‘Los verdaderos enfermos ahora sois vosotros’ decía el médico católico Borromeo a los refugiados judíos


El Hospital Fatebenefratelli tiene 450 años de antigüedad, Uno de los refugios católicos en Roma durante la invasión Nazi


En otoño de 1943, los soldados alemanes que se encontraban en Italia comenzaron a reunir a los judíos italianos y a deportarlos. Alrededor de diez mil personas fueron enviadas a los campos de concentración europeos durante la ocupación nazi, que duró casi dos años. La mayoría de ellas jamás regresó a su país, pero en un hospital católico, del Estado del Vaticano,  en Roma, un grupo de médicos salvó a más de 200 judíos de un destino similar. Esto ocurrió gracias a un equipo de médicos antifascistas que los diagnosticaron de una «contagiosísima» enfermedad ficticia: el síndrome K.

El Síndrome K era una enfermedad que no existía en ningún libro médico, porque no era en absoluto real. Esta dolencia era un nombre en clave inventado por el médico y activista  Adriano Ossicini para ayudar a distinguir entre los pacientes reales y los judíos y presos politicos que escapaban de una muerte casi segura.

El equipo médico del hospital Fratebenefratelli y los pacientes fingieron cuidadosamente la enfermedad. Las habitaciones con enfermos del Síndrome K fueron designadas como peligrosamente infecciosas, solo los médicos podían entrar, convenientemente protegidos. Además, los niños judíos recibieron instrucciones para toser e imitar a los enfermos de tuberculosis cuando los alemanes entraran en el hospital.

Los nazis, que hacían búsquedas rutinarias por los hospitales para arrestar a judíos, partisanos y antifascistas, se asustaron pensando que era cáncer o tuberculosis. O quizás un híbrido entre las dos.

El Hospital Fatebenefratelli tiene 450 años de antigüedad y está ubicado en una pequeña isla situada en el río Tiber, en Roma, justo enfrente del gueto judío. Cuando los alemanes ocuparon la zona, el 16 de octubre de 1943, algunos judíos huyeron al hospital católico, donde les dieron el diagnóstico de Síndrome K.

Entre docenas y cientos de judíos italianos fueron salvados en el Hospital durante el Holocausto. Varias familias judías con niños pequeños se refugiaron allí y pasaron el invierno de 1943, hasta que las fuerzas alemanas pasaron por el hospital en mayo de 1944. Además, en Fatebenefratelli también se resguardaron disidentes políticos y una estación de radio clandestina.

El 21 de junio de 2016, Fatebenfratelli fue honrado como «Casa de la Vida» por la fundación Raoul Wallenberg, una asociación estadounidense que honra actos heroicos realizados durante el Holocausto.

Giovanni Borromeo ocupó el puesto de médico jefe del Hospital después de haber rechazado  en trabajar en otros dos hospitales. Al ser un antifascista declarado, renegó de afiliarse al Partido Fascista, y por ello no pudo aceptar esos puestos en hospitales públicos. En cambio, el Fatebenefratelli era un hospital católico y privado debido al frágil concordato procurado por la Iglesia con el régimen de Mussolini. Dicho acuerdo fue la grieta de escape, por medio de la cual el Vaticano, tras la puerta, procuraba socorrer a miles de las fauces del nazismo.

Al no requerir que los empleados formaran parte de ningún partido político, Borromeo contrató a médicos que habían sido discriminados por el régimen. Gracias a eso, en el Hospital fueron aceptados refugiados desde el 16 de octubre de 1943 hasta el día de la liberación de Roma.

Amanecía el 16 de octubre de 1943 cuando las tropas nazis cercaban la Judería romana, el barrio donde se concentraba la población romana judía. Solo, durante aquellas primeras horas, fueron subidos a los camiones alemanes 1.022 judíos italianos a los que deportaron con destino a diferentes campos de concentración. Durante la ocupación, serían capturados otros 730 más, es decir, salieron de Roma 1.752 judíos, de los que solo lograron regresar a sus hogares acabada la guerra 118.

El barrio judío se encuentra a escasos metros y unido por un puente Cestio del 62 a.C. al Hospital San Juan Calibita, el centro hospitalario que la Orden de San Juan de Dios tiene en la conocida Isola Tiberina, una isla en medio del río Tíber.

