Homilía en el Segundo Monasterio de la Visitación ante Virgen Peregrina de Fatima.

 San Pablo Apóstol escribe: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4, 4-5).  Esta afirmación nos centra en la verdad sobre el misterio que estamos viviendo y que supera los parámetros de la Sociología y la sicología y toda interpretación meramente terrenal, que es un reforzada intento de negar  una realidad y misterio, cuya comprensión esta asegurada solo para los pequeños y humildes de corazón.

 La presencia de lo Sagrado posee una fuerza sobrenatural que va más allá de lo que solo pueden generar  los elementos sensibles, y que es la acción del Espíritu Santo que actualmente y de un modo misterioso, por medio de hechos, verdades, signos y  gestos, nos acerca a los caminos de la gracia y la salvación, construyendo un vínculo profundo entre el alma y Dios, entre el cristiano y Cristo, entre los hijos por adopción y la Madre, entre los asperjados con la sangre de Cristo y la comunión de los Santos, en el Cuerpo Místico de Cristo.

Con veracidad puede afirmar el alma fiel, con las mismas palabras de Santa Isabel: “Quien soy yo para que venga a visitarme la Madre de mi Señor” (Lc. 1, 39)

  Hay argumentos de sobra para reconocer que aquello que fue entregado, como testimonio, por los Santos Pastorcitos, y las evidencias de milagros, anuncios proféticos, y signos de santidad y Fe, se aproximan hasta nosotros, muy parecido a como  los discípulos de su Señor, y los patriarcas de la Iglesia, con su predicación y ejemplo de vida, dieron testimonio del Evangelio que iba sanando los corazones de las heridas del pecado y rompiendo las cadenas del vicio, de los imperios del mal y del ataque de las tinieblas. 

  Y es que el Mensaje de la Virgen Santísima nos dirige al  mismo Evangelio, cautivando con su amor maternal nuestros corazones, y exhortándonos, por la evidencia de la caridad y la pureza del alma, ha escuchar, orar, vivir y celebrar a Cristo, haciendo “todo lo que Él nos dice”.

 La situación dramática de una familia y un pueblo creyente, que carece de los elementos necesarios para la celebración de las bodas, enfrentándose a la agonía de sus posibilidades humanas, al infarto de los esfuerzos nobles y virtuosos, dejándolos desprovistos de esperanza, en un aparente fracaso y vergüenza,  es una experiencia tan semejante a la que vive la feligresía de hoy, que aveces repite en su interior con Jeremías 14, 17 ss “Salgo al campo: muertos a espada; entro en la ciudad: desfallecidos de hambre, tanto el profeta como el sacerdote vagan sin sentido por el país.”. Esta descripción del drama del Israel de ayer era un augurio de las tribulaciones del camino de la nueva Israel del hoy, pero que según el Milagro en Caná de Galilea, termina en un triunfo de esplendor de gracia, de amor y de luz, porque  la gran señal que apareció en el cielo: la Mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza”, es una realidad de la que dan testimonio no solo los santos y los pastorcitos, sino que también nosotros, que palpamos los  consuelos que desde Fátima llegan a nosotros. 

Por la presencia de esta sagrada imagen nuestra Madre Santísima, que en su Corazón Maternal guarda silenciosamente el clamor, el dolor, la tristeza y las lágrimas de todos aquellos que piden, con gemido de niños, que los tome en sus brazos para descansar en ellos, podemos aprender a palpitar al mismo ritmo del palpitar que Ella tiene con el Corazón de su Hijo Jesús, donde acampan los que están cansados y agobiados.

Por eso lo decimos Madre, renovando nuestra Consagración: Toma Madre nuestro (mi) corazón, (te lo doy), te pertenece, ya no es mio, es tuyo, pues quien mejor que tu, puedes sanarlo, sustentarlo y llenarlo de todo el amor que Cristo nos da; amor por el cual se hizo pobre, nació en un pesebre y murió en la Cruz.

Así como en Cana de Galilea, esta familia que debería celebrar las nupcias del corazón humano con el don del amor de Dios,  por permisión Divina sufre la tragedia de la precariedad de sus propios pecados y heridas por algunos de sus miembros que se han dejado contaminar con aguas inicuas y fétidas…

  Ven por eso Madre, como viniste a la Cova de Iría, y mira el lodo y el fango en el que estamos sumergidos. Nos tiene manchados y paralizados.   Llévanos ante el Sol de Justicia y Santidad, para que seque las ropas empapadas de dolor y vergüenza, y con el calor del amor del Divino Corazón inflama nuestros corazones enfriados por nuestras tibiezas, vanidades, prepotencias y arrogancia; regálanos un corazón humilde, fiel y apasionado para reparar, adorar, orar y ofrecer sacrificios por amor a Jesus y compasión por nuestros hermanos. Haznos adoradores Eucarísticos y reparadores como San Francisco Marto, haznos orantes del Rosario y apóstoles de la misericordia como Santa Jacinta Marto. Danos un corazón silencioso, contemplativo, alegre y fiel al Papa y a la verdad contenida en la Iglesia, como Sor Lucia, y otórganos la unción de la piedad, de la devoción, del valor de lo Sagrado para que al Cantar el Himno del Trece de Mayo, Chile sea liberado y sanado, y cante con lágrimas de gozo Ave, Ave , Ave Maria…

Padre Patricio Romero

24 de Septiembre, Homilía Misa  Virgen Peregrina de Fátima

Segundo Monasterio de la Visitación, Santiago de Chile