Si es el demonio la causa del Covid 19

 

 

La “verdad” del mal.

Santo Tomás de Aquino pone de manifiesto que el mal se opone al bien, y como el bien es algo propio de todo ser que existe –pues siempre es mejor ser que no ser y cada ser tiene la tendencia a permanecer en su ser y a desarrollarse-, parece que el mal es algo que se aleja del bien y, por tanto, del ser. Se nos hace evidente que el mal se da siempre en algo que es, que existe, y en tanto que existe aquello en lo que se da el mal, éste se hace presente.  El mal, entonces, se da en un bien, y no él solo de forma absoluta, ya que se apoya en algo bueno. Tal sucede con la ceguera, que afecta a unos ojos que fallan en su visión. Esos ojos, que son buenos en sí, cuando se ven privados de la capacidad de ver que les es propia, están aquejados del mal de la ceguera. Así es como el mal se define como la privación de un bien debido.

Privación del bien debido

Apliquemos ahora estas nociones al tema que nos ocupa. El movimiento de las placas de la Tierra pareciera ser, como tantos otros fenómenos, parte de la naturaleza misma de la Tierra, y por tanto, parte de su orden. Pero al moverse provoca, indirectamente, movimientos en otros seres. ¿Es en sí mismo esto un mal? No. Se convierte en un mal cuando, en sus efectos, priva violentamente a otros seres de sus bienes debidos, entre los que se encuentra el más radical, la vida. Además, como la privación del bien debido genera un vacío, dolor, sufrimiento o tristeza, tanto mayor será ésta cuando el bien del que se prive sea mayor. El epicentro en el mar genera un tsunami que arrasa kilómetros de la costa, donde grupos de personas tienen sus viviendas, y, el efecto indirecto es que ellos pierden sus viviendas y, en muchos casos, hasta la vida. Se sufre un mal pero como efecto indirecto.

¿Está determinado?

La pregunta ahora es: ¿se podría haber evitado el desastre provocado por el terremoto? ¿Por qué algunos se salvaron y otros no? Creo que la respuesta debe venir de la mano de nuestra inteligencia y voluntad, capacidades que nos dan una ventaja sobre los otros seres. Con estas facultades podemos, y de hecho así ha sido por siglos, conocer el mundo físico que nos rodea poder prever, en la medida de lo posible, su comportamiento y así prepararnos. De esta manera es posible, con la libertad, elevarse de alguna manera por encima de los efectos de los fenómenos de la naturaleza.

Y aún así, Santo Tomás aún señala algo interesante: a veces sufrir un “cierto mal” puede tener consecuencias positivas, siempre que nos haga valorar el bien perdido y nos mueva a poner de nuestra parte para huir o evitar lo que nos priva de ese bien. O, como en el caso de la redención salvadora de Jesucristo, cuando del mal de la pasión y muerte en cruz asumido por amor y en obediencia, se nos alcanza a recuperar el infinito bien que por el pecado habíamos perdido: la amistad con Dios, la vida de hijos de Dios.

Maniqueísmo imperante en el pensar religioso

La pérdida de los bienes genera un mal de pena o tristeza, pero nunca ese mal será absoluto, por lo que, a pesar incluso de su dificultad, puede buscarse la manera de subsanar la misma pérdida o evitar lo que la causó.

La absoluta oposición al maniqueísmo de la doctrina de Santo Tomás la hallamos también en su tratamiento de lo más misterioso que podemos hallar en la totalidad de las cosas en el orden del universo creado: nos referimos a la posibilidad y a la permisión, en el gobierno providente de Dios, del mal moral en las personas creadas. 

Por ser el mal una privación de perfección, su sujeto es siempre algo entitativo y bueno. Así como sólo enferman y mueren los vivientes, así sólo pecan los sujetos espirituales que, por ser creados a imagen y semejanza divina, están ordenados a asemejarse a Dios y a unirse con Él en la felicidad, que consiste en la contemplación y el amor del Bien divino. 

Esta aportación no está centrada en el tema teológico de la permisión del pecado y en las preguntas sobre la ordenación de esta misma permisión a que los hombres se salven por el ejercicio sobreabundante de la misericordia salvífica de Dios, como encontramos muchas veces afirmado en la Sagrada Escritura. Lo que aquí tratamos es cómo la estructura de un sujeto espiritual finito hace, diríamos, metafísicamente posible que el acto electivo de la voluntad -es decir, la actuación del libre albedrío de las personas creadas- pueda ejercerse privado del orden al fin último y siendo, por tanto, principio de actos personales moralmente malos, de pecados angélicos o humanos. 

“Causa deficiente”

 Santo Tomás trata de esta cuestión en forma muy coherente con su metafísica de la trascendentalidad del bien y del carácter privativo del mal y atendiendo a todas las direcciones que, de acuerdo con esta doctrina, no sólo niegan la substancialidad del mal en cuanto tal, sino también su carácter de causa en todas las líneas de la causalidad, sin reconocer más que la posibilidad de una causación “accidental” o “deficiente” en la línea de su efectuación en un sujeto bueno en su naturaleza. 

Santo Tomás sostiene fundadamente que la causa del mal como privación es siempre algo bueno. 

¿Y pueden los ángeles rebeldes usar de la falta del bien debido, es decir del “mal”, para amedrentar y confundir a las almas con el fin de que se condenen?

La acción de los ángeles en el mundo no es patente al conocimiento humano. No sólo no es perceptible, sino que tampoco se infiere de la naturaleza de los distintos entes. Además, para comprender la acción de los cuerpos materiales bastan las leyes de la naturaleza y en último término la moción divina. Con ellas se explican suficientemente sus acciones y  parece que no sea necesario acudir a un influjo angélico.

Ciertamente los ángeles tienen un influjo  sobre los cuerpos naturales, como prueba Santo Tomás en la Suma contra los gentiles.

Sin embargo, la acción de los ángeles sobre los cuerpos es limitada, porque los ángeles buenos o malos no sólo no tienen poder creador, que es exclusivo de Dios, sino tampoco el poder de transformar substancialmente las cosas. Queda probado, porque: «es evidente que lo hecho se asemeja al que lo hace, porque todo agente hace algo semejante a sí. Y, así, lo que hace las cosas naturales ha de ser semejante al compuesto producido, bien sea porque es específicamente el mismo compuesto, como el producir  el fuego, fuego; o porque todo el compuesto, en cuanto a su materia y forma, está contenido dentro de la virtud del que lo hace, lo cual no puede afirmarse más que de Dios. Así, pues, todo acto de recibir la materia nuevas formas, viene, o directamente de Dios, o de algún agente corpóreo, pero no directamente del ángel».

Sin embargo, los ángeles con una sabia utilización de las causas naturales, desconocida por los hombres, pueden hacer que sus efectos naturales se produzcan de un modo distinto al habitual, por ejemplo, con mayor eficacia o con menos tiempo. De manera que: «Las potestades espirituales pueden hacer aquellas cosas que se hacen visiblemente en este mundo, utilizando por movimiento local los gérmenes de los cuerpos»

Después de recordar que ya se ha dicho que: «la materia corporal no obedece a la voluntad de los ángeles, ni buenos ni malos, para que los demonios por propio poder puedan hacerla pasar de una forma a otra», advierte que, sin embargo: «pueden utilizar ciertos gérmenes que se encuentran en los elementos materiales, como dice San Agustín para producir tales efectos (Sobre la Trinidad, III, 8, 13). Por esto, puede decirse que todos los cambios de las cosas corporales, que pueden hacerse por poderes naturales, entre los cuales están los gérmenes mencionados, pueden hacerse por la operación de los demonios utilizando tales gérmenes (por ejemplo, influyendo en sujetos o en elementos accidentalmente, por medio de la iniquidad de los corazones y los defectos y carencias circunstanciales)  (…) Pero los cambios de las cosas materiales que no pueden realizarse por el poder de la naturaleza, de ningún modo pueden hacerse en realidad por la acción de los demonios, como que el cuerpo humano se convierta en cuerpo de bestia o que un cuerpo muerto resucite. Y si alguna vez parece hacerse  esto por virtud de los demonios no es así en realidad, sino sólo en apariencia».

¿Y cual es el modo de influir de un ángel  bueno o malo entonces? 

El ángel  no puede reemplazar las causa naturales con otras que haya creado, que es un poder que posee únicamente Dios. Podría compararse su influjo, que no se debe a que por su voluntad se transformen unos seres materiales en otros, sino a la  utilización inteligente de las causas naturales, con el trabajo de los cocineros. Los alimentos «no obedecen a la voluntad de los cocineros por el hecho de que, según ciertas reglas del arte culinario, consigan por medio del fuego cierto modo de cocción que no produciría el fuego por sí solo»

¿Por qué  Dios permite este ataque de  los ángeles malos a los hombres?

––Los demonios actúan en la vida de los hombres y la razón que da Santo Tomás  es la siguiente: «en el plan de la Providencia divina entra el procurar el bien de los seres. Dios procura el bien de los seres superiores por medio de los inferiores. Dios procura el bien del hombre de dos maneras. Una, directamente, esto es siempre que alguien es atraído al bien o alejado del mal. Esto es hecho dignamente por los ángeles buenos», y, de una manera especial por los ángeles custodios.

