Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre 


Evangelio Diario y Meditación


+Santo Evangelio


Evangelio según San Juan 14,15-21. 


En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:

«Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos.

Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes:

el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque él permanece con ustedes y estará en ustedes.

No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes.

Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque yo vivo y también ustedes vivirán.

Aquel día comprenderán que yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y yo en ustedes.

El que recibe mis mandamientos y los cumple, ese es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y yo lo amaré y me manifestaré a él».


+Padres de la Iglesia


San Agustín

In Ioannem tract., 74.

Dice que el mundo no puede recibir al Espíritu Santo, de la misma manera que si dijéramos: La injusticia no puede ser justa. El mundo (esto es, sus amadores) no puede recibirlo, porque no lo ve. Porque el amor humano no tiene ojos invisibles, y éstos son los únicos que pueden ver lo invisible, como es el Espíritu Santo. Prosigue: «Mas vosotros le conoceréis, porque permanecerá con vosotros». Y para evitar que sospechasen que permanecería a la manera de un huésped que está visiblemente entre los hombres, dice: «Estará en vosotros».

In Ioannem tract., 75 

Entonces lo veía el mundo con los ojos carnales, revelándose claramente en la humanidad, mas no veía al Verbo que se ocultaba tras el velo de la carne. Pero como después de la resurrección no quería demostrar a quienes no eran sus discípulos, esta misma carne que a los suyos no sólo permitió ver, sino también tocar, dijo: «Todavía un poco, y el mundo no me verá, mas vosotros me veréis». Pero como en el día del juicio lo verá también el mundo, con cuyo nombre significó a los extraños al reino de su Padre, parece preferible entender aquí aquel tiempo, o sea, cuando en el día del juicio se apartará de la vista de los condenados, para que lo vean solamente los que lo aman. Y dijo «un poco», porque lo que a los hombres parece de larga duración es de duración brevísima para Dios.

San Gregorio

 Moralium 4, 41

Mas si el Espíritu Santo ha de permanecer también en los discípulos, ¿cómo podrá ya ser un signo especial su permanencia en el mediador? Se lee en el Evangelio: «Sobre el que vieres al Espíritu descender y permanecer, éste es el que bautiza» ( Jn 1,33). Para comprender esta dificultad hay que distinguir los dones del Espíritu. El Espíritu Santo mora siempre en todos los escogidos con aquellos dones sin los cuales no podrían venir a la vida. Pero en aquellos dones que no son necesarios para nuestra propia vida, sino para salvar la de los demás, no mora siempre. A veces no se da a conocer por la exterioridad de los milagros, para que de este modo se posean sus virtudes más humildemente, pero Cristo lo tuvo siempre y en todas ocasiones presente.

San Hilario

De Trin. lib. 8.

También El está en el Padre por la divinidad, nosotros en El por su nacimiento corpóreo, y de nuevo El en nosotros por el misterio del sacramento. Porque El atestiguó ( Jn 6,56): «Quien come mi cuerpo y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en El”.


+Catecismo


243: Antes de su Pascua, Jesús anuncia el envío de «otro Paráclito» (Defensor), el Espíritu Santo. Este, que actuó ya en la Creación y «por los profetas», estará ahora junto a los discípulos y en ellos, para enseñarles y conducirlos «hasta la verdad completa» (Jn 16, 13). El Espíritu Santo es revelado así como otra Persona divina con relación a Jesús y al Padre.

El “Paráclito” o “Defensor”

692: Los apelativos del Espíritu Santo: Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el «Paráclito», literalmente «aquel que es llamado junto a uno», «advocatus» (Jn 14, 16.26; 15, 26; 16, 7). «Paráclito» se traduce habitualmente por «Consolador», siendo Jesús el primer consolador. El mismo Señor llama al Espíritu Santo «Espíritu de Verdad» (Jn 16, 13).

693: Además de su nombre propio, que es el más empleado en el libro de los Hechos y en las cartas de los apóstoles, en S. Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa, el Espíritu de adopción, el Espíritu de Cristo (Rom 8, 11), el Espíritu del Señor (2 Cor 3, 17), el Espíritu de Dios (Rom 8, 9.14; 15, 19; 1 Cor 6, 11; 7, 40), y en S. Pedro, el Espíritu de gloria (1 Pe 4, 14).

