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Artículo 1. CREO EN UN SÓLO DIOS, PADRE TODOPODEROSO, CREADOR DEL CIELO Y DE LA TIERRA

 

Capítulo  I

13.—Entre todas las cosas que los fieles deben creer, lo primero es que existe un solo Dios. Pues bien, debemos considerar qué significa esta palabra: «Dios», que no es otra cosa que Aquel que gobierna y provee al bien de todas las cosas. Así es que cree que Dios existe aquel que cree que El gobierna todas las cosas de este mundo y provee a su bien.

 

“Al contrario, el que crea que todas las cosas ocurren al acaso no cree en la existencia de Dios. Sin embargo, nadie hay tan insensato que no crea que las cosas de la naturaleza son gobernadas, están sometidas a una providencia y ordenadas, de modo que ocurren conforme a cierto orden y a su tiempo. En efecto, vemos que el sol y la luna y las estrellas y todos los otros seres de la naturaleza guardan un curso determinado, lo cual no ocurriría si fuesen efecto del azar. En consecuencia, si hubiere alguien que no creyese en la existencia de Dios, sería un insensato. Salmo 13, 1: «Dijo el necio en su corazón: no hay Dios».

“14.—Sin embargo, hay algunos que creen que Dios gobierna y dispone las realidades naturales, pero no creen que Dios sea providente respecto de los actos humanos, así que no creen que los actos humanos estén gobernados por Dios. Y la razón de ello es que ven que en este mundo los buenos son afligidos y los malos prosperan, por lo cual parece que no hay una providencia divina respecto a los hombres, por lo cual hablando por ellos dice Job (22, 14): «Dios se pasea por los caminos del cielo y se desinteresa de nuestros asuntos».

 

Pero esto es demasiado estúpido. Pues a éstos les ocurre como si algún ignorante en medicina viere al médico recetar a un enfermo agua, a otro vino, conforme lo piden las reglas de la medicina, y creyere que eso lo hace al acaso, por su ignorancia de esas reglas, siendo que por un justo motivo lo hace, o sea, el darle a uno vino, y al otro agua.

 

“15.—Lo mismo debemos decir de Dios. Pues por justo motivo y por su providencia Dios dispone las cosas que les son necesarias a los hombres, por lo cual a algunos buenos los aflige y a algunos malos los deja en prosperidad. Así es que quien crea que esto ocurre por azar es un insensato y se le tiene por tal, porque esto no proviene sino de que ignora la sabiduría y las razones del gobierno divino. Job 11,6: «Ojalá que Dios te revelara los arcanos de su sabiduría y la multiplicidad de sus designios». Por lo cual es de creer firmemente que Dios gobierna y dispone no sólo las realidades naturales sino también los actos humanos. Salmo 93, 7-10: «Y dicen: ‘No lo verá el Señor, no se da cuenta el Dios de Jacob’. Comprended, estúpidos del pueblo; insensatos ¿cuándo vais a ser cuerdos? El que plantó la oreja ¿no oirá? El que formó los ojos ¿no va a ver?… El Señor conoce los pensamientos de los hombres».

 

“Dios ve, pues, todas las cosas, y los pensamientos y los secretos de la voluntad. De aquí que se les imponga especialmente a los hombres la necesidad de obrar bien, porque todo lo que piensan y hacen manifiesto está a la mirada divina. El Apóstol dice en Hebreos 4, 13: «Todo está desnudo y patente a sus ojos».

 

16.—Pues bien, debemos creer que este Dios que todo lo dispone y gobierna es un Dios único. La razón es que la disposición de las cosas humanas está bien ordenada cuando la multitud se halla regida y gobernada por uno solo. En efecto, una multitud de jefes provoca generalmente disensiones entre los subordinados. Y como el gobierno divino es superior al gobierno humano, es evidente que el mundo no está regido por muchos dioses sino por uno solo.

 

17.—Sin embargo, hay cuatro razones por las que los hombres son inducidos a tener muchos dioses.

 

“La primera es la flaqueza1 del entendimiento humano. Porque hombres de flaco entendimiento, incapaces de elevarse por encima de los seres corporales, no creyeron que hubiese algo más allá de la naturaleza de los cuerpos sensibles, y en consecuencia, entre los cuerpos tuvieron por preeminentes y gobernantes del mundo a los que les parecieron más bellos y dignos de todos, y les atribuían y consagraban un culto divino: y de éstos son los cuerpos celestes, a saber el sol, la luna y las estrellas. Pero a éstos les ocurrió lo que a uno que fue a la corte de un rey: queriendo ver al rey, se imaginaba que cualquiera bien vestido o cualquier funcionario era el rey. De estas gentes dice la Sabiduría, 13, 2: «Al sol y la luna y la «bóveda estrellada los consideraron como dioses que rigen el mundo». E Isaías, 51,6, dice: «Alzad a los cielos vuestros ojos, y contemplad abajo la tierra, pues los cielos como humareda se disiparán, la tierra como un vestido se gastará, y sus moradores perecerán igualmente: pero mi salvación por siempre será, y mi justicia no tendrá fin».

