Recurrir a la descalificación cuando faltan argumentos


Cuando falta altura intelectual se cae en los lodos personales

Las grandes mentes discuten ideas, las mentes mediocres debaten sobre los acontecimientos, las mentes pequeñas hablan de los demás.

Por desgracia, la tendencia a descalificar a los demás cuando no se tienen argumentos sólidos es cada vez más común en todas las esferas de nuestra vida social, una tendencia que pone en peligro nuestra capacidad para llegar a un discernimiento porque va destruyendo puentes a su paso. Esa tendencia se conoce como falacia ad hominem.


¿Qué es la falacia ad hominem?

Somos testigos prácticamente a diario de la falacia ad hominem. Podemos verla en los medios de comunicación o las redes sociales, cuando hay dos partes que defienden argumentos contrarios y una de ellas intenta desacreditar a la otra recurriendo a argumentos irrelevantes para el tema como situaciones de la vida personal, de sus vínculos familiares, de su entorno religioso, de la historia familiar, de aspectos de su pais, raza o religión, etc.

La falacia ad hominem es la tendencia a atacar al interlocutor, en vez de rebatir sus ideas. Quien la utiliza, descalifica los argumentos del otro a través de ataques personales dirigidos a menoscabar su autoridad o fiabilidad.

Se puede recurrir a los insultos personales, la humillación pública o incluso sacar a colación errores que esa persona cometió en el pasado. También es común que se ataquen características personales del interlocutor que, aparentemente, entran en contradicción con la posición que defienden. Y no falta quienes recurren a la mentira o exageran supuestos defectos del otro para devaluar sus ideas.

El objetivo principal de esta falacia consiste en desacreditar a la persona que defiende una idea redirigiendo el foco de atención hacia un aspecto irrelevante que nada o poco tiene que ver con la situación en cuestión.

Las descalificaciones personales dicen más del atacante que del atacado

La falacia ad hominem suele ser el resultado de la falta de argumentos y la frustración. Usar esta estrategia es como cuando un futbolista no logra alcanzar la pelota y le pone la zancadilla a su adversario para que caiga. No es un juego limpio. Y, sin duda, dice mucho más de la persona que ataca que de quien es atacado.

Cuando no se tienen ideas sólidas, se recurre a las descalificaciones y la humillación. Esos ataques pueden llegar a ser extremadamente virulentos y llegar al plano personal ya que tienen como objetivo que el otro se avergüence y guarde silencio o que pierda su credibilidad ante los demás.

Sin embargo, los ataques personales descalifican también al atacante, ya que muestran su irracionalidad y su pobreza argumental. Quien no puede batirse en el plano de las ideas, pero quiere ganar a toda costa, arrastrará a su interlocutor al plano personal.

El principal problema es que, aunque nos gusta pensar que somos personas muy racionales y sensatas, en realidad somos particularmente vulnerables a la falacia ad hominem, como comprobaron investigadores de la Universidad Estatal de Montana.

Cuando se provoca una actitud de rechazo hacia el oponente, también desarrollamos cierto rechazo, hacia sus palabras. Es un fenómeno psicológico de transferencia que se agudiza por nuestra tendencia a ver las discusiones o debates como competiciones en las que debe haber un ganador. Y en nuestra sociedad, para ganar no siempre hace falta tener la razón, sino imponerse, aunque sea con descalificaciones.

¿Cómo escapar de la falacia ad hominem?

Si alguna vez estamos en medio de un debate y nos vemos tentados a atacar de manera personal a nuestro interlocutor, es conveniente que nos detengamos un segundo a pensar qué emoción nos está empujando a hacerlo. Es probable que sea la rabia o la frustración. En su lugar, debemos pensar que un debate constructivo no es aquel donde se declaran ganadores y vencidos sino aquel en el que se produce un crecimiento.

Ser víctimas de este tipo de ataques también puede ser muy frustrante. Por eso, lo primero es contener el impulso de contraatacar y llevar el conflicto al plano personal. Jorge Luis Borges contó una anécdota en “Historia de la eternidad” en la que a un hombre le arrojaron a la cara un vaso de vino en medio de una discusión. El agredido, sin embargo, no se inmutó. Se limitó a decirle al ofensor: “Esto, señor, es una digresión; espero su argumento”.

También debemos protegernos de este tipo de “argumentos” engañosos con el que se pretende manipular la opinión de las masas para que no escuchen ideas valiosas. Por tanto, se trata de mantener la mente abierta y ponernos en alerta ante cualquier ataque personal porque probablemente implica que detrás hay una opinión o idea sólida que resulta difícil desmontar.


Fuentes:

Barnes, R. M. et. Al. (2018) The effect of ad hominem attacks on the evaluation of claims promoted by scientists. PLoS One; 13(1): e0192025.

Dahlman, C. et. Al. (2011) Fallacies in Ad Hominem Arguments. Cogency; 3(2): 105-124.

García Damborenea, R. (2005) Falacia ad hominem, o falacia ad personam. Diccionario de Falacias; 46-52.