727: Toda la misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo, el Mesías.

728: Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que Él mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre, cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Lo sugiere también a Nicodemo, a la Samaritana y a los que participan en la fiesta de los Tabernáculos. A sus discípulos les habla de Él abiertamente a propósito de la oración y del testimonio que tendrán que dar.

729: Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la venida del Espíritu Santo, ya que su Muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres: El Espíritu de Verdad, el otro Paráclito, será dado por el Padre en virtud de la oración de Jesús; será enviado por el Padre en nombre de Jesús; Jesús lo enviará de junto al Padre porque Él ha salido del Padre. El Espíritu Santo vendrá, nosotros lo conoceremos, estará con nosotros para siempre, permanecerá con nosotros; nos lo enseñará todo y nos recordará todo lo que Cristo nos ha dicho y dará testimonio de Él; nos conducirá a la verdad completa y glorificará a Cristo. En cuanto al mundo, lo acusará en materia de pecado, de justicia y de juicio.

730: Por fin llega la hora de Jesús: Jesús entrega su espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, de modo que, «resucitado de los muertos por la Gloria del Padre» (Rom 6, 4), en seguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia: «Como el Padre me envió, también yo os envío» (Jn 20, 21)


+Pontífices


Papa Francisco

En el momento en el que está por regresar al Padre, Jesús preanuncia la venida del Espíritu que ante todo enseñará  a los discípulos a comprender cada vez más plenamente el Evangelio, a acogerlo en su existencia y a hacerlo vivo y operante con el testimonio.

Mientras está por confiar a los Apóstoles la misión de llevar el anuncio del Evangelio por todo el mundo, Jesús promete que no se quedarán solos: el  Espíritu Santo, el Paráclito, estará con ellos, a su lado, es más, estará en ellos, para defenderlos y sostenerlos.

Jesús regresa al Padre pero continúa acompañando y enseñando a sus discípulos mediante el don del Espíritu Santo.

El segundo aspecto de la misión del Espíritu Santo consiste en el ayudar a los Apóstoles a recordar las palabras de Jesús. El Espíritu tiene la tarea de despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús.

El divino Maestro ha comunicado ya todo aquello que pretendía confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo encarnado, la revelación es completa.

El Espíritu hará recordar las enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para poderlas poner en práctica.

Es precisamente lo que sucede todavía hoy en la Iglesia, guiada por la luz y la fuerza del Espíritu Santo, para que pueda llevar a todos el don de la salvación, o sea el amor y la misericordia de Dios.

[…] No estamos solos: Jesús está cerca de nosotros, en medio de nosotros, dentro de nosotros. Su nueva presencia en la historia ocurre mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado.

El Espíritu, difundido en nosotros con los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, actúa en nuestra vida. Él nos guía en la forma de pensar, de actuar, de distinguir qué cosa es buena y qué cosa es mala; nos ayuda a practicar la caridad de Jesús, su donarse a los  demás, especialmente a los más necesitados. (1 de mayo de 2016)

Benedicto XVI

De esta oración de Cristo nos habla el pasaje evangélico de hoy, que tiene como contexto la última Cena. El Señor Jesús dijo a sus discípulos: «Si me amáis, guardaréis mis mandamientos; y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre» (Jn 14, 15-16). Aquí se nos revela el corazón orante de Jesús, su corazón filial y fraterno. Esta oración alcanza su cima y su cumplimiento en la cruz, donde la invocación de Cristo es una cosa sola con el don total que él hace de sí mismo, y de ese modo su oración se convierte —por decirlo así— en el sello mismo de su entrega en plenitud por amor al Padre y a la humanidad: invocación y donación del Espíritu Santo se encuentran, se compenetran, se convierten en una única realidad. «Y yo rogaré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre». En realidad, la oración de Jesús —la de la última Cena y la de la cruz— es una oración que continúa también en el cielo, donde Cristo está sentado a la derecha del Padre. Jesús, de hecho, siempre vive su sacerdocio de intercesión en favor del pueblo de Dios y de la humanidad y, por tanto, reza por todos nosotros pidiendo al Padre el don del Espíritu Santo.  (23 de mayo de 2010)

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *