«¿Qué llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él. 

+Santo Evangelio

Evangelio según San Lucas 1,57-66.

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: «No, debe llamarse Juan».

Ellos le decían: «No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre».

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: «Su nombre es Juan». Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: «¿Qué llegará a ser este niño?». Porque la mano del Señor estaba con él.


+Meditación

San Agustín. Sermón 6 Natividad de S. Juan Bautista

¿Cuál será la gloria del juez, si la gloria de su heraldo es tan grande? ¿Quién será el que es el camino (Jn 14,5) si es tan grande el que prepara el camino? (Lc 3,6) … Celebramos la natividad de Juan. Celebramos la natividad de Cristo… Juan nace de una mujer estéril. Cristo nace de una joven virgen. La edad de los padres no facilitaba el nacimiento de Juan. El nacimiento de Cristo tiene lugar sin la intervención del varón.  Juan es profetizado por un ángel, Jesús es concebido por el anuncio de un ángel… el nacimiento de Juan es objeto de incredulidad y su padre queda mudo. María cree en el nacimiento de Cristo y concibe por la fe…

Juan aparece como una frontera situada entre los dos testamentos, el antiguo y el nuevo. El Señor mismo declara que Juan es como una frontera cuando dice: “La ley y los profetas llegan hasta Juan” (Lc 16,16) .Juan representa a la vez lo antiguo y lo nuevo. Siendo testimonio de lo antiguo nace de padres ancianos.  Siendo el testimonio de los tiempos venideros, es profeta desde el seno de su madre (Lc 1,41)… Aparece como precursor de Cristo antes de verlo con sus ojos. Son cosas divinas que sobrepasan la capacidad de nuestra fragilidad humana.

Por fin, nace Juan, recibe su nombre y la lengua de su padre se desata. Todos estos acontecimientos hay que contemplarlos en su significado profundo.


MEDITACIONES DE SAN ALFONSO MARIA DE LIGORIO

Se manifestó a todos los hombres la gracia de Dios Salvador nuestro, enseñándonos que vivamos en este siglo piamente, aguardando la esperanza bienaventurada, y el advenimiento glorioso del gran Dios y Salvador Jesucristo. Tito 2, 11.

Apparuit gratia Deu Salvatoris nostri ómnibus hominisbus, erudiens nos ut…pie vivamus in hoc seculo, expectantes beatam spem, et adventum glorias magni Deu, et Salvatoris nostri Jesu Christi.

Considera que por la gracia que aquí se dice manifestada se entiende el entrañado amor de Jesucristo hacia los hombres, amor nunca merecido por nosotros, y por esto se llama gracia.

Este amor por otra parte fue siempre el mismo en Dios, pero no siempre se mostró del mismo modo. Primeramente fue prometido en tantas profecías, y encubierto bajo el velo de tantas figuras.

Más en el nacimiento del Redentor se dejó ver a las claras este amor divino, apareciendo a los hombres el Verbo eterno, niño, recostado sobre el heno, que gemía y temblaba de frío, comenzando ya de esta manera a satisfacer por nosotros las penas que merecíamos, y dando así mismo a conocer el afecto que nos tenía, con dar por nosotros la vida.

Porque, como dice san Juan: En esto hemos conocido la caridad de Dios, en que puso él su vida por nosotros. 1 Jn 3, 16. Se manifestó, pues, el amor de Dios, y se manifestó a todos, ómnibus hominibus. Pero ¿por qué después no le han conocido todos, y todavía hay tantos que no le conocen? El mismo Jesucristo da la razón: Porque los hombres amaron más la tinieblas que la luz. Jn. 3, 19. No le han conocido ni conocen, porque no quieren, estimando en más las tinieblas del pecado, que la luz de la gracia.

Procuremos no ser del número de estos infelices. Si hasta aquí hemos cerrado los ojos a la luz, pensando poco en el amor de Jesucristo, procuremos en los días que nos restan de vida tener siempre delante la vista las penas y la muerte de nuestro Redentor, para amar a quién tanto nos ha amado, “aguardando entre tanto la esperanza bienaventurada y el advenimiento glorioso del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo”.

