El descubrimiento de lo divino en Antony Flew

 


«Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable “algo” que había añorado toda su vida.»

Durante el siglo XX, el filósofo inglés Antony Flew fue un protagonista de una crítica a la religión construida desde la filosofía analítica. Su obra en este sentido analizó los sistemas de lenguaje religioso de las sociedades humanas, para mostrar que no responden al mundo empírico, que sería lo único -según el autor- que podría dar carta de legitimidad a nuestro lenguaje. Sin embargo, en sus últimos años, en Flew se produjo una sorprendente conversión racional al teísmo que había combatido. ¿En qué argumentos fundó su tránsito al teísmo?

Hemos dicho que el cambio de posición de Flew hacia el teísmo no ha resultado de experiencias religiosas, sino de ponderaciones racionales situadas en el marco analítico de su enfoque filosófico de siempre.

“Debo recalcar que mi descubrimiento de lo divino ha operado en un nivel puramente natural, sin ninguna referencia a fenómenos sobrenaturales. Ha sido un ejercicio de lo que tradicionalmente es conocido como teología natural. No ha tenido relación con ninguna de las religiones reveladas. Tampoco pretendo haber tenido una experiencia personal de Dios, ni ninguna otra experiencia que pueda considerarse sobrenatural o milagrosa. En resumen, mi descubrimiento de lo divino ha sido una peregrinación de la razón, y no de la fe” (Dios existe, p. 90).

“Hacer una argumentación racional, nos dice, implica necesariamente aportar razones que sustenten una tesis… pues si la afirmación es verdaderamente racional, si es realmente un argumento, debe ciertamente proporcionar razones científicas o filosóficas que la sustenten” (Dios existe, p. 86). ¿Cuáles son, por tanto, estas razones? ¿Cómo debemos valorarlas y discutirlas desde nuestra perspectiva personal propia?

“Es hora ya”, prosigue Flew, “de que ponga mis cartas sobre la mesa, esto es, de que exponga mis propias opiniones y las razones en que se apoyan. Creo ahora que el universo fue traído a la existencia por una Inteligencia infinita. Creo que las intrincadas leyes de este universo manifiestan lo que los científicos han llamado la Mente de Dios. Creo que la vida y la reproducción tienen su origen en una fuente divina. ¿Por qué creo ahora esto, después de haber expuesto y defendido el ateísmo durante más de medio siglo? La breve respuesta es la siguiente: tal es la imagen del mundo que, en mi opinión, ha emergido de la ciencia moderna. La ciencia atisba tres dimensiones de la naturaleza que apuntan hacia Dios. La primera es el hecho de que la naturaleza obedece leyes. La segunda es la dimensión de la vida, la existencia de seres organizados inteligentemente y guiados por propósitos, que surgieron de la materia. Tercera es la propia existencia de la naturaleza. Pero no es sólo la ciencia la que me ha guiado. También me ha ayudado la reconsideración de los argumentos filosóficos clásicos” (Dios existe, p. 87).

“Tres áreas de la indagación científica han resultado especialmente importantes para mí, y voy a examinarlas a continuación, a la luz de los datos actualmente disponibles. La primera es la cuestión que ha intrigado siempre y continúa intrigando a los científicos reflexivos: ¿cómo llegaron a existir las leyes de la naturaleza? La segunda es una cuestión evidente para todos: ¿cómo pudo emerger el fenómeno de la vida a partir de lo no vivo? Y la tercera es el problema que los filósofos legaron a los cosmólogos: ¿cómo llegó a existir el universo (entendiendo por universo todo lo que es físico)?” (Dios existe, p. 88-89).

Flew dedica algunas páginas a exponer la forma en que la mayoría de los científicos teístas constataron la racionalidad de las leyes de la naturaleza y cómo la fundaron en la hipótesis teísta de la existencia de Dios. Comienza por Einstein, siguiendo a Max Hammer, su intérprete más autorizado (Einstein and Religion, 1999), para presentarlo como teísta y rechazar el falso uso de Einstein hecho por Dawkins para presentarlo como ateo. Además, el teísmo de Einstein fue precisamente una admiración religiosa ante la Mente Superior necesariamente diseñadora del orden de las leyes naturales. Los grandes padres de la mecánica cuántica, sigue refiriendo Flew, reconocieron también la conexión entre las leyes de la naturaleza y la Mente de Dios.

“Me hubiera gustado convencer a mi padre de que yo había encontrado lo que él había estado buscando, ese inefable “algo” que había añorado toda su vida. Me hubiera gustado persuadirle de que la búsqueda de Dios no está condenada a ser vana. Pero no había nada que hacer. Había conocido a demasiados cristianos ciegos, moralistas tristes que extirpaban toda alegría de la vida y perseguían a sus oponentes; él nunca habría sido capaz de ver la verdad que, pese a todo, albergaban” (Dios existe, p. 31)

“En algún lugar, en el fondo de la mente de mi padre, en las profundidades de su alma, había un hueco que había sido llenado alguna vez por Dios, y nunca encontró otra cosa que pudiera ocupar su lugar”. “Tenía, prosigue Varghese citando a Tait, el “sentimiento espectral del desarraigo, del no tener un hogar en este mundo” (Dios existe, p. 32)

“Las razones por las que abracé el ateísmo a la edad de quince años eran claramente inadecuadas. Se basaban en lo que describí más tarde como dos “obsesiones juveniles”: 1) que el problema del mal constituía una refutación decisiva de la existencia de un Dios infinitamente bueno y omnipotente; 2) que el recurso a la libertad del hombre no eximía al Creador de su responsabilidad por los manifiestos defectos de la creación” (Dios existe, p. 59).

“Si decimos que Dios nos ama, debemos preguntar qué fenómenos excluye dicha afirmación. Obviamente, la existencia del dolor y el sufrimiento aparece como un problema para la tesis en cuestión. Los teístas nos dicen que, con las apropiadas cualificaciones, estos fenómenos pueden ser reconciliados con la existencia y el amor de Dios. Pero entonces surge la cuestión de por qué no deberíamos simplemente concluir que Dios no nos ama. Los teístas, según parece, no permiten que ningún fenómeno pueda contar como incompatible con la tesis de que Dios nos ama. Esto significaría que nada puede contar a su favor tampoco. Se convierte de hecho en una afirmación vacía. Concluía que una hipótesis presuntuosa puede así ser muerta poco a poco: se le inflige la muerte de las mil cualificaciones” (Dios existe, p. 60).