Los libros de caballerías buscaban difundir unos valores necesarios para el mantenimiento de los reinos.


POR JAIME REVÈS, CENTINELA


El Quijote es la historia de un hidalgo que trata de restaurar el antiguo ideal de la caballería andante en un mundo decadente. Al pobre se le habían fundido los sesos de tanto leer libros de caballerías. En sus aventuras, el Caballero de la Triste Figura se cruza con seres fantásticos como los gigantes y con animales mitológicos como los unicornios, basiliscos, el ave fénix, endriagos… Ese era el universo propio de libros como el Amadís de Gaula o Tirante el Blanco. En una escena memorable, el cura cuestiona ese tipo de relatos, pero el ventero rompe una lanza (si se me permite la expresión) por los libros de caballerías:

«[N]o hay mejor lectura en el mundo, y tengo ahí dos o tres de ellos (…) que verdaderamente me han dado la vida, no sólo a mí, sino a otros muchos. Porque cuando es tiempo de la siega, se recogen aquí las fiestas muchos segadores, y siempre hay uno que sabe leer y coge uno de estos libros en las manos, y lo rodeamos más de treinta y lo estamos escuchando con tanto gusto, que nos quita mil canas».

No se trataba (solo) de literatura de evasión. En su época, los libros de caballerías buscaban difundir unos valores necesarios para el mantenimiento de los reinos. Ensalzaban valores como el honor, el coraje, el sacrificio y la lealtad. Es lo que quería leer a toda costa Ignacio de Loyola en su lecho mientras se recuperaba de las heridas sufridas en la defensa de Pamplona frente a los franceses. También preservaban el prestigio social del hombre de armas ante la pujanza económica de los mercaderes. En ese tiempo, la batalla cultural estaba ahí.

TOLKIEN, EL CREADOR DE MITOS.

Russell Kirk, padre del pensamiento conservador estadounidense, tenía claro el poder cultural de la imaginación. En Cómo ser conservador no duda en afirmar que «es la imaginación la que gobierna a la humanidad, y por ello los hombres y mujeres capaces de modificar nuestras ideas y sentimientos son los auténticos forjadores y agitadores de los órdenes moral y cívico social». Los pueblos no los mueven ni los gobernantes ni los gestores, sino los creadores de mitos.

J.R.R. Tolkien tenía esto muy claro mucho antes de que Kirk lo formulara. Él no era un escritor de cuentos infantiles. Era un profesor de lengua y literatura inglesa en la Universidad de Oxford. Un intelectual católico de profundas convicciones. Y sabía perfectamente para qué debía usar los dones que Dios le había dado.

En el poema Mitopoeia Tolkien expresa su visión de que la mitología contiene verdades espirituales y fundacionales, mientras que la creación de mitos ayuda a narrar y revelar esas verdades. El poema fue la respuesta de JRRT al escepticismo de su colega de facultad C.S. Lewis, muy escéptico sobre el valor de los «cuentos de hadas».

El poema funcionó y, tras su conversión, C.S. Lewis se sumó al proyecto de crear ficción creativa de alta calidad como medio para despertar la curiosidad del hombre moderno y facilitar la transmisión de valores trascendentes. Así nacieron las Crónicas de Narnia y otros tantos relatos fantásticos.

No es casualidad que los ensayos de Ser conservador es el nuevo punk estén salpimentados con citas de El Señor de los Anillos. Tolkien y Lewis identificaron en la Cristiandad grandes lecciones morales que creían que debían restaurarse: el honor, el sacrificio, la rectitud, el patriotismo y el romance. Además, al mezclar el mundo medieval con la magia crearon un imán para la imaginación infantil y adolescente.

Tolkien y Lewis fueron capaces de construir un imaginario tan potente que obligó tanto a la universidad como al mundo de la cultura a analizar los ideales de la Edad Media bajo una nueva luz. La escuela de Oxford lanzó un ataque frontal contra el desencantamiento del mundo, el relativismo y la muerte del espíritu que definían la modernidad del siglo XX. Si en El Señor de los Anillos, Tolkien decía eso de que «corren tiempos oscuros», en Mitopoeia no se andaba con chiquitas:

No caminaré con vuestros monos progresistas,

erecto y sabio. Ante ellos se abre

el abismo oscuro adonde el progreso lleva

(…)

No me someteré sin embargo a la Corona de Hierro

ni dejaré caer mi pequeño cetro dorado.


