Vengan ustedes solos a un lugar desierto


Domingo  XVI

Evangelio Diario y Meditación


+Santo Evangelio

Evangelio según San Marcos 6, 30-34. 
Los Apóstoles se reunieron con Jesús y le contaron todo lo que habían hecho y enseñado. 
El les dijo: «Vengan ustedes solos a un lugar desierto, para descansar un poco». Porque era tanta la gente que iba y venía, que no tenían tiempo ni para comer. 
Entonces se fueron solos en la barca a un lugar desierto. 
Al verlos partir, muchos los reconocieron, y de todas las ciudades acudieron por tierra a aquel lugar y llegaron antes que ellos. 
Al desembarcar, Jesús vio una gran muchedumbre y se compadeció de ella, porque eran como ovejas sin pastor, y estuvo enseñándoles largo rato. 

+Padres de la Iglesia

San Beda
   Es preciso no sólo enseñar, sino hacer. No solamente refieren los apóstoles al Señor lo que han hecho y enseñado, sino también lo que sufrió San Juan durante su predicación; según San Mateo, ellos y los discípulos de San Juan, dan cuenta de ello al Señor.
El evangelista manifiesta la necesidad que tuvo el Señor de conceder descanso a sus discípulos, con estas palabras: «Porque eran tantos los que iban y venían», etc. En donde se demuestra la gran alegría de aquel tiempo por el trabajo de los que enseñan así como por el estudio de los que aprenden. «Embarcándose, pues», etc. No fueron los discípulos solos, sino el Señor con ellos, los que subiendo a la barca pasaron a un lugar desierto, como refiere San Mateo (cap. 14). Pone así a prueba la fe de las gentes, y eligiendo la soledad explora si tienen intención de seguirle. Y siguiéndole ellas no a caballo ni en vehículo de ninguna especie, sino a pie y con la fatiga que es consiguiente, muestran cuánta solicitud ponen en cuidar de su salvación. «Mas como al irse los vieron, etc. De todas las ciudades acudieron», etc. El hecho de llegar antes que Jesús, yendo a pie, manifiesta que no fue con sus discípulos a la otra ribera del mar o del Jordán, sino a un lugar próximo al de su partida, y al que por tanto podían llegar antes los que iban a pie.

San Juan Crisóstomo
Mirad cómo en todo momento se retira el Señor: cuando Juan fue prendido, cuando se le mató, cuando los judíos oyeron decir que hacía muchos discípulos. Es que a la mayor parte de sus acciones les daba Él un sesgo más bien humano, pues toda­vía no era llegado el momento de revelar a plena luz su divinidad. De ahí que soliera mandar a sus discípulos que a nadie dijeran ser Él el Cristo o Mesías, pues esto lo quería revelar señaladamente después de su resurrección. De ahí también que no se mostrara muy duro con los judíos que, por de pronto, no creían en Él, sino que fácilmente los excusaba y perdonaba.
Al retirarse, empero, no se dirige a una ciudad, sino al desierto, y monta en una barca, con el fin de que no le siguiera nadie. Mas considerad, os ruego, cómo los discípulos de Juan se ad­hieren ahora más estrechamente a Jesús, pues ellos fueron los que le vinieron a dar la noticia de lo sucedido y, dejándolo todo, en Él buscaron un refugio para adelante. Así, no era poco lo que habían logrado tanto la desgracia del maestro como la res­puesta que antes les diera Jesús mismo. —Mas ¿por qué razón no se retiró antes de que ellos le dijeran la noticia, cuando Él lo sabía todo antes de que vinieran a decirle nada? —Porque quería mostrar por todos los medios la verdad de su encarnación, y no quería que quedara probada sólo por la vista, sino también por sus obras. Sabía Él muy bien la astucia del diablo y cómo no había de dejar piedra por mover para destruir esa fe en la ver­dad de su encarnación.
Ahora bien, si Él se retira por esa razón que decimos, las muchedumbres ni aun así quisieron apartarse de su lado, sino que obstinadamente le fueron siguiendo, sin que el mismo drama de Juan los amedrentara. Tanto pue­de el amor, tanto puede la caridad, que lo vence todo y rompe por todos los obstáculos. Por eso, inmediatamente re­cibieron su recompensa. Porque, en saliendo—dice el evange­lista—Jesús de la barca, vio una inmensa muchedumbre y hubo lástima de ellos y curó a sus enfermos. Cierto, pues, que era grande la adhesión de la muchedumbre; pero lo que Jesús hace sobrepasa la paga del más ardiente fervor. De ahí que el evan­gelista ponga por causa de estas curaciones la misericordia del Señor una extrema misericordia: Y los curó a todos. Aquí no exige el Señor fe a los enfermos. A la verdad, el acercarse a él, el abandonar sus ciudades, el irle buscando con tanta diligencia, el perseverar, no obstante el apremio del hambre, bas­tantemente ponía de manifiesto la fe que todos tenían en Él. También les ha de dar de comer; pero no quiere hacerlo por propio impulso, sino que espera a que se lo supliquen; pues, como alguna vez he dicho, guarda siempre el Señor la norma de no adelantarse a los milagros, sino esperar a que se los pidan.
—Y ¿por qué no se le acercó nadie de la muchedumbre a hablarle en favor de los demás? —Porque le tenían extraordi­nario respeto y, por otra parte, el deseo de estar a su lado no les dejaba sentir el hambre. Es más, ni los mismos discípulos, que se le acercaron, le dijeron: “Dales de comer”, pues sus dis­posiciones eran aún demasiado imperfectas. ¿Qué le dicen, pues? Venida la tarde —prosigue el evangelista—, acercáronsele sus discípulos para decirle: El lugar es desierto y la hora de comer ha pasado ya. Despacha a la muchedumbre, a fin de que vayan a comprarse qué comer. Porque, si aun después de cumpli­do el milagro, si aun después de los doce canastos de sobras, se olvidaron de él y cuando el Señor llamó levadura a la doc­trina de los fariseos pensaron que les hablaba del pan ordinario, mucho menos podían esperar prodigio semejante antes de tener experiencia de lo que podía el Señor. Cierto que antes había curado a muchos enfermos; sin embargo, ni aun así pudieron barruntar el milagro de la multiplicación de los panes. Tan imperfectos eran por entonces.