 

“18.—En segundo lugar proviene de la adulación de los hombres. En efecto, algunos, queriendo adular a los. poderosos y a los reyes, a ellos les tributaron el honor debido a Dios, obedeciéndolos y sujetándoseles; y por eso a algunos ya muertos los hicieron dioses, y a otros aun en vida los declararon dioses. Judit 5, 29: «Sepan todas las naciones que Nabucodonosor es el dios de la tierra y que no hay otro fuera de él».

 

19.—La tercera causa proviene del afecto carnal a hijos y consanguíneos. En efecto, algunos, por el excesivo amor a los suyos, les hacían estatuas después de muertos, y de esto se siguió que a esas estatuas les rindieran culto divino. De éstos dice la Sabiduría, 14, 21: «O por afecto o por servilismo con los reyes, los hombres impusieron a piedras y maderos el nombre incomunicable».

 

“20.—En cuarto lugar por la malicia del diablo. Pues éste desde el principio quiso igualarse a Dios, por lo cual dijo (Isaías 14, 13): «Pondré mi sede hacia el Aquilón, escalaré los cielos y seré semejante al Altísimo». Y tal decisión nunca la ha revocado, por lo cual todo su esfuerzo consiste en hacerse adorar por los hombres y en que le ofrezcan sacrificios: no es que se deleite en un perro o en un gato que le sean ofrecidos, sino que se deleita en que a él se le rinda reverencia como a Dios, por lo cual dijo al mismo Cristo (Mt 4, 9): «Todo esto te daré sí postrándote me adoras». Por esta misma razón entraban los demonios en los ídolos y daban las respuestas para ser venerados como dioses. Salmo 95, 5: «Todos los dioses de las naciones son demonios». Y el Apóstol dice en 1 Cor 10, 20: «¡Pero si lo que inmolan los gentiles, lo inmolan a los demonios, y no a Dios!».

 

“21.—Verdaderamente son horribles estas cosas, y sin embargo son muchos los que con frecuencia incurren en estas cuatro causas. Y ciertamente, si no de palabra o con la boca, con sus hechos demuestran que creen en muchos dioses.

 

En efecto, aquellos que creen que los cuerpos celestes pueden constreñir la voluntad del hombre y que para obrar escogen tiempos determinados, consideran a los cuerpos celestes como dioses y que dominan a los otros seres, y hacen predicciones. Jeremías 10, 2: «De los signos celestes no os espantéis como los temen los gentiles, porque las costumbres de las naciones son vanas».

 

Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben obedecer, los constituyen dioses suyos. Hechos 5, 29: «Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres».

“Asimismo, todos aquellos que obedecen a los reyes más que a Dios o en aquellas cosas en que no deben obedecer, los constituyen dioses suyos. Hechos 5, 29: «Se debe obedecer a Dios antes que a los hombres».

 

Asimismo aquellos que aman a sus hijos o a sus parientes más que a Dios, con sus obras manifiestan que para ellos hay muchos dioses. Así como los que aman la comida más que a Dios. De éstos dice el Apóstol (Fil 3, 19): «Su dios es su vientre».

 

También todos aquellos que se entregan a la adivinación y a los sortilegios creen que los demonios son dioses, puesto que piden a los demonios lo que sólo Dios puede dar, a saber, la revelación de alguna cosa oculta o el conocimiento de las cosas futuras.

 

En consecuencia, lo primero que se debe creer es que Dios es tan sólo uno.

 

“22.—Como ya lo dijimos, lo que primeramente debemos creer es que hay un solo Dios; en segundo lugar, que este Dios es el creador que ha hecho el cielo y la tierra, las cosas visibles y las invisibles.

 

Y dejando a un lado por el momento razonamientos sutiles, con un ejemplo sencillo demostremos nuestra proposición: todas las cosas han sido creadas y hechas por Dios.

 

Es claro que si alguien entra a una casa, y al penetrar en ella siente calor, y conforme va avanzando siente mayor calor, y más y más, pensará que hay fuego adentro, aun cuando no vea el fuego que produce dicho calor: esto mismo le ocurre al que considera las cosas de este mundo. Porque encuentra que todas las cosas están dispuestas según diversos grados de belleza y de nobleza, y cuanto más se acercan a Dios, más bellas y mejores las halla. He aquí por qué los cuerpos celestes son más bellos y nobles que los cuerpos inferiores, y las cosas invisibles más que las visibles. Por lo cual debemos creer “creer que todas estas realidades vienen del Dios uno, que da a cada cosa su existencia y su excelencia.

