(VIS).-Al inicio de la audiencia general, celebrada en la Plaza de San Pedro, el Papa recordó que hoy, «nuestro amado Papa Juan Pablo II hubiera cumplido 85 años. Estamos seguros -dijo- de que nos ve desde lo alto y está con nosotros. Queremos dar gracias al Señor por el don de este gran Papa y por todo lo que ha hecho y sufrido». Monseñor Stanislav Dziwisz, secretario particular del papa Juan Pablo II durante 40 años, celebró por su lado el miércoles en la mañana una misa sobre la tumba de Karol Wojtyla, en el Vaticano, bajo la basílica de San Pedro. «Me uno espiritualmente a un acto significativo que tendrá lugar hoy en los Abruzos. Una cima del Gran Sasso de Italia que llevará el nombre del inolvidable papa Juan Pablo II que quiso y visitó en varias ocasiones estas espléndidas montañas. Saludo y agradezco a los promotores de esta loable iniciativa», agregó el sumo pontífice. El Papa Benedito XVI comentando el Salmo 112, «Alabad el nombre del Señor», explicó ante 25.000 personas que «exalta la liberación de Israel de la esclavitud y su alegría por servir en libertad al Señor». En la primera parte, dijo, se ensalza el «nombre del Señor», «que en el lenguaje bíblico indica a Dios mismo, su presencia viva y operante en la historia humana. (…) Todo el ser y todo el tiempo «desde la salida del sol hasta su ocaso» se unen en una única acción de gracias». El Santo Padre afirmó que en la segunda parte se celebra «la trascendencia del Señor. (…) La mirada divina se dirige a toda la realidad, a los seres de la tierra y a los celestiales. Sin embargo, no mira con ojos altaneros y distantes, como los de un frío emperador». Comentando la última parte del salmo, el Papa dijo que «el Señor se inclina con atención hacia nuestra pequeñez e indigencia. (…) Con su mirada amorosa y su compromiso eficaz hacia los últimos y los miserables del mundo «levanta del polvo al indigente, y del estiércol hace subir al mísero». «Dios se inclina, por tanto, sobre los necesitados y los que sufren para consolarlos. (…) El salmista alaba, por tanto, a un Dios muy distinto de nosotros en su grandeza, pero al mismo tiempo, muy cercano a sus criaturas que sufren». Benedicto XVI terminó señalando que «en los últimos versos, es fácil intuir la prefiguración de las palabras de María en el Magnificat, el cántico de las decisiones de Dios, que «ha puesto sus ojos en la humildad de su esclava». Con más radicalidad que nuestro salmo, María proclama que Dios «derriba de su trono a los poderosos y ensalza a los humildes».

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