Todos los que padecían algún mal se arrojaban sobre él para tocarlo. 

Evangelio Diario y Meditación

+Santo Evangelio:

Evangelio según San Marcos 3,7-12. 

Jesús se retiró con sus discípulos a la orilla del mar, y lo siguió mucha gente de Galilea. 

Al enterarse de lo que hacía, también fue a su encuentro una gran multitud de Judea, de Jerusalén, de Idumea, de la Transjordania y de la región de Tiro y Sidón. 

Entonces mandó a sus discípulos que le prepararan una barca, para que la muchedumbre no lo apretujara. 

Porque, como curaba a muchos, Y los espíritus impuros, apenas lo veían, se tiraban a sus pies, gritando: «¡Tú eres el Hijo de Dios!». 

Pero Jesús les ordenaba terminantemente que no lo pusieran de manifiesto. 

+Meditación:

Beda

Unos y otros se arrojaban a los pies del Señor, los que tenían mal de enfermedades corporales, y los que estaban atormentados por los espíritus inmundos; los primeros con la intención de obtener la salud; los últimos, es decir, los poseídos, o mejor, los demonios que en ellos estaban, obligados por el temor a su divinidad no sólo a arrojarse a sus pies, sino también a confesar su majestad. «Y gritaban diciendo: Tú eres el Hijo de Dios». ¡Qué asombrosa es por tanto la ceguedad de los arrianos que después de la gloria de la resurrección niegan al Hijo de Dios, a quien los demonios mismos confiesan Hijo de Dios aun viéndole en carne mortal!

«Mas El los apercibía con graves amenazas para que no le descubriesen». Dios dijo al pecador ( Sal 49,16), «¿Por qué refieres mis justicias?» Se prohíbe al pecador que anuncie al Señor, para que no se sigan oyendo sus errores. Perverso maestro es el diablo, que mezcla muchas veces lo falso con lo verdadero para encubrir con apariencia de verdad el testimonio del engaño. Se prohíbe también anunciar al Señor no sólo a los demonios, sino a los curados por Cristo y los apóstoles, a fin de que no se retardase su pasión por la publicidad de su majestad divina.

+Comunión Espiritual:

De Santa Margarita María Alacoque:  “Padre eterno, permitid  que os  ofrezca el Corazón de Jesucristo,  vuestro  Hijo muy  amado, como se ofrece Él mismo, a Vos  en sacrificio. Recibid  esta ofrenda por mí, así como por todos los deseos, sentimientos, afectos  y actos de este Sagrado Corazón. Todos son  míos, pues Él se inmola por mí,  y yo no quiero tener en adelante otros deseos que los suyos. Recibidlos para concederme por  sus méritos todas las gracias que me son necesarias, sobre todo la gracia de la perseverancia  final. Recibidlos como otros tantos actos de amor, de adoración y alabanza que ofrezco a vuestra  Divina Majestad, pues por el Corazón de Jesús sois dignamente honrado y glorificado.” Amén.

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