 

Sabiduría 13, 1: «Vanos son todos los hombres que ignoraron a Dios y no fueron capaces de conocer por los bienes visibles a Aquel que es, ni, atendiendo a las obras, reconocieron al Artífice»; y más abajo, 13, 5: «pues por la grandeza y hermosura de las criaturas se puede, por analogía, contemplar a su Creador».

 

Así es que como cosa cierta debemos tener que todas las cosas que existen en el mundo, de Dios vienen.

 

“23.—Sin embargo, en esta materia debemos evitar tres errores.

 

El primer error es el de los Maniqueos2, que dicen que todas las cosas visibles han sido creadas por el diablo, y por lo mismo a Dios no le atribuyen sino la creación de las cosas invisibles. Y la causa de este error es que afirman, conforme a la verdad, que Dios es el sumo bien y que todas las cosas que provienen del Bien son buenas; pero no sabiendo discernir qué cosa sea mala y qué cosa sea buena, creyeron que todas aquellas cosas que de cierta manera son malas son pura y simplemente malas; y así, según ellos, el fuego, porque quema, es totalmente malo; y lo es el agua, porque ahoga, y así por el estilo. En consecuencia, por no ser enteramente buena ninguna de las realidades sensibles, sino en cierto modo malas y deficientes, dijeron que todas las realidades visibles no son hechas por el Dios bueno, sino por el dios malo.

 

“Contra ellos propone San Agustín el siguiente ejemplo. Si alguien entra a la casa de un artesano y allí encuentra instrumentos con los que tropieza, y que lo hieren, y por ello juzgare que dicho artesano es malo, por tener esos instrumentos, sería un estulto, pues el artesano los tiene para su trabajo. Asimismo es estulto decir que las criaturas son malas por ser nocivas en algo, pues lo que es nocivo para el uno es útil para el otro.

 

Este error es contrario a la fe de la Iglesia, y para descartarlo se dice: «De todas las cosas visibles e invisibles». Génesis 1, 1 : «En el principio creó Dios el cielo y la tierra». Juan 1, 3: «Todas las cosas son hechas por El».

 

“24.—El segundo error es de los que afirman que el mundo es eterno, según este modo de hablar que Pedro consigna (2 Pedro 3, 4): «Desde que murieron los padres,3 todo sigue como al principio de la criatura».

 

Estos son inducidos a tal postura porque no supieron considerar el principio del mundo. Por lo cual, como dice Maimonides 4, a éstos les pasa lo que a un niño que desde su “24.—El segundo error es de los que afirman que el mundo es eterno, según este modo de hablar que Pedro consigna (2 Pedro 3, 4): «Desde que murieron los padres,3 todo sigue como al principio de la criatura».

 

Estos son inducidos a tal postura porque no supieron considerar el principio del mundo. Por lo cual, como dice Maimonides 4, a éstos les pasa lo que a un niño que desde su “nacimiento fuese puesto en una isla, y que nunca viese a una mujer encinta ni nacer a un niño: si a este niño se le dijera, siendo ya grande, cómo es concebido el hombre y llevado en el seno y cómo nace, no creería nada de lo que se le dijera, porque le parecería imposible que el hombre pudiese existir en el seno materno. De la misma manera, estos hombres, considerando el estado del mundo presente, no creen que haya tenido comienzo.

 

También esto es contra la fe de la Iglesia, por lo cual para descartarlo se dice: «Creador del cielo y de la tierra». Y si fueron hechos es claro que no siempre existieron, por lo cual se dice en el Salmo 148, 5: «Dios mandó y ellas fueron creadas». «Dixít et facta sunt».

 

“25.—El tercer error es de los que afirman que Dios hizo el mundo de una materia preexistente. Y a esto fueron llevados porque quisieron medir el poder de Dios conforme a nuestra capacidad, y como el hombre nada puede hacer sino de alguna materia preexistente, creyeron que también así es Dios, por lo cual dijeron que para la producción de los seres contó El con una materia preexistente.

 

Pero esto no es la verdad. En efecto, nada puede hacer el hombre sin una materia preexistente, porque él es una causa parcial y no puede dar sino tal o cual forma a una materia determinada, por algún otro proporcionada. Y la razón es que su poder no abarca sino la forma, y en consecuencia no puede ser causa sino de ella sola. Dios, en cambio, es la causa universal de todas las cosas, y no crea sólo la forma sino también la materia; así es que de la nada lo hizo todo. Por lo cual para descartar este error se dice: «Creador del cielo y de la tierra».

