La virtud de la discreción, es la pequeña virtud de la delicadeza, de la fineza espiritual, de la prudencia en el juzgar, en el obrar, en el hablar, en el mirar…

 

 

La discreción te protegerá (Proverbios 2, 11)

La discreción es la pequeña virtud de la delicadeza, de la fineza espiritual, de la prudencia en el juzgar, en el obrar, en el hablar, en el mirar, la que nos lleva actuar y hablar con rectitud edificante, compasiva y desinterezada.

Por: Marta Arrechea Harriet de Olivero

Salmo 12, 2-6

¡Salva, Yahveh, que ya no hay fieles, se acabaron los veraces entre los hijos de Adán!
Falsedad sólo dicen, cada cual a su prójimo, labios de engaño, lenguaje de corazones dobles.
Arranque Yahveh todo labio tramposo, la lengua que profiere bravatas,
los que dicen: «La lengua es nuestro fuerte, nuestros labios por nosotros, ¿quien va a ser amo nuestro?»
Por la opresión de los humildes, por el gemido de los pobres, ahora me alzo yo, dice Yahveh: auxilio traigo a quien por él suspira.

 

La virtud de la discreción, hija de la prudencia, es “la reserva en las acciones”.

La reserva del que no hace sino aquello que corresponde hacer, que no dice sino aquello que se debe decir, por el bien común, para evitar el mal objetivo, sin romper la comfianza recibida, que sabe debe callar aquello que le ha sido confiado, en un marco de cercanía y confidencia recíproca, y que merece asegurarse de los fundamentos y sentido de lo que se ha confiado y las razones que se tuvieron al decirlo. Es la sensatez para formar un juicio y el tacto para hablar u obrar. Atañe al modo de ser y de comportarse.

La discreción es la pequeña virtud de la delicadeza, de la fineza espiritual, de la prudencia en el juzgar, en el obrar, en el hablar, en el mirar, la que nos lleva actuar y hablar con oportunidad. Discreción es el mundo de la medida, de la mesura. Es famosa la oración de San Fernando de Castilla que rezaba más o menos así:

“Espíritu Santo, amor del Padre y del Hijo, inspírame siempre directamente lo que debo pensar, lo que debo decir, cómo lo debo decir, lo que debo callar, lo que debo escribir”… y estamos hablando de un rey… (Sólo que de un rey cristiano que aspiraba a la sabiduría que otorga la santidad… para reinar…) y no de un monje de clausura.

Discreción es saber proteger las intimidades de la vida propia y la vida ajena, que pueden ser desde secretos que sabemos del prójimo, deseos inconclusos de otras personas, frustraciones, miedos, insatisfacciones, ambiciones no logradas, etc. Ya lo dice el sabio refrán: “Tu amigo tiene un amigo, y el amigo de tu amigo, otro. Por lo tanto, sé discreto”.

Una persona discreta no invadirá ni violentará además, la intimidad ajena. No hará comentarios que irriten al prójimo, que lo incomoden, que lo violenten (y menos en un ambiente especial como puede ser en la mesa familiar). No hará preguntas inoportunas ni en público ni en privado. No preguntará a una persona a quemarropa cuánto gana, ni quién la llamó por teléfono, cuánto le costó lo que tiene puesto o si sigue enamorada de su marido, si su hermana se casó embarazada o si es feliz en su matrimonio.

No comentará lo que debe callar (si hay alguien que él sabía que no ha querido venir a un festejo familiar pero lo ha hecho solamente para armonizar, si escuchó una conversación privada que no le correspondía y aún así tiene ganas de comentarla).

Repito por la claridad del ejemplo sobre la importancia de la discreción, (y las consecuencias de no serlo), una anécdota de San Felipe Neri quien confesaba asiduamente a una señora por sus críticas y murmuraciones. Un día, San Felipe Neri finalmente cansado de ver su falta del propósito de enmienda, le dijo en el confesionario: “Señora, vaya un día de viento a la cima de una colina y desplume una gallina”. A la semana siguiente, cuando la señora volvió a confesarse, el santo le contestó: “Vaya ahora señora y recoja las plumas…” Lo cual quiere decir que una indiscreción, como en el resto de las virtudes, puede ser irremediable. Nunca sabremos hasta donde habrá llegado el daño que habremos hecho y tal vez nos será imposible repararlo.

