ciencia

Artículo  12 .-  Y  EN LA VIDA ETERNA. AMEN.

167.—Conviene que como término de todos nues­tros deseos, esto es, la vida eterna, se nos proponga ese final, en el Símbolo, a los creyentes, diciendo: «Y en la vida eterna. Amén», Contra lo cual están los que asientan que el alma muere con el cuerpo. Si esto fue­se verdadero, el hombre sería de la misma condición de los brutos. Les conviene a aquéllos lo del Salmo 48, 21: «El hombre, mientras está en honor, no compren­de; se le compara con las bestias irracionales, y seme­jante es a ellas». En efecto el alma humana se asemeja a Dios por la inmortalidad; pero por parte de la sensua­lidad se asemeja a las bestias. Por lo tanto el que crea que el alma muere con el cuerpo, se aparta de la seme­janza con Dios y se equipara a las bestias. Contra lo cual dice la Sabiduría 2, 22-23: «No esperan recompensa para la justicia, ni creen en el premio de las almas san­tas. Porque Dios creó al hombre inmortal, y le hizo a imagen de su misma naturaleza».

168.—Lo primero que se debe considerar en este ar­tículo es qué clase de vida sea la vida eterna. Acerca de esto debemos saber: a) que en la vida eterna lo primero es que el hombre se une a Dios. Porque Dios es el premio y el fin de todos nuestros trabajos: Sen 15, I: «Yo soy tu protector, y tu premio será muy grande».

Pues bien, esa unión consiste en la visión perfecta: I Cor 13, 12: «Ahora vemos como en un espejo, y en enigma; pero entonces veremos a Dios cara a cara».

También consiste en la suma alabanza. Dice San Agus­tín en La Ciudad de Dios, cap. 22: «Veremos, amare­mos y alabaremos». E Isaías 51,3: «Regocijo y alegría se encontrarán en ella, acción de gracias y voces de alabanza».

169.—Consiste también en la perfecta satisfacción del deseo. En efecto, allí poseerá cada bienaventura­do más de lo deseado y esperado.

Y la razón de ello es que en esta vida nadie puede satisfacer su deseo, ni jamás nada creado sacia el anhelo del hombre. Porque sólo Dios lo sacia y lo excede de manera infinita, por lo cual el hombre no descansa sino en Dios, como dice San Agustín en sus Confesiones (libro I): «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto mientras no descanse en ti». Y como los santos poseerán en la patria a Dios perfectamente, es claro que será saciado el deseo de ellos, y aun su glo­ria lo excederá. Por lo cual dice el Señor en San Mateo 25, 21: «Entra en el gozo de tu Señor». Y San Agustín: «Todo el gozo no cabrá en los gozosos, pero todos los gozosos entrarán en el gozo». Salmo 16, 15: «Me sa­ciaré cuando aparezca vuestra gloria». Y también el Salmo 102, 5: «El que harta de bienes tu deseo».

170.—Cuanto es deleitable se halla allí superabun-dantemente. En efecto, si se antojan gozos, allí habrá el sumo y perfectísimo gozo, porque será del sumo bien, esto es, de Dios: Job 22, 26: «Pondrás entonces total­mente en el Omnipotente tus delicias». Salmo 15, II: «A tu derecha delicias para siempre».

Además, si se apetecen los honores, allí los habrá todos. Los hombres desean principalmente ser reyes, los seglares, y obispos, los clérigos. Y una y otra cosa serán allí: Apoc 5, 10: «Has hecho de nosotros reyes y sacerdotes para nuestro Dios». Y Sab 5, 5: «He aquí que son contados entre los hijos de Dios».

Además, si se apetece ciencia, allí la habrá perfectísima, porque todas las naturalezas de las cosas y toda verdad, y cuanto queramos conoceremos, y cuanto queramos poseer lo poseeremos allí con esa vida eterna. Sab 7, II: «Con ella me vinieron a la vez todos los bienes». Prov 10, 24: «Al justo se le dará lo que desee».

171.—c) En tercer lugar (la vida eterna) consiste en una seguridad perfecta. En efecto, en este mundo no hay seguridad perfecta, porque cuanto más posee al­guien y más sobresale, más cosas teme y de más co­sas carece; pero en la vida eterna no hay ni tristeza, ni trabajo, ni temor. Prov I, 33: «Gozará de la abun­dancia, sin temer mal alguno».

172.—d) En cuarto lugar, consiste en la gozosa socie­dad de todos los bienaventurados, sociedad que será sumamente deleitable, porque cada quien tendrá to­dos los bienes con todos los bienaventurados. Porque amara a cada uno como a sí mismo, por lo cual gozará por el bien del otro como de su propio bien. Lo cual hace que aumente tanto la alegría y el gozo de cada uno cuanto es el gozo de todos. Salmo 86, 7: «Es un gran gozo para todos el habitar en ti».

173.—Todo lo que se ha dicho y otras muchas cosas inefables poseerán los santos en la patria. En cambio los malos, que estarán en la muerte eterna, no tendrán menos dolor y daño que los buenos gozo y gloria.

174.—En efecto, aumenta la pena de ellos, en primer lugar por la separación de Dios y de todos los buenos. Y esta pena es la de daño, que corresponde a su aver­sión (a Dios), y tal pena es mayor que la pena del sentido. Mt 25, 30: «A ese siervo inútil echadle a las ti­nieblas exteriores». En efecto, en esta vida los malos viven en tinieblas interiores, las del pecado; pero para entonces estarán también en tinieblas exteriores.

En segundo lugar, por el remordimiento de la con­ciencia. Salmo 49, 21: «Te reprenderé y te pondré ante tu rostro». Sab 5, 3: «gimiendo con la angustia en el alma». Y sin embargo, esos sufrimientos y gemidos se­rán inútiles, porque no serán por odio al mal sino por el dolor del castigo.

En tercer lugar, por la inmensidad del castigo sensi­ble, esto es, del fuego del infierno, que torturará alma y cuerpo, el más terrible de los castigos, como dicen los santos; y estarán como si siempre murieran, y nun­ca muertos ni podrán morir, por lo cual se llama muerte eterna, porque como el que muere se halla en la amar­gura del sufrimiento, así también los que estén en el infierno. Salmo 48, 15: «Como ovejas son colocados en el infierno: la muerte los devora».

En cuarto lugar, por no tener esperanzas de salvación. En efecto, si se les diera esperanza de la liberación de sus penas, se mitigaría su castigo; pero como se les priva de toda esperanza, su castigo se vuelve graví­simo. Isaías 66, 24: «Su gusano no morirá, su fuego no se apagará».

175.—De esta manera es clara la diferencia entre bien y mal obrar, porque las buenas obras conducen a la vida, y en cambio las malas arrastran a la muerte. Por lo cual los hombres deberían hacer volver estas cosas a la memoria con frecuencia, porque así serán exci­tados al bien y se apartarán del mal. Por lo cual expre­samente se dice al final de todo: «En la vida eterna», para que siempre se grabe mejor en nuestra memoria. Que a esa vida nos conduzca Nuestro Señor Jesucris­to, Dios bendito por los siglos de los siglos. Amén.

 

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