TOLKIEN DESPUÉS DE TOLKIEN

Después de que el profesor garabateara en un papel «En un agujero en el suelo vivía un hobbit», la literatura fantástica nunca volvió a ser lo mismo. Fue como un Big Bang. La obra de Tolkien ha influido a todas las generaciones siguientes. Su radiación ha subsistido con fuerza incluso después de su muerte.

Guy Gavriel Kay era un estudiante canadiense que fue reclutado por Christopher Tolkien como ayudante para editar la obra inédita de su padre. Tiempo después, Kay empezó a publicar sus propias novelas de fantasía: la saga El tapiz de Fionavar (una saga estrella de los ochenta) o Los leones de al-Rassan, entre otras. En esta última uno de los protagonistas es un alter ego de El Cid en una ambientación inspirada en la España medieval.

ILUSTRACIÓN DE DONATO GIANCOLA PARA THE DRAGONBONE, DE TAD WILLIAMS

No hay nada en sus libros, ensayos o poemas que revele de forma explícita la orientación política de Kay. Sin embargo, tal y como afirma Bob Tarantino, el lector puede inferir que Kay tiene una visión conservadora sobre la importancia de la historia y la tradición. A su juicio, el conservadurismo de Kay no es ideológico, sino más bien como una actitud que busca mantener lo bueno, lo bello y lo verdadero en sus historias. El deber del sacrificio, la importancia del legado cultural y las consecuencias de las propias acciones son temas habituales en su narrativa. Además, los escritos de Kay están impregnados de un tono elegíaco y de una melancolía que solo tienen las despedidas.

Pero donde más claro se ve el influjo positivo de Tolkien es en Añoranzas y Pesares. Esta es, probablemente, la mejor saga de estilo Tolkien no escrita por Tolkien. Una fantasía épica que es idealista, nostálgica, delicada y que destila una alta capacidad de asombro. En un mundo artúrico, el rey ha muerto y se iniciará una guerra dinástica entre hermanos. Uno de ellos se dejará seducir por fuerzas oscuras para saciar su sed de poder. En ese gran contexto, Simón, un huérfano que trabaja como pinche de cocina en el castillo irá descubriendo poco a poco que está llamado a grandes fines.

El autor, Tad Williams, se define a sí mismo como un escritor de izquierdas. Sin embargo, su respeto a la tradición de la fantasía épica hace que el mundo que él ha creado rezume valores medievales (es decir, cristianos) por los cuatro costados. La religión del reino de Osten Ard, el aedonismo, es una réplica poco disimulada del catolicismo. Y su presencia en las páginas de la saga no es circunstancial, sino que define a los personajes centrales, explica sus motivaciones y determina la cosmovisión del pueblo de Osten Ard. Los mitos creados por Tolkien guiaban las plumas de escritores de todo el arco ideológico.

En la misma línea que Kirk, Rod Dreher ha dicho que el relato tiene el «poder de formar e iluminar la imaginación moral, [para enseñar] el bien y el mal, el orden adecuado de nuestras almas y lo que significa ser humano». Bajo esta perspectiva, incluso las colecciones juveniles (como Dragonlace y Reinos Olvidados) parecían cumplir una buena labor. Este tipo de narrativa permitía a los chavales asomarse con asombro a los valores de la Edad Media. Aunque no tenían ninguna carga ideológica, sus aventuras no eran simple dragoneo. Todas estas novelas estaban atravesadas por, al menos, dos ideas que podríamos calificar como conservadoras: la convicción de que el pasado contiene lecciones valiosas que vale la pena preservar y el ineludible deber moral que tiene la gente común de enfrentarse al Mal.

Sin embargo, a pesar de algunas joyas sueltas, lo cierto es que la literatura de fantasía empezó a caminar en círculos. A la sombra del legado de Tolkien, tres décadas después, los relatos empezaban a resultar repetitivos. Elfos, enanos y orcos deambulaban por cuentos que empezaban a estar más sobaos que los pasiegos.