San Gregorio Nacianceno
«Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir; es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia. Sé de quién somos ministros, dónde nos encontramos y adónde nos dirigimos».

+ Catecismo

2448: Bajo sus múltiples formas —indigencia material, opresión injusta, enfermedades físicas o psíquicas y, por último, la muerte—, la miseria humana es el signo manifiesto de la debilidad congénita en que se encuentra el hombre tras el primer pecado y de la necesidad que tiene de salvación. Por ello, la miseria humana atrae la compasión de Cristo Salvador, que la ha querido cargar sobre sí e identificarse con los “más pequeños de sus hermanos”.
427: En la catequesis lo que se enseña es a Cristo, el Verbo encarnado e Hijo de Dios y todo lo demás en referencia a Él; el único que enseña es Cristo, y cualquier otro lo hace en la medida en que es portavoz suyo, permitiendo que Cristo enseñe por su boca… Todo catequista debería poder aplicarse a sí mismo la misteriosa palabra de Jesús: “Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado” (Jn 7, 16).
428: El que está llamado a “enseñar a Cristo” debe por tanto, ante todo, buscar esta “ganancia sublime que es el conocimiento de Cristo”; es necesario (…) “conocerle a Él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a Él en su muerte, tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos” (Flp 3, 8-11)».
429: De este conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de “evangelizar”, y de llevar a otros al “sí” de la fe en Jesucristo. Y al mismo tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe.
857: La Iglesia… sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el colegio de los obispos, “a los que asisten los presbíteros juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo Pastor de la Iglesia”: “Porque no abandonas nunca a tu rebaño, sino que, por medio de los santos pastores, lo proteges y conservas, y quieres que tenga siempre por guía la palabra de aquellos mismos pastores a quienes tu Hijo dio la misión de anunciar el Evangelio”.
2034: El Romano Pontífice y los obispos como «maestros auténticos por estar dotados de la autoridad de Cristo… predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica» (LG 25). El magisterio ordinario y universal del Papa y de los obispos en comunión con él enseña a los fieles la verdad que han de creer, la caridad que han de practicar, la bienaventuranza que han de esperar.


