Publicamos las palabras que dirigió Benedicto XVI el domingo al rezar la oración mariana del Ángelus junto a los peregrinos que llenaban el patio del Palacio Apostólico de Castel Gandolfo.
Queridos hermanos y hermanas:
Las parábolas evangélicas son breves narraciones que Jesús utiliza para anunciar los misterio del Reino de los Cielos. Al utilizar imágenes y situaciones de la vida cotidiana, el Señor “quiere indicarnos el auténtico fundamento de todo. Nos muestra… al Dios que actúa, que entra en nuestras vidas y nos quiere tomar de la mano» (Jesús de Nazaret I, Benedicto XVI-Joseph Ratzinger, La esfera de los libros, 2007). Con estas reflexiones, el divino Maestro invita a reconocer ante todo la primacía de Dios Padre: donde no está, no puede haber nada bueno. Es una prioridad decisiva para todo. Reino de los cielos significa, precisamente, señorío de Dios, y esto quiere decir que su voluntad debe ser asumida como el criterio-guía de nuestra existencia.
El tema contenido en el Evangelio de este domingo es precisamente el Reino de los cielos. El “cielo” no debe ser entendido sólo en el sentido de esa altura que está encima de nosotros, pues ese espacio infinito posee también la forma de la interioridad del hombre. Jesús compara el Reino de los cielos con un campo de trigo para darnos a entender que dentro de nosotros se ha sembrado algo pequeño y escondido, que sin embargo tiene una fuerza vital que no puede suprimirse. A pesar de los obstáculos, la semilla se desarrollará y el fruto madurará. Este fruto será bueno sólo si se cultiva el terreno de la vida según la voluntad divina. Por eso, en la parábola de la cizaña (Mateo 13,24-30), Jesús advierte que, después de la siembra del dueño, “mientras todos dormían”, aparece “su enemigo”, que siembra la cizaña. Esto significa que tenemos que estar preparados para custodiar la gracia recibida desde el día del bautismo, alimentando la fe en el Señor, que impide que el mal eche raíces. San Agustín, comentando esta parábola, observa que “primero muchos son cizaña y luego se convierten en grano bueno”. Y agrega: “si éstos, cuando son malos, no fueran tolerados con paciencia, no lograrían el laudable cambio» (Quaest. septend. in Ev. sec. Matth., 12, 4: PL 35, 1371).

Queridos amigos, el libro de la sabiduría, del que  hoy está tomada la primera lectura, subraya esta dimensión del Ser divino: “porque, fuera de Ti, no hay otro Dios que cuide de todos… porque tu fuerza es el principio de tu justicia y tu dominio sobre todas las cosas te hace indulgente con todos” (Sabiduría 12, 13.16). Y el salmo 85 lo confirma:  “Tú Señor eres bueno e indulgente, rico en misericordia con aquellos que te invocan” (versículo 5.). Por tanto, si somos hijos de un Padre tan grande y bueno, ¡tratemos de parecernos a Él! Éste era el objetivo que Jesús se planteaba con su predicación. Decía a quien lo escuchaba: “Sed perfectos como es perfecto el Padre que está en los cielos” (Mateo, 5,48).

Encomendémonos con confianza a María, a quien ayer invocamos con la advocación de la Virgen Santísima del Monte Carmelo, para que nos ayude a seguir fielmente a Jesús, y de este modo vivir como verdaderos hijos de Dios. [Tras rezar el Ángelus el Papa dirigió su saludo a los peregrinos en varios idiomas. En italiano, afirmó:] Con profunda preocupación sigo las noticias procedentes de la región del Cuerno de África, y en particular de Somalia, golpeada por una gravísima sequía y, posteriormente, en algunas zonas, también por fuertes lluvias, que están causando una catástrofe humanitaria. Innumerables personas están huyendo de esa tremenda carestía en búsqueda de comida y de ayuda.
Deseo que aumente la movilización internacional para enviar inmediatamente auxilio a nuestros hermanos y hermanas, que ya han sufrido tanto, entre quienes se encuentran tantos niños. Que no les falte a estas poblaciones que sufren nuestra solidaridad y el apoyo concreto de todas las personas de buena voluntad.

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