Y LLEGÓ JUEGO DE TRONOS

Cuando la literatura fantástica parecía haberse quedado sin savia nueva, llegó George R.R. Martin con su novela Juego de Tronos en 1996. Esta primera obra abrió la saga Canción de hielo y fuego, que tuvo el acierto de romper con muchos clichés y lugares comunes del género. El académico, crítico y novelista británico Adam Roberts saludó a GRRM como el «Tolkien americano».

Sin embargo, cuatro libros después Roberts hizo público que había abandonado la lectura de la saga y pasó a denominar a GRRM como el «Anti-Tolkien»:

«GRRM no tiene nada que ofrecer más que sangre, pornografía y lecciones amorales que corrompen el alma. Le doy a GRRM un respeto increíble por el vasto universo que creó y la historia asombrosamente compleja que le dio, así que lo que rechazo fundamentalmente es el mensaje de la serie, que juzgo como una traición al género de fantasía. Canción de hielo y fuego sostiene fuertemente que solo un gran poder puede mantener el mal bajo control, mientras que El Señor de los Anillos defiende la idea de que son las acciones cotidianas de la gente común las que mantienen a raya la oscuridad».

GRIMDARK: TODOS LOS TONOS DEL NEGRO.

El camino iniciado por GRRM fue llevado al extremo y dio lugar al llamado Grimdark en la década de los 2000. Este subgénero tomaba el nombre del lema del popular juego de mesa Warhammer 40.000 (In the grim darkness of the far future there is only war). Lo que ves es lo que hay. El Grimdark es una fantasía oscura caracterizada por la violencia desatada, el nihilismo y el relativismo moral de sus personajes. La lucha entre el Bien y el Mal propia de la alta fantasía había sido sustituida por simples luchas por el poder.

En la obra de Tolkien, el patriotismo y el valor de la trascendencia de las propias acciones se pone de manifiesto en la carga de los jinetes de Rohan. El rey Theoden cabalga al frente de sus soldados, sabiendo que se enfrentan a una muerte casi segura, y los insta a que sean la última oportunidad para salvar a los pueblos libres de la Tierra Media. Cuando salen al galope con las espadas en alto, no luchan por una ambición personal, sino que defienden toda una civilización.

Sin embargo, La Compañía negra es todo lo contrario. Se trata de una unidad de mercenarios sin moral ni escrúpulos que se aplica para imponer la voluntad de aquél que les ha pagado. En las contiendas en las que participan estos matarifes cínicos no hay buenos ni malos. Los dos bandos en conflicto nos acaban pareciendo igualmente crueles y despiadados.

En el grimdark el protagonista es el antihéroe. El héroe clásico, ya sea un paladín o un elfo silvano, ha sido sustituido por personajes retorcidos de dudosa moralidad. En la saga La primera ley, de Joe Abercrombie, uno de los personajes es un inquisidor. Glokta era un primer espada, pero su paso por las cárceles de los enemigos del imperio lo convirtió en un tullido amargado que disfruta con su nueva profesión de torturador.

Esta línea de literatura va dirigida a muchachos subidos de testosterona y… sí, sus valores son tan corrosivos como parece.

MATAR AL PADRE

Steven Erikson es uno de los autores actuales de referencia. Arqueólogo y antropólogo, su decalogía Malaz, el Libro de los Caídos, recrea un mundo complejo en el que distintas civilizaciones entran en conflicto. En una entrevista con Windumanoth, la revista española del género, Erikson identifica uno de los elementos estructurales de la alta fantasía:

«Muchas historias de fantasía presentan las civilizaciones como estáticas, sin evolución, y con frecuencia la lucha central en la historia es que esa civilización (en peligro) regrese a su statu quo. Nunca creí en esa noción y vi ese tropo en particular como fundamentalmente conservador y reaccionario. Probablemente sea por eso que el género de la fantasía épica tiene una atracción nostálgica tan fuerte entre los lectores: la restauración del orden pasado frente al desorden actual».

