Por una parte, está preocupado por la suerte de su pueblo; pero, por otra, también está preocupado por el honor que se debe al Señor, por la verdad de su nombre.


«La súplica de Moisés -ha explicado el Papa -está toda ella centrada en la lealtad y la gracia del Señor»

«Como hombre de oración Moisés, el gran profeta y líder en la época del Éxodo llevó a cabo su mediación entre Dios e Israel convirtiéndose en portavoz ante el pueblo, de las palabras y de los mandamientos de Dios, y conduciendo a su gente hacia la libertad de la Tierra Prometida, enseñando a los israelitas a vivir en la obediencia y la confianza en Dios, durante su larga travesía del desierto, pero sobre todo orando”.

“Moisés reza por el faraón cuando Dios, con las plagas trataba de convertir los corazones de los egipcios; pide al Señor la curación de su hermana María enferma de lepra; intercede por el pueblo que se habían rebelado, asustado por el informe de los exploradores; ora cuando el fuego estaba a punto de devorar el campamento y cuando las serpientes venenosas hacían matanza; se dirige al Señor y reacciona protestando cuando el peso de su misión se había vuelto demasiado pesado; ve a Dios y habla con él «cara a cara, como se habla con un amigo».

«La súplica de Moisés -ha explicado el Papa -está toda ella centrada en la lealtad y la gracia del Señor. «Moisés ha hecho experiencia concreta de la salvación de Dios ha sido enviado como mediador de la liberación divina, y ahora con su oración, se hace intérprete de una doble inquietud: por una parte, está preocupado por la suerte de su pueblo; pero, por otra, también está preocupado por el honor que se debe al Señor, por la verdad de su nombre.

Moisés, el intercesor, -ha explicado el Santo Padre- quiere que el pueblo de Israel pueda salvarse, porque es el rebaño que le ha sido confiado a él, pero también quiere que en aquella salvación se manifieste la verdadera realidad de Dios. Amor por los hermanos, y amor a Dios se compenetran en la oración de intercesión, son inseparables. Moisés, el intercesor, es el hombre que se desvive entre dos amores, que se superponen en la oración en un solo deseo de hacer el bien».

«Según la Escritura, él hablaba con Dios como quien habla a un amigo. En uno de los encuentros que la Biblia describe, Moisés sube al monte Sinaí a recibir las tablas de la ley; ayuna cuarenta días, para significar que la vida viene de Dios y que él la espera en el don de la Ley, signo de su alianza. En un determinado momento, el Señor le dice que baje del monte, pues el pueblo se ha construido un ídolo, cayendo así en una tentación constante para el hombre, construirse un dios comprensible y manejable. Ante esta infidelidad, Dios dice a Moisés que le deje destruir a ese pueblo terco y hacer de él un gran pueblo. Pero Moisés ha comprendido en el diálogo con Dios su misericordia y sabe ver con su corazón, por eso entiende que lo que Dios le pide en realidad es su intercesión. Hace caso omiso de la ‘tentadora’ propuesta y eleva una súplica a favor del pueblo rebelde, en ella no resalta ningún mérito del hombre ni tampoco intenta excusar su conducta, sino que basa todo el argumento en la honra de Dios: Dios no puede fracasar en su intento de salvar al hombre, debe permanecer fiel a su promesa. Así, Moisés asume la suerte de su pueblo y se hace portavoz de la gratuidad del don de Dios, que se hace patente con la restitución de unas nuevas tablas.» 

Benedicto XVI

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