Si comentamos por ejemplo en una mesa de un club o en reunión de amigos alegremente y jactándonos de saber algunas confidencias, que fulanito de tal tiene una crisis matrimonial y que le gusta otra persona, tal vez ese comentario llegue en poco tiempo a uno de sus hijos y pulverizará ante él la imagen que tenía de su padre. Daño irremediable en ese corazón tal vez adolescente. Porque ¿Cómo se repara este daño hecho tal vez para siempre en el corazón de ese hijo?…

Una persona discreta se retirará sin hacerse notar, cuando sienta que su presencia pueda interrumpir la intimidad de una conversación ajena. Por ejemplo si acompañó a una amiga al médico la esperará afuera, si es un familiar hablará con el médico en privado, pero siempre elegirá retirarse, proteger la intimidad ajena y no estar de más. Entre las dos opciones elegirá la de mantenerse a un lado y estar alerta en caso de que se la necesite. Si ha sido invitada en una casa de vacaciones tratará de retirarse siempre antes, (si es que escuchó que vendrían otros invitados) o al menos cuando se cumpla la fecha prevista y no prolongará su estadía hasta molestar. No pedirá nada que pueda incomodar a los dueños de casa, (como un trato especial, una comida determinada, una almohada mas dura o más blanda), y se adecuará a los usos de la casa.

Golpeará siempre una puerta antes de entrar, para no interrumpir la intimidad ajena. Tratará de no hacer ruidos al caminar, al abrir y cerrar las puertas. Tratará de pasar inadvertida. No abrirá jamás una carta que estuviese dirigida hacia otra persona respetando su intimidad, (aunque sea de la familia o el propio cónyuge). Esto lo puede hacer una madre con un hijo menor de edad si sospecha algo extraño de sus amigos o en su comportamiento, pero para aconsejar en estos casos puntuales están los buenos sacerdotes.

Una persona discreta tampoco querrá llamar la atención en toda su manera de comportarse (y por lo tanto evitará gesticular y cuidará las posturas y la presencia). Se preocupará más en entonar con el ambiente que en reinar sobre él, ese afán de protagonismo que es lo que ridiculiza, expone y desfigura tanto a las personas.

El discreto tendrá además un estilo de vida sobrio y moderado en todos los órdenes. Evitará todos los excesos. Tendrá lo que hoy en día definimos comúnmente como con el “perfil bajo”. Esto se notará desde los colores de su vestimenta, (porque tomará de la moda lo más clásico y menos llamativo), hasta su casa, el auto que use, (que no será ostentoso sino bueno y confortable), los lugares que elija para veranear, (que serán los mas apropiados para su familia y no los que dicten las modas del momento) y el modo en que lo haga. La persona discreta, y por lo tanto educada, tenderá a lo sobrio, a lo elegante en las formas, en el modo de vestir, en la decoración de su hogar y hasta en su lenguaje.

Es muy importante la discreción en orden a la convivencia con respecto a la vida de los demás, familiar y laboralmente. Se puede ser discreto o indiscreto con un gesto, (demostrando con un bostezo que estamos aburridos en una conferencia o en clase). Con una mirada, (clavándola sobre una persona que accidentalmente se está cambiando en un vestuario o tiene un defecto físico como una rengera, una joroba o es enana). Comentando con la vecina o el peluquero la intimidad de nuestra propia casa, los problemas familiares o las limitaciones de cada uno de sus miembros.

Laboralmente, la discreción es una virtud muy importante y toca el mundo de la ética. Por ejemplo un médico, deberá ser muy reservado con referencia al estado de salud y problemas personales de cada uno de sus pacientes y no pasar información de los mismos a otras personas. Un empleado deberá también tener sumo cuidado con el manejo de la información de una empresa o las intimidades de sus patrones a las cuales haya accedido por distintos medios.

Para ganarnos la confianza de las personas, (especialmente de los adolescentes), las claves están en la comunicación, la sinceridad y discreción. El saber guardar las confidencias que nos hagan. Muchos jóvenes se sienten traicionados por sus padres quienes, a veces, para vanagloriarse de lo que le han confiado o por no darle la debida importancia que tienen las revelaciones secretas de los hijos, las revelan y las publican a amigos y familiares.

El vicio opuesto a la discreción es la indiscreción. La revolución anticristiana, que ha vaciado al hombre interiormente y lo ha desbordado totalmente, ha arrasado con la discreción.

En nombre de una falsa “sinceridad” y “autenticidad” y de rechazar la “hipocresía”, todo lo más bajo y los aspectos peores del hombre está desbordado y expuesto hacia lo externo.

La revolución anticristiana ha expuesto la intimidad de las personas, con todas sus mezquindades al dominio público para presentarla en su faceta en que menos se asemeja al Creador. Miserias, debilidades y pecados que durante siglos estuvieron reservados al ámbito de la intimidad de los confesionarios ahora son expuestos al común de una manera grotesca. Esta explosión de vulgaridad y de ordinariez es llevada a su máxima expresión en la televisión, con programas en donde se muestra la intimidad de “personas” (que ya han dejado de serlo), totalmente abandonadas de sí mismas, sin otros objetivos que estar tiradas como animales.