Pontífices



+Benedicto XVI
Vivimos en una gran confusión sobre las opciones fundamentales de nuestra vida y los interrogantes sobre qué es el mundo, de dónde viene, a dónde vamos, qué tenemos que hacer para realizar el bien, cómo debemos vivir, cuáles son los valores realmente pertinentes. Con respecto a todo esto existen muchas filosofías opuestas, que nacen y desaparecen, creando confusión sobre las decisiones fundamentales, sobre cómo vivir, porque normalmente ya no sabemos de qué y para qué hemos sido hechos y a dónde vamos.
En esta situación se realiza la palabra del Señor, que tuvo compasión de la multitud porque eran como ovejas sin pastor (cf. Mc 6, 34). El Señor hizo esta constatación cuando vio los miles de personas que le seguían en el desierto porque, entre las diversas corrientes de aquel tiempo, ya no sabían cuál era el verdadero sentido de la Escritura, qué decía Dios. El Señor, movido por la compasión, interpretó la Palabra de Dios —él mismo es la Palabra de Dios—, y así dio una orientación. Esta es la función in persona Christi del sacerdote: hacer presente, en la confusión y en la desorientación de nuestro tiempo, la luz de la Palabra de Dios, la luz que es Cristo mismo en este mundo nuestro.
Por tanto, el sacerdote no enseña ideas propias, una filosofía que él mismo se ha inventado, encontrado, o que le gusta; el sacerdote no habla por sí mismo, no habla para sí mismo, para crearse admiradores o un partido propio; no dice cosas propias, invenciones propias, sino que, en la confusión de todas las filosofías, el sacerdote enseña en nombre de Cristo presente, propone la verdad que es Cristo mismo, su palabra, su modo de vivir y de ir adelante. Para el sacerdote vale lo que Cristo dijo de sí mismo: «Mi doctrina no es mía» (Jn 7, 16); es decir, Cristo no se propone a sí mismo, sino que, como Hijo, es la voz, la Palabra del Padre. También el sacerdote siempre debe hablar y actuar así: «Mi doctrina no es mía, no propago mis ideas o lo que me gusta, sino que soy la boca y el corazón de Cristo, y hago presente esta doctrina única y común, que ha creado a la Iglesia universal y que crea vida eterna».
[…] Queridos hermanos y hermanas, el Señor ha confiado a los sacerdotes una gran tarea: ser anunciadores de su Palabra, de la Verdad que salva; ser su voz en el mundo para llevar aquello que contribuye al verdadero bien de las almas y al auténtico camino de fe (cf. 1 Co 6, 12). Que san Juan María Vianney sea ejemplo para todos los sacerdotes. Era hombre de gran sabiduría y fortaleza heroica para resistir a las presiones culturales y sociales de su tiempo a fin de llevar las almas a Dios: sencillez, fidelidad e inmediatez eran las características esenciales de su predicación, transparencia de su fe y de su santidad. Así el pueblo cristiano quedaba edificado y, como sucede con los auténticos maestros de todos los tiempos, reconocía en él la luz de la Verdad. Reconocía en él, en definitiva, lo que siempre se debería reconocer en un sacerdote: la voz del buen Pastor. (14-04-2010)

+San Juan Pablo II
Volver a escuchar la invitación que el Maestro dirigió un día a los Doce, cansados después del trabajo apostólico:  “Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco” (Mc 6, 31). Ciertamente, venir hoy a Roma no es retirarse a un lugar solitario. Como compensación, en la Sede del Sucesor de Pedro cada uno de vosotros puede sentirse a gusto, como en su casa, y todos juntos podemos vivir una hora de “descanso” espiritual, reuniéndonos en torno a Cristo.
Habéis dejado por un momento vuestras preocupaciones pastorales para vivir una pausa de renovación interior en un encuentro especial con los que, como vosotros, llevan la sarcina episcopalis. Al mismo tiempo, con este gesto habéis subrayado que os sentís miembros del único pueblo de Dios, en camino con los demás fieles hacia el encuentro definitivo con Cristo. Sí, también los obispos, al igual que todos los cristianos, están en camino hacia la patria y necesitan la ayuda de Dios y su misericordia. Con este espíritu estáis aquí para pedir junto conmigo la gracia especial del jubileo.
Así podemos experimentar juntos todo el consuelo de la verdad enunciada por san Agustín:  “Soy obispo para vosotros; soy cristiano con vosotros. La condición de obispo connota una obligación; la de cristiano, un don. La primera conlleva un peligro; la segunda, una salvación” (Sermo 340, 1:  PL 38, 1483). ¡Palabras fuertes!
[…] Toda nuestra actividad pastoral tiene como objetivo  último la santificación de los fieles, comenzando por la de los sacerdotes, nuestros colaboradores directos. Por tanto, debe tender a suscitar en ellos el compromiso de responder con prontitud y generosidad a la llamada del Señor. Y nuestro mismo testimonio de santidad personal, ¿no es la llamada más creíble y más persuasiva que los laicos y el clero tienen derecho a esperar en su camino hacia la santidad?
[…] Nos sostiene en todas nuestras fatigas la cercanía de María, la Madre que Cristo nos dio desde la cruz cuando dijo al Apóstol predilecto:  “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26). A ella,Regina apostolorum, le encomendamos nuestras Iglesias y nuestra vida, abriéndonos con confianza a la aventura y a los desafíos del nuevo milenio. (07-10-2000).