La otra manera que Dios hace el bien al hombre lo es, en cambio: «indirectamente, o sea, cuando alguno que es atacado se esfuerza en rechazar al adversario. Esta manera de procurar el bien del hombre fue conveniente que se llevara a cabo por medio de los ángeles malos, a fin de que, después de su pecado, no quedasen totalmente excluidos de colaborar en el orden del universo». De ello, se infiere que: «los demonios deben tener dos lugares de tormento: Uno por razón de su culpa: el infierno; otro por razón de las pruebas a las que someten a los hombres: la atmósfera tenebrosa».

Sobre esta situación precisa Santo Tomás que: «la obra de procurar la salvación de los hombres durará hasta el día del juicio. Por lo tanto, hasta entonces deberá durar el ministerio de los ángeles y la función de los demonios». La acción realizada por los ángeles buenos es encargada por Dios, en cambio la de los  ángeles es exclusivamente propia, aunque permitida por Dios.

Concluye que, por ello: «hasta entonces nos serán enviados los ángeles buenos. Y hasta entonces estarán también los demonios en nuestro aire tenebroso para someternos a prueba; si bien algunos están ya en el infierno para atormentar a los que arrastraron al mal, como también hay ángeles que están en el cielo en compañía de las almas santas. Pero, a partir del día del juicio, todos los malos, hombres o ángeles, estarán en el infierno; y todos los buenos, en el cielo».

También al comentar este versículo de San Pablo, nota Santo Tomás que los demonios: «son poderosos y grandes, y por eso tienen un gran ejército, contra el que tenemos que pelear». Además, se pregunta sobre este ejército de  ángeles malos, que: «habiendo caído entreverados algunos de todos los órdenes angélicos, ¿por qué hace mención el Apóstol de estos órdenes, llamándolos demonios? Respondo:  tres cosas hay que considerar en los nombres de los órdenes angélicos; porque en unos se atiende más al orden, en otros al poder, en otros al ministerio divino: así, por ejemplo en los nombres de Querubines, Serafines y Tonos, lo que hace al caso es su conversión a Dios; más siendo los demonios enemigo de Dios, no les cuadran estos nombre».

¿Cómo es el ataque de demonios  a los hombres?

––Explica Santo Tomás que: «en los combates de los demonios se deben considerar dos cosas, a saber: el combate mismo y su ordenación». En cuanto a lo primero, aclara que: «el combate procede ciertamente de la malicia del demonio, que por envidia trata de impedir el provecho de los hombres y por soberbia usurpa una semejanza del poder divino, sirviéndose de ministros determinados para combatir a los hombres, como los ángeles buenos están al servicio de Dios en determinados oficios para la salvación de los hombres».

Respecto a lo segundo, expone lo siguiente: «el orden del mismo combate viene de Dios, que sabe usar ordenadamente de los males encaminándolos al bien. En cambio, por lo que se refiere a los ángeles buenos, tanto la guarda como el orden de la misma se han de atribuir a Dios como primer autor».

El combate de los demonios a los hombres es de dos maneras. «La una, instigándolos a pecar; y cuando tientan de este modo no son enviados por Dios para combatir, si bien alguna vez se les permite por justos juicios de Dios».

Para la exposición de la segunda, recuerda Santo Tomás lo ocurrido al final de la vida de Achab, rey de Israel, porque su muerte ignominiosa fue debida a las mentiras de los falsos profetas, movidos por un ángel maligno. La explicación es la siguiente: «La otra manera de combatir a los hombres es castigándolos, y para esto si son enviados por Dios, como fue enviado el espíritu falaz a castigar a Achab, rey de Israel, según se dice en la Sagrada Escritura (1 Re 22, 20 ss.); porque el castigo puede venir de Dios como de primer autor. No obstante, los demonios enviados para castigar castigan con intención distinta de aquella con que son enviados; porque ellos castigan por odio o envidia, mas Dios los envía en un plan de justicia».

Sin embargo, nota finalmente Santo Tomás que: «Para que no haya desigualdad en la lucha, el hombre es confortado principalmente con el auxilio de la gracia de Dios y secundariamente con la guarda de los ángeles; viene a este propósito lo que decía Eliseo a su ministro: “No temas, porque más son los que están  con nosotros que los que están con ellos” (2 Re 6, 16)».

Fuentes:

Santo Tomás DE AQUINO, Suma teológica, I

Lectura a la Epístola de San Pablo a los Efesios, c. VI, lec. 3.