 

“Así es que crear y hacer difieren en que crear es hacer algo de la nada, y hacer es producir algo de cierta cosa. Por lo tanto, si de la nada creó Dios, debemos creer que podría crear todas las cosas de nuevo si fuesen destruidas: así es que puede darle la vista a un ciego, resucitar a un muerto, y hacer las demás obras milagrosas. Sabiduría 12, 18: «Con sólo quererlo lo puedes todo».

 

26.—Por la consideración de esta doctrina el hombre es llevado a cinco consecuencias.

 

Primeramente al conocimiento de la divina Majestad. Porque el artesano es superior a sus obras, y como Dios es el creador de todas las cosas, es evidente que está por encima de todas las cosas. Sabiduría 13, 3-4: “Si seducidos por su belleza, los tomaron por dioses, sepan cuánto les aventaja el Señor de todos ellos ; y si fue su poder y eficiencia lo que les dejó sobrecogidos, deduzcan de ahí cuánto más poderoso es Aquel que los hizo». Por lo cual cuanto podamos entender y pensar es inferior a Dios mismo. Job 36, 26: «¡Qué grande es Dios! Excede nuestra ciencia».

 

27.—En segundo lugar, esto lleva al hombre a la acción de gracias. Porque si Dios es el creador de todas las cosas, resulta evidente que cuanto somos y tenemos, de Dios procede. Dice San Pablo en 1 Cor 4, 7: «¿Qué cosa tienes que no la hayas recibido?». Salmo 23, 1: «Del Señor es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe de la tierra y cuantos en él habitan». Y por lo mismo debemos rendirle acciones de gracias: Salmo 115, 12: «¿Qué podré yo darle al Señor por todo lo que El me ha dado?».

 

“28.—En tercer lugar es llevado a la paciencia en las adversidades. En efecto, si toda criatura viene de Dios, y por esto mismo es buena según su naturaleza, empero, si en algo nos daría una de ellas y nos produce un sufrimiento, debemos creer que éste viene de Dios; mas no el pecado, porque ningún mal viene de Dios sino en cuanto está ordenado al bien. Por lo cual, como cualquier pena que el hombre sufra viene de Dios, pacientemente debe soportarlas. En efecto, las penas purgan los pecados, humillan a los culpables, inducen a los buenos a amar a Dios. Job 2, 10: «Si los bienes los hemos recibido de la mano de Dios, ¿por qué no hemos de aceptar igualmente los males?».

 

“29.—En cuarto lugar somos llevados a usar rectamente de las cosas creadas: en efecto, de las criaturas debemos usar para aquello para lo que fueron creadas por Dios. Ahora bien, fueron hechas con un doble objeto: para la gloria de Dios, porque «el Señor ha hecho todas las cosas en atención a El mismo» (esto es, para su gloria], como dice Prov 16, 4; y para nuestro provecho: Deut 4, 19: «El Señor tu Dios las hizo para el provecho de todas las gentes». Por lo tanto, debemos usar de las cosas para la gloria de Dios, o sea, para que al usarlas agrademos a Dios; y para nuestro provecho, o sea, de modo que al usarlas no cometamos pecado. 1 Cro 29, 14: «Tuyas son todas las cosas y te damos lo que de tu mano hemos recibido». Así es que cuanto tengas, o ciencia, o belleza, todo debes referirlo y usarlo para la gloria de Dios.

 

“30.—Todo ello nos lleva, en quinto lugar, al conocimiento de la dignidad humana. En efecto, Dios todo lo hizo para el hombre, según se dice en el Salmo 8, 8: «Todo lo pusiste bajo sus pies». Y entre todas las criaturas, el hombre es, después de los ángeles, la más semejante a Dios, por lo cual dice el Génesis (1, 26): «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». Y esto no lo dijo ni del cielo ni de las estrellas, sino del hombre. Pero no en cuanto al cuerpo, sino en cuanto al alma, que goza de una voluntad libre y que es incorruptible, que es en lo que se asemeja a Dios más que las otras criaturas. Por lo tanto, hemos de considerar que después de los ángeles el hombre tiene mayor dignidad que las demás criaturas y de ninguna manera disminuir nuestra dignidad por el pecado y por el desordenado apetito de las cosas corporales, que son inferiores a nosotros y fueron hechas para nuestro servicio, sino que debemos portarnos tal como Dios nos hizo.

 

 

“Pues bien, Dios hizo al hombre para que domine todas las cosas que existen en la tierra y para que se sujete a Dios. Por lo tanto, debemos dominar y someter las cosas; pero sujetarnos a Dios, obedecerlo y servirlo; y de esto pasaremos a la fruición de Dios. Que El se digne concedérnoslo, etc.”

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