Lo que deben buscar los jóvenes en la Iglesia


«Sin la oración, que es la respiración del alma, la vida se convierte en un mero activismo que sofoca y no satisface; impidiendo además «ver la realidad con ojos nuevos».

Basado en una catequesis de Benedicto XVI:

 

«La necesidad de rezar siempre, sin cansarse de hacerlo». Y lanzó una clara crítica al activismo que, como eco de la vieja discusión entre Marta y María, prescinde de la relación con Dios para confiar sólo en los medios humanos: «A veces nos cansamos de rezar, y tenemos la impresión de que la oración no es útil para la vida, de que es poco eficaz. Y entonces sentimos la tentación de dedicarnos a la actividad, de emplear todos los medios humanos para alcanzar nuestros objetivos y no recurrimos a Dios. Jesús, sin embargo, enseña que hay que rezar siempre».

Pero no de cualquier manera: «La oración debe ser expresión de fe. Si no, no es verdadera oración. Si uno no cree en la bondad de Dios no puede rezar de forma realmente adecuada. Por consiguiente, la fe es esencial como base de la actitud orante»

Pido a Dios también que los nuevos santos sirvan de modelo al pueblo cristiano, particularmente a los jóvenes, para que sean cada vez más los que acojan la llamada del Señor y entreguen por completo su vida a proclamar la grandeza de su amor».

«Sin la oración, que es la respiración del alma, la vida se convierte en un mero activismo que sofoca y no satisface; impidiendo además «ver la realidad con ojos nuevos».

Cuando la oración se alimenta con la Palabra de Dios, prosiguió, «se ve la realidad con ojos nuevos, con los ojos de la fe, y el Señor, que habla a la mente y al corazón, da nueva luz al camino en cualquier situación. Nosotros creemos en la fuerza de la Palabra de Dios y de la oración».

«Si los pulmones de la oración y de la Palabra de Dios no alimentan la respiración de nuestra vida espiritual, nos arriesgamos a ahogarnos en medio de las mil cosas de todos los días. La oración es la respiración del alma y de la vida», alertó el Santo Padre.

Cuando alguien reza, «incluso cuando nos encontramos en el silencio de una Iglesia o de nuestra habitación, estamos unidos en el Señor a numerosos hermanos y hermanas en la fe, como un conjunto de instrumentos que, manteniendo su individualidad, elevan a Dios una única gran sinfonía de intercesión, de acción de gracias y de alabanza», dijo el Papa.

Benedicto XVI dijo que «la Iglesia, desde el inicio de su camino, se ha encontrado con situaciones imprevistas que ha tenido que afrontar, nuevas cuestiones y emergencias a las que ha tratado de dar respuesta a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo».

Eso se manifestó ya en tiempos de los Apóstoles. El evangelista San Lucas narra en los Hechos «un problema serio que la primera comunidad cristiana de Jerusalén tuvo que resolver (…) sobre la pastoral de la caridad hacia las personas solas y necesitadas», cuestión difícil que podía provocar divisiones dentro de la Iglesia.

«En este momento de emergencia pastoral, destaca la distinción realizada por los Apóstoles. Ellos se encuentran ante la exigencia primaria de anunciar la Palabra de Dios según el mandato del Señor, pero consideran con la misma seriedad el deber de proveer con amor a las situaciones de necesidad en las que encuentran los hermanos y las hermanas, para responder al mandamiento de Jesús: amaos los unos a los otros como yo os he amado».

La decisión que toman es clara: no es justo que abandonen la oración y la predicación, por lo que «son elegidos siete hombres de buena reputación, los Apóstoles rezan para pedir la fuerza del Espíritu Santo, y luego les imponen las manos para que se dediquen de forma especial al servicio de la caridad».

Esta decisión, enseñó el Papa Benedicto XVI, «muestra la prioridad que debemos dar a Dios, a la relación con Él en la oración, tanto personal como comunitaria. Sin la capacidad de pararnos a escuchar al Señor, a dialogar con Él, se corre el riesgo de agitarse y preocuparse inútilmente por los problemas y las dificultades, incluidas las eclesiales y pastorales».

San Bernardo, modelo de armonía entre ambos, «afirma que demasiadas ocupaciones, una vida frenética, a menudo terminan por endurecer el corazón y hacer sufrir al espíritu. Es una advertencia preciosa para nosotros en la actualidad, ya que estamos acostumbrados a valorar todo con el criterio de la productividad y de la eficiencia».

En una oportunidad Santo Padre comentó a los jóvenes el lema de su visita al Reino Unido «El corazón habla al corazón» y pidió a los jóvenes presentes que piensen «en todo el amor que su corazón es capaz de recibir, y en todo el amor que es capaz de ofrecer. Al fin y al cabo, hemos sido creados para amar» y así «encontrar nuestra plena realización en ese amor divino que no conoce principio ni fin».

«Hemos sido creados también para dar amor, para hacer de él la fuente de cuanto realizamos y lo más perdurable de nuestras vidas. A veces esto parece lo más natural, especialmente cuando sentimos la alegría del amor, cuando nuestros corazones rebosan de generosidad, idealismo, deseo de ayudar a los demás y construir un mundo mejor. Pero otras veces constatamos que es difícil amar; nuestro corazón puede endurecerse fácilmente endurecido por el egoísmo, la envidia y el orgullo».

El Papa puso como ejemplo de este amor aprendido de Dios a la Beata Teresa de Calcuta: «éste es el mensaje que hoy quiero compartir con vosotros. Os pido que miréis vuestros corazones cada día para encontrar la fuente del verdadero amor. Jesús está siempre allí, esperando serenamente que permanezcamos junto a Él y escuchemos su voz».

«En lo profundo de vuestro corazón, os llama a dedicarle tiempo en la oración. Pero este tipo de oración, la verdadera oración, requiere disciplina; requiere buscar momentos de silencio cada día. A menudo significa esperar a que el Señor hable. Incluso en medio del ‘ajetreo’ y las presiones de nuestra vida cotidiana, necesitamos espacios de silencio, porque en el silencio encontramos a Dios, y en el silencio descubrimos nuestro verdadero ser».

Benedicto XVI explica que «al descubrir nuestro verdadero yo, descubrimos la vocación particular a la cual Dios nos llama para la edificación de su Iglesia y la redención de nuestro mundo».

«Con estas palabras de mi corazón, queridos jóvenes, os aseguro mi oración por vosotros, para que vuestra vida dé frutos abundantes para la construcción de la civilización del amor. Os ruego también que recéis por mí, por mi ministerio como Sucesor de Pedro, y por las necesidades de la Iglesia en todo el mundo. Sobre vosotros, vuestras familias y amigos, invoco las bendiciones divinas de sabiduría, alegría y paz».

 

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