La dependencia de la droga ha sido considerada, en diversas ocasiones por el Santo Padre, en su solicitud pastoral.

 

La asignación del fenómeno de la droga, como competencia específica, al Pontificio Consejo para la Familia, subraya la atención con la cual la Iglesia mira tales problemáticas y a sus funestas y dramáticas consecuencias para la vida de la familia y para el crecimiento de los jóvenes.

En el amplio y complejo fenómeno de la droga y de la toxicodependencia, no son pocos los temas sobre los cuales se puede reflexionar. Hemos elegido uno de particular importancia: la relación entre Familia y Toxicodependencia.

El tema de la toxicodependencia preocupa y atrae el interés de varias instancias sociales y pastorales. El Pontificio Consejo para la Pastoral de los Agentes Sanitarios, convocó en Roma una Conferencia Internacional con el título específico de «Contra spem in spem: droga y alcohol contra la vida», donde no faltaron contributos de gran realce de las diversas facetas del fenómeno de la droga y de la familia.

La persona: falta de sentido positivo de la vida

La droga no es el problema principal del toxicodependiente. El consumo de droga es sólo una respuesta falaz a la falta de sentido positivo de la vida. Al centro de la toxicodependencia se encuentra el hombre, sujeto único e irrepetible, con su interioridad y específica personalidad, objeto del amor del Padre que, en su plan salvífico, llama a cada uno a la sublime vocación de hijo en el Hijo. Sin embargo, la realización de tal vocación es -junto a la felicidad en este mundo- gravemente comprometida por el uso de la droga, porque ella, en la persona humana, imagen de Dios (cfr. Gen. 1, 27), influye en modo deletéreo sobre la sensibilidad y sobre el recto ejercicio del intelecto y de la voluntad.

Un gran número de cuantos hacen uso de la droga está constituido por jóvenes, y la edad de acercarse al problema desciende siempre más. Hay, sin embargo, hoy también numerosos adultos (35-44 años) entre los consumidores de droga y esto constituye un cambio importante en este campo. Existen además toxicodependientes fuertemente dependientes de las sustancias estupefacientes y otros que hacen uso esporádico; personas marginadas, y otras aparentemente bien integradas en la sociedad. Como es fácil deducir, se está ante un conjunto complejo de un fenómeno diferenciado y articulado.

Los episodios de violencia, que se registran entre los toxicodependientes, indican que no nos encontramos de frente al engañoso e ilusorio «viaje pacífico» de una vez, promovido por la manipulación de masa de la cultura juvenil en los años sesenta, sino de frente a una realidad violenta y a la caída del carácter moral como efecto del uso de la droga.

Los motivos personales al origen de la toma de sustancias estupefacientes, son tantos. Pero, en todos los toxicodependientes, prescindiendo de la edad y de la frecuencia con que las usan, se constata un motivo constante y fundamental: la ausencia de valores morales y una falta de armonía interior de la persona. En todo toxicodependiente pueden verificarse diversas combinaciones de acuerdo con las fragilidades personales que lo hacen incapaz de vivir una vida normal. Se crea en él un estado de ánimo «inmotivado» e «indiferente» que desencadena un desequilibrio interior moral y espiritual del cual resulta un carácter inmaduro y débil que empuja la persona a asumir comportamientos inestables de frente a las propias responsabilidades.

De hecho, la droga no entra en la vida de una persona como un rayo con el cielo sereno, sino que como la semilla echa raíces en un terreno por largo tiempo preparado.

La mujer toxicodependiente, a diferencia del hombre, es herida más profundamente en su identidad y dignidad de mujer, sobre todo si es madre y por esto las consecuencias negativas pueden ser peores.

Quien hace uso de la droga vive en una condición mental equiparada a una adolescencia interminable, como es señalado por algunos especialistas. Tal estado de inmadurez tiene origen y se desarrolla en el contexto de una falta de educación. La persona inmadura proviene con frecuencia de familias que, también independientemente de la voluntad de los padres, no consiguen transmitir los valores, sea por la falta de una adecuada autoridad, sea porque viven en una sociedad «pasiva», con un estilo de vida consumístico y permisivo, secularizado y sin ideales. Fundamentalmente el toxicodependiente es un «enfermo de amor»; no ha conocido el amor; no sabe amar en el modo justo porque no ha sido amado en el modo justo.

La adolescencia interminable, característica del toxicodependiente, se manifiesta frecuentemente en el temor del futuro o en el rechazo de nuevas responsabilidades. El comportamiento de los jóvenes es con frecuencia revelador de un doloroso descontento debido a la falta de confianza y de expectativas frente a estructuras sociales en las cuales ya no se reconocen. ¿A quién atribuir la responsabilidad si muchos jóvenes parecen no desear llegar a ser adultos y rehusan crecer? ¿Les han sido ofrecidos motivos suficientes para esperar en el mañana, para invertir en el presente mirando al futuro, para mantenerse firmes sintiendo como propias las raíces del pasado? Detrás de comportamientos desconcertantes, frecuentemente aberrantes e inaceptables, se puede percibir un rayo de ideales y de esperanza.

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