No querer cambiar de conducta y privarse de la gracia, sería privarse del amor del Señor


Sería gran temeridad e increíble ligereza seguir pecado tranquilamente

Ninguna inteligencia creada o creable podrá jamás darse cuenta perfecta del espantoso desorden que encierra el pecado mortal. Rechazar a Dios a sabiendas y escoger en su lugar a una vilísima criatura en la que se coloca la suprema felicidad y último fin envuelve un desorden tan monstruos e incomprensible, que sólo la locura y atolondramiento del pecador puede alguna manera explicarlo. El ejemplo de la pobre pastorcita de la que el rey se prendo y la desposó consigo, haciendo la reina, y que de pronto abandona el palacio real y se marcha en plan de adulterio con un miserable seductor, no ofrece sino un pálido reflejo de la increíble monstruosidad del pecado.


El mismo Dios, infinitamente bueno y misericordioso, que tiene entrañas de padre para todas su criatura s y que nos ha dicho en la sagrada Escritura (Ezequiel 33,11) , sabemos que por un solo que no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva, sabemos que por un solo pecado mortal:

a) Convirtió a millones de ángeles en horribles demonios para toda la eternidad.

b) Arrojó a nuestros primeros padres del paraíso terrenal, condenándoles a ellos y a todos sus descendientes al dolor y ala muerte corporal y ala posibilidad de condenarse eternamente aun después de la redención realizada por Cristo.

c) Exigió la muerte en la cruz de su Hijo muy amado, en el cual tiene puestas todas sus complacencias para redimir al hombre culpable (San Mateo 17,5).

d) Mantendrá por toda la eternidad los terribles tormentos del infierno en castigo del pecador obstinado.

e) Todo esto son datos de fe católica: es hereje quien los niegue. ¿Qué otra cosa podrá darnos una idea de la espantosa gravedad del pecado mortal cometido de una manera perfectamente voluntaria y a sabiendas?

El que quiere asegurar la salvación eterna de su alma, nada tiene que procurar con tanto empeño como evitar a toda costa la catástrofe del pecado mortal.

Sería gran temeridad e increíble ligereza seguir pecado tranquilamente confiando en realizar más tarde la conversión y vuelta definitiva a Dios. En gran peligro se podría ese pecador de frustrar esa esperaza tan vana e inmoral. La muerte puede sorprenderle en el momento menos pensado, y se expone, además, a que la justicia de Dios determine substraerle, en castigo de tan manifiesto abuso, la gracia eficaz del arrepentimiento, sin la cual le será absolutamente imposible salir de su horrible situación. Si diera cuenta el pecador del espantoso peligro a que se expone, no podría conciliar el sueño una sola noche a menos de haber perdido por completo el juicio.


He aquí, indicados nada más, algunos de los medios más eficaces para salir del pecado mortal y no volver jamás a él:

1) Asistir al santo Sacrificio de la Misa. Claro está que no puede comulgar. Pero esta misma triste situación, de no poder participar de un modo pleno del Sacrificio Santo, debería moverle al arrepentimiento. No querer cambiar de conducta y privarse de la gracia, sería privarse del amor del Señor. Sin embargo, participar de la Santa Misa es la mejor manera de buscar la Conversión, ya que la Eucaristía“nos obtiene la gracia del arrepentimiento, nos facilita el perdón de los pecados. ¡Cuantos pecadores, asistiendo a Misa, han recibido allí la gracia del arrepentimiento y la inspiración! de hacer una buena confesión de toda su vida”! (R. Garrigou-Lagrange, el Salvador, ed. Patmos, pág. 463).

2) Confesión y comunión frecuente, con toda la frecuencia que sea menester para conservar y aumentar las fuerzas del alma contra los asaltos de la tentación. Por la salud del cuerpo tomaríamos con gusto todos los remedios y medicinas que el médico nos mandara. L salud del alma vale infinitamente más.

3) Reflexionar todos los días un ratito sobre los grandes intereses de nuestra alma y de nuestra eterna salvación. La lectura diaria meditada de la vida de los santos ayuda mucho. (Hay unos libros fundamentales: S. Francisco de Sales; Introducción a la Vida devota; S. Alfonso de Liborio, reparación para la muerte; El gran medio de la Oración).

4) Oración de súplica pidiéndole a Dios que nos tenga de de su mano y no permita que nos extraviemos. El Padrenuestro bien rezado y vivido, ayuda mucho.

5) Huida de las ocasiones. El pecador está pedido sin eso. No hay propósito tan firme ni voluntad tan inquebrantable que no sucumba. Con facilidad ante una ocasión seductora. Es preciso renunciar si contemplaciones a los espectáculos inmorales (se comete, además, pecado de escándalo y cooperación al mal, contribuyendo con nuestro dinero a mantenerlos amistades frívolas y mundanas, conversaciones torpes, revistas o fotografías obscenas, películas, Internet, la caja de todos los vicios etc. Imposible mantenerse en pie si no se renuncia a todo eso. La felicidad inenarrable que nos espera eternamente en el cielo bien vale la pena de renunciar a esas cosas que tanto nos seducen ahora, sobre todo teniendo en cuenta que por un goce momentáneo nos llevarían a la eterna ruina.

6) Devoción entrañable a María, nuestra dulcísima Madre, abogada y refugio de pecadores. Lo ideal sería rezarle todos los días el Santo Rosario, que es la primera y más excelente de las devociones marianas y grandísima señal de predesdestinación para que lo rece devotamente todos los días; pero, al menos, no olvidemos nunca las tres avemarías al levantarnos, acostarnos y a experimentar la tentación, para que nos alcance la victoria.

7) Hacer regularmente los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Hay una muerte, un juicio, una eternidad feliz o infeliz. Con el pecado no se discute. Tenemos que salvarnos cueste lo que cueste.


Textos:

1)· Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola (PDF)

2)· Manual del Ejercitante (PDF)