J. K. ROWLING HA SIDO CANCELADA DESPUÉS DE HABER SIDO ETIQUETADA COMO TERF.

Esta idea preocupó a algunos autores, que pensaron que era necesario iniciar las labores de demolición. Así, Tolkien pasó de ser la fuente de inspiración reconocida de la mayor parte de los escritores del género a ser ignorado o denostado. JRRT pasó a ser sospechoso de todos los males del mundo. Se ha querido presentar la Tierra Media como un parque de atracciones eurocéntrico en el que se perpetúan los estereotipos raciales y de género (sic). El apacible estilo de vida de los hobbits en La Comarca resulta ahora molesto para los trompeteros del multiculturalismo.

La alta fantasía debía derribarse porque -decían algunos- su geopolítica se basa en el Estado-nación y en ella los salvadores son siempre hombres blancos heteros. Así, la familia nuclear propia de las sociedades campesinas se representa como una cárcel para quien es diferente. La presencia de reyes justos en las novelas se denuncia como un canto al autoritarismo. El Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería es una escuela elitista.

Todas estas acusaciones son manifiestamente injustas y existen numerosas obras clásicas del género que lo desmienten. Pero, como cantaban Héroes del silencio, «todo arde si le aplicas la chispa adecuada».

FANTASÍA WOKE

Tenía que pasar… y pasó. De la pesadilla woke no se ha librado ni Narnia. El género fantástico permite convertir la literatura en un campo experimental. «La realidad es la cultura que vivimos, la fantasía es la cultura que imaginamos» dice Erikson. Y aquí el establishment cultural ha entrado con la fuerza de un troll de Moria.

Los nuevos relatos permiten acercar a la juventud a temas como la opresión, el tabú, los roles de género, las estructuras de poder, la perspectiva LGBTQ+ y las distopías climáticas. ¿Ejemplos? Las brujas son ahora mujeres empoderadas que rechazan los corsés de una sociedad sectaria y patriarcal. Los orcos son rebeldes porque el mundo les ha hecho así. La magia permite a los practicantes cambiar de cuerpo y hacer realidad la quimera del género fluido. La Nada se expande por el Reino de Fantasía en lo que parece una historia interminable.

El año pasado la revista Squire publicó un número especial con los 50 mejores libros de fantasía de todos los tiempos. El primer puesto se concedió a la novela La quinta estación, de la escritora afroamericana N.K. Jemisin. Esta obra de ficción, que ganó el Premio Hugo de 2016, recrea un mundo con un clima devastado y en cuyo trasfondo corre una historia análoga a la de la esclavitud. Que Tolkien quedara relegado al segundo puesto causa sonrojo. Y evidencia que los mandarines de la cultura oficial no pretender salvar ni las apariencias. Aun así, los fans del gran maestro no se pueden quejar, porque J. K. Rowling ni siquiera apareció en la lista. La creadora de Harry Potter ha sido cancelada después de haber sido etiquetada como feminista radical trans-excluyente (TERF). Da igual que haya vendido millones de copias y que sus libros sean actualmente la principal puerta de entrada de los preadolescentes a la fantasía. Como ocurre en cualquier otro ámbito de la cultura, la adhesión a la agenda oficial prima sobre la calidad artística.

EL ABISMO DE HELM

«Las bayonetas del ejército de Napoleón encontraron el camino ya allanado por un ejército invisible de libros, de opúsculos, derramados desde París a partir de la primera mitad del siglo XVIII y que habían preparado a los hombres y las instituciones para la necesaria renovación». Esto lo dijo Antonio Gramsci para explicar el poder cultural. El género fantástico que en los ochenta era minoritario ahora es mainstream. Los saurones de la industria lo saben y hace tiempo que derraman desde Mordor sus libros y opúsculos.

Así, un género que históricamente había sido un bastión de las verdades inmutables está ahora bajo asedio. Como en el abismo de Helm. Un reducido grupo de héroes defiende una fortaleza que en el pasado fue esplendorosa frente al asalto de unas huestes enardecidas.

Y, a pesar de todo, esta situación no es nueva para nosotros. Los pueblos libres han crecido sin olvidar su pasado y esperando el retorno del rey. Como dice Sam a Frodo: «al final, todo es pasajero como esta sombra. Incluso la oscuridad se acaba para dar paso a un nuevo día». Y, mientras tanto, ni nos someteremos a la Corona de Hierro, ni dejaremos caer nuestro pequeño cetro dorado.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *