“No le abras tu corazón a cualquiera” (Eclo 8, 22), sino comunícate con los sabios y respetuosos de Dios. Con los inexpertos y extraños procura estar poco, con los ricos no seas adulón ni goces presentándote con los magnates…

 

De la Imitación de Cristo

HUIR DE LA ESPERANZA INFUNDADA Y LA SOBERBIA.

 

Está vacío el que pone su confianza en las personas o las cosas creadas. No te avergüences de servir a los demás por amor a Jesús y aparecer ante ellos como pobre. No te sostengas en ti mismo sino pon en Dios tu esperanza. Haz lo que esté de tu parte y une tu buena voluntad a la de Dios. No confíes tanto en tu ciencia o en la astucia de algún otro sino más bien en la gracia de Dios que ayuda a los humildes y desecha a los presumidos.

 

No te engrías por tus posesiones o amistades poderosas confía sólo en Dios que todo lo otorga y desea darse Él mismo a nosotros. No te coloques sobre los demás por tu prestancia o belleza física que una pequeña enfermedad puede destruir y sepultar. No te contentes tanto de tu propia habilidad e ingenio no vaya a ser que descontentes a Dios verdadero dueño de todo lo que posees.

 

No pienses que eres mejor que otros, no vayas a aparecer peor ante Dios, que conoce muy bien cómo es cada uno. No te ensoberbezcas por tus buenas acciones, ya que el criterio de Dios es distinto del nuestro y a veces lo que está bien a los demás no le parece suficiente a Él. Si tienes algo bueno cree que es mejor lo ajeno, conservándote así humilde. No te hace ningún daño colocarte al último en cambio puede ser muy dañino ponerse por delante de uno solo. Con el humilde está la paz, en el autosuficiente hay celos e indignación con frecuencia.

 

 

CUIDAR LA INTIMIDAD.

 

“No le abras tu corazón a cualquiera” (Eclo 8, 22), sino comunícate con los sabios y respetuosos de Dios. Con los inexpertos y extraños procura estar poco, con los ricos no seas adulón ni goces presentándote con los magnates; con los piadosos y equilibrados procura conversar y trata con ellos de lo que contribuya a tu edificación. No tengas intimidad con mujeres desconocidas pero ruega a Dios que las haga buenas. Vive íntimamente con Dios y sus amigos y evita las novedades.

 

A todos hay que querer pero no es conveniente intimar con todos. A veces admiramos a quienes no conocemos pero el contacto con ellos hace que brillen menos. Pensamos agradar a las personas con nuestra conversación y empezamos enseguida a molestarlas cuando descubren en nosotros tantos defectos.

 

 

OBEDECER Y DEPENDER.

 

Es muy valioso saber obedecer, depender de otra persona y no ser uno su propio juez. Más seguro es depender que dirigir. Muchos están sometidos a la obediencia, más por necesidad que por amor: ellos tienen sufrimiento y con ligereza murmuran; nunca adquirirán libertad de criterio si no se someten sólo a Dios de todo corazón. Aunque corras de un lado para el otro jamás encontrarás quietud si no es en la humilde sujeción a un orden superior. Imaginar distintos lugares y cambios de vida a muchos engañó.

 

Es cierto que cada uno, con gusto, lleva adelante sus convicciones y se inclina más a quienes siguen su sentir. Ya que Dios está entre nosotros es preciso que abandonemos nuestros particulares puntos de vista, por bien de la paz. ¿Quién sabe tanto que pueda conocer absolutamente todas las cosas?. Por lo tanto, no confíes exageradamente en tu criterio y esfuérzate por escuchar con agrado el parecer de los demás. Si es aceptable tu sentir y lo abandonas por causa de Dios, siguiendo lo que te ordenen, eso te hará a la larga mucho bien.

 

He escuchado frecuentemente que es más seguro atender y seguir un consejo que darlo. Puedes juzgar como bueno el sentir de alguno pero es señal de excesiva suficiencia y terquedad estar en desacuerdo con los demás cuando tienen la razón.

 

 

CUIDADO CON LAS CONVERSACIONES INTRANSCENDENTES.

 

Cuídate cuanto puedas de alborotos y bullicio. Mucho estorba ocuparse de diversas gestiones incluso si se realizan con sana intención. Rápidamente nos mancha la vanidad y nos aprisiona. Preferiría muchas veces haber callado y no encontrarme entre la gente. Pero ¿Por qué motivo con tanto placer hablamos y entre nosotros la pasamos charlando si rara vez, sin herir nuestra conciencia, volvemos al silencio? Será que hablamos con tantas ganas porque buscamos consuelo en los demás y a nuestro corazón, fatigado por tantas preocupaciones queremos aliviar. Y muy gustosamente buscamos hablar y compartir de lo que amamos o deseamos o de lo que nos contradice. Pero ¡qué lástima! Vacía e inútilmente. Estos consuelos externos afectan no poco a los interiores y divinos.

 

Por eso debemos estar vigilantes y orando no se nos pase el tiempo sin fruto. Si es justo y conviene hablar debe decirse lo que edifique. La mala costumbre y el descuido del propio progreso contribuyen al descontrol de nuestra lengua. Ayuda  muchísimo al desarrollo interior la devota conversación sobre asuntos espirituales, principalmente cuando varias personas que tienen similares intereses y ánimo se juntan en Dios.

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