Así podremos confiar fundadamente, según las divinas promesas, en aquel paraíso que Jesucristo nos ha adquirido con su sangre. En esta primera venida, viene Jesús niño, pobre y envilecido, y dejase ver nacido en un establo, cubierto de pobres mantillas, y reclinando sobre el heno; pero en la segunda venida vendrá de juez sobre un trono de majestad.

¡Dichoso en aquella hora el que le habrá amado, y miserable el que no le haya amado!


Afectos y súplicas.

¡Oh mi santo Niño! Ahora os veo sobre esa paja, pobre, afligido y abandonado; más sé que un día habéis de venir a juzgarme en un solio de resplandores, y cortejado por los ángeles. ¡Ah! Perdonadme, antes que me hayáis de juzgar. Entonces deberéis portaros como Dios de justicia, pero ahora sois para mí Redentor y Padre de misericordia.

Yo ingrato, he sido uno de aquellos que no os han conocido, porque no han querido conoceros; y por esto en vez de pensar en amaros, considerando el amor que me habéis tenido, no he pensado sino en satisfacer mis apetitos, despreciando vuestra gracia y vuestro amor. Esta mi alma, que he perdido, ahora la consigno en vuestras santas manos.

Salvadla, Señor: In manus tuas commendo spiritum meum. En tus manos mi espíritu encomiendo, tú, Yahveh, me rescatas. Dios de verdad. Sal.31, 6.

En Vos pongo, deposito todas mis esperanzas, sabiendo que habéis dado la sangre y la vida por mí, para rescatarme del infierno: Redemisti me, Domine, Deus veritatis. Vos no habéis permitido que yo muriese cuando estaba en pecado, y me habéis esperado con tanta paciencia, para que yo, reconocido, me arrepienta de haberos ofendido, y comience a amaros; y así podáis después perdonarme y salvarme. Sí, Jesús mío, pues perdonarme y salvarme.

Sí, Jesús mío, quiero complaceros: yo me arrepiento sobre todo mal de cuantos disgustos os he causado: me arrepiento, y os amo sobre todas las cosas. Salvadme por vuestra misericordia; y mi salvación sea amaros siempre en esta vida y en la eternidad.

Amada madre mía, María, recomendadme a vuestro Hijo. Hacedle presente que yo soy siervo vuestro, y que en Vos he puesto mi esperanza. Él os oye, y nada os niega.


+Catecismo

Nuevo Adan, Nueva Eva

Jesús fue concebido por obra del Espíritu Santo en el seno de la Virgen María porque él es el Nuevo Adán (cf. 1 Co 15, 45) que inaugura la nueva creación: «El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo viene del cielo» (1 Co 15, 47). La humanidad de Cristo, desde su concepción, está llena del Espíritu Santo porque Dios «le da el Espíritu sin medida» (Jn 3, 34). De «su plenitud», cabeza de la humanidad redimida (cf Col 1, 18), «hemos recibido todos gracia por gracia» (Jn 1, 16).

Jesús, el nuevo Adán, inaugura por su concepción virginal el nuevo nacimiento de los hijos de adopción en el Espíritu Santo por la fe «¿Cómo será eso?» (Lc 1, 34;cf. Jn 3, 9). La participación en la vida divina no nace «de la sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino de Dios» (Jn 1, 13). La acogida de esta vida es virginal porque toda ella es dada al hombre por el Espíritu. El sentido esponsal de la vocación humana con relación a Dios (cf. 2 Co 11, 2) se lleva a cabo perfectamente en la maternidad virginal de María.

María es virgen porque su virginidad es el signo de su fe no adulterada por duda alguna (cf. LG 63) y de su entrega total a la voluntad de Dios (cf. 1 Co 7, 34-35). Su fe es la que le hace llegar a ser la madre del Salvador: Beatior est Maria percipiendo fidem Christi quam concipiendo carnem Christi («Más bienaventurada es María al recibir a Cristo por la fe que al concebir en su seno la carne de Cristo» (San Agustín, De sancta virginitate, 3: PL 40, 398)).

María es a la vez virgen y madre porque ella es la figura y la más perfecta realización de la Iglesia (cf. LG 63): «La Iglesia […] se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios. También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo» (LG 64). (CEC 504-507)


 

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