Entre septiembre de 1943 y junio de 1944, el  hospital se encontraba en dependencia directa del Superior General Narciso Durchschein, ejerciendo como director médico el doctor Giovanni Borromeo que, además de ser un excelente profesional, fue un hombre justo y bueno que no dudó en abrir las puertas del centro para convertirlo en un enclave de referencia para la resistencia.

La comunidad de hermanos, en la que se encontraba el hermano Maurizio Bialek, elegido Prior en 1946, de origen polaco, gran valedor de las genialidades de Borromeo para dar refugio a sus compatriotas judíos, con la complicidad del cuadro médico del hospital, escondió en las dependencias del centro al menos a 46 familias de judíos que lograron huir sin ser interceptados por las SS. El puente romano Cestio  que separa la isla del conocido Ghetto, o barrio judío, fue el trayecto de salvación para estos romanos a los que el doctor Borromeo diagnosticó la ‘Enfermedad de K’ -en italiano, Morbo di Cappa-, un mal que nunca existió y que sirvió para aislarlos en la Sala Assunta, una de las dependencias más amplias del centro equipada con camas y que hoy hace las veces de salón de actos del hospital.

La ‘Enfermedad de K’ fue la solución que el médico Borromeo ideó para disuadir a las tropas nazis que inspeccionaban constantemente el centro, de entrar en la Sala Assunta e identificar a las familias que se encontraban allí teóricamente hospitalizadas. Según explicaba a soldados italianos y alemanes al llegar a la puerta de esa sala durante las inspecciones, él no podía impedir su acceso a aquel espacio anexo que separaba con una gran cristalera del resto de la sala, pero debía informarles de que en el interior se encontraban pacientes afectados de esta enfermedad, altamente contagiosa y para la que no autorizaban la hospitalización con otros enfermos, para evitar la epidemia en la medida de sus posibilidades.

Sin embargo, la letra que dio nombre a esta patología fue fruto del sarcasmo con el que Giovanni Borromeo quiso bautizar un mal tan peligroso, pues la K era la inicial del apellido de uno de los jefes, en Roma, de las SS y la Gestapo, el general Kappler; así como también era la inicial del apellido del comendador de las tropas alemanas en Italia, el general Kesserling.

El doctor Borromeo falleció rodeado de su familia, en una de las habitaciones del Hospital San Juan Calibita en agosto de 1961. Pero antes de morir recibió el reconocimiento ‘Justo entre las naciones’ del Gobierno Israelí y la medalla de la ciudad de Roma por el compromiso y la protección que ofreció a sus compatriotas. El hermano Maurizio fue también reconocido con la Medalla de Plata al Valor Militar.

La brillantez del médico, la hospitalidad de los Hermanos de San Juan de Dios y la valentía de todos cuanto fueron cómplices de esta historia, permitieron que, al menos aquellas familias, pudieran regresar a sus hogares sanos y salvos, libres del genocidio nazi que acabó con más de seis millones de judíos.

Los nueve meses de ocupación alemana en Roma, de septiembre 1943 a junio de 1944, fueron terribles para los judíos. Los fascistas pagaban 5.000 liras por cada judío capturado y por la capital pululaban espías y delatores, incluida la famosa traidora judía Celeste Di Porto.

Muchos judíos lograron salvarse sin embargo, por actitudes heroicas como la de la católica Giuliana Lestini que, como cuenta en la entrevista, escondió a muchos judíos en la nave de una iglesia de Parti, que tapió por dentro para impedir su identificación.

El rotativo romano cita también al Comité de Liberación Nacional, que procuró documentos falsos a los perseguidos; a las monjas de Convento de la Madre de los Siete Dolores, que albergaron 110 judíos hasta la liberación, y al profesor Giovanni Borromeo y Fray Maurizio (O.S.J.D.),  que escondieron tantos hebreos en el hospital católico de Fatebenefratelli. Aún los refugiados recuerdan las palabras de Borromeo: ‘los verdaderos enfermos ahora sois vosotros’.

La comunidad judía de Italia es una de las más antiguas de Europa, y el síndrome K solo es una manera más de las muchas que existieron para salvar a los ciudadanos de los nazis. Gracias a estas medidas, casi 9000 judíos de los 10000 que vivían en Roma evitaron ser arrestados. Tristemente, de los 1000 que viajaron a campos de concentración solo sobrevivieron 15.