sin embargo, el llamado del pontífice a mitigar el sufrimiento de los prisioneros y su solicitud al sultán otomano de terminar con la masacre de los armenios en 1915, cayeron en oídos sordos.

UNIDAD Y DIPLOMACIA

Después del fracaso de los esfuerzos diplomáticos papales y de la Nota de Paz en 1917, la diplomacia del Vaticano alcanzó su punto más bajo.

Como se estipuló en el Tratado de Londres de 1915, a solicitud de Italia, se prohibía a la Santa Sede participar en los acuerdos de la posguerra. El pontífice no fue invitado a la Conferencia de Paz de Paris, que se celebró el 18 de enero de 1919, con el fin de establecer los términos de paz para las potencias derrotadas, así como las reglas del nuevo orden internacional.

Sin embargo, Benedicto XV exhortó a los Aliados, que elaboraban el Tratado de Versalles, a evitar imposiciones de exigencias excesivas por reparaciones en Alemania, advirtiendo que esto crearía resentimiento a largo plazo y socavaría las reglas de la ley internacional. El Papa luchó por un acuerdo para la posguerra que garantizara una paz justa para el futuro.

En Pacem, Dei Munus Pulcherrimum, su encíclica de 1920 sobre la paz, Benedicto XV insistió en que “no hay paz estable, no hay tratados firmes … si al mismo tiempo no cesan el odio y la enemistad mediante una reconciliación basada en la mutua caridad”.

Contra el vengativo modelo de justicia y poco acertada cultura del nacionalismo, el pontífice propuso una justicia de restauración, un perdón constructivo a largo plazo que llevara a la reconciliación. Lo que se necesitaba con desesperación, afirmó, era “humanizar la severidad de la justicia con la bondad de la misericordia y la compasión”.

Benedicto también consideraba que la paz se lograría mediante la unificación de Europa como un proyecto de reconciliación. Hizo un llamado a una “asociación de naciones”, una liga inspirada por los principios cristianos de moral, integridad y perdón.

Cuando a Alemania se le negó ingresar en la Liga de las Naciones, el nuevo centro de la diplomacia multilateral, el Papa lamentó que la primera verdadera organización internacional no lograra erradicar la rivalidad entre las naciones. Asimismo, a la Santa Sede se le negó un lugar en la mesa.

‘UN PROYECTO DE JUSTICIA’

El mensaje esencial de Benedicto XV permaneció sin cambios. Exhortó a la Liga de las Naciones a pensar en el perdón y en la reconciliación como principios fundamentales con el fin de evitar el resentimiento y violencia futura.

El Papa Benedicto XV fue un visionario que comprendía que el tratado de Versalles de junio de 1919, no era un tratado de paz para terminar con todas las guerras, sino “una paz para terminar con toda paz”.

Dos décadas después, como lo previó el pontífice, la Segunda Guerra Mundial sería el resultado directo de la Gran Guerra.

Sus acciones allanaron el camino para la encíclica Pacem in Terris de Juan XXIII (1963) y la Constitución Pastoral del Concilio Vaticano Segundo Gaudium et Spes, que declaró, “La paz no es la mera ausencia de la guerra. … sino que con toda exactitud y propiedad se llama obra de justicia” (78).

Estas enseñanzas fueron reiteradas por Pablo VI y Juan Pablo II, y en 2005, el Papa Benedicto XVI dijo que eligió su nombre “para crear un lazo espiritual con Benedicto XV”, a quien llamó “un valiente y auténtico profeta de la paz”.

Y agregó: “Tras sus huellas, pondré mi ministerio al servicio de la reconciliación y la armonía entre personas y pueblos”.

También el Papa Francisco ha aceptado el desafío. Al hablar ante el cuerpo diplomático del Vaticano en 2014, dijo, “En cualquier lugar, el camino para resolver los problemas abiertos ha de ser la diplomacia del diálogo. Se trata de la vía maestra ya indicada con lucidez por el Papa Benedicto XV cuando invitaba a los responsables de las naciones europeas a hacer prevalecer ‘la fuerza moral del derecho’ sobre la ‘material de las armas’”.


 

AGNES DE DREUZY posee un Doctorado en Historia de la Iglesia por la Universidad Católica de América en Washington, D.C. y también se graduó en el Instituto de Estudios Políticos de Paris, donde se especializó en política exterior.