El que es elocuente, interceda con el rico por los pobres; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere aunque fuese por el más pequeño


Mt 25, 14-30: “Has sido fiel en lo poco, pasa al banquete de tu Señor”

Por San Juan Pablo II

«–Los “talentos personales”

“Dichoso el que siga los caminos del Señor” (Sal 127,1). “Dichoso el hombre que teme al Señor” (Sal 127,4). En la liturgia de este XXXIII domingo “per annum”, que nos prepara al Adviento ya cercano, la Iglesia nos llama a un vigilante y dinámico uso de los talentos que el Señor ha confiado a cada uno de nosotros, y a ser generosos en la correspondencia a las gracias y a los dones que Él nos destina. Por esto, no son dignos del Señor la comunidad o el individuo que por miedo de comprometerse, se cierran en sí mismos y se desentienden de las realidades de este mundo. Precisamente en el Evangelio tenemos la actitud típica del que no hace fructificar los dones recibidos: «Señor sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra» (Mt 25,24-25). ¿Se puede decir de él que es dichoso porque ha tenido miedo del Señor” ¡Ciertamente no! Lo dan a entender las mismas palabras de Cristo. Efectivamente, el Señor de la parábola reprueba el comportamiento de ese siervo. Es un siervo negligente y holgazán, que no ha utilizado en absoluto su dinero, no lo ha explotado, sino que sin más lo ha desperdiciado. Y he aquí lo que dice el Señor: «Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene» (Mt 25,28-29).

—Temor de Dios

Esta parábola de los talentos nos enseña a distinguir el verdadero temor de Dios del falso. El verdadero temor de Dios no es miedo, sino más bien don del Espíritu, por el cual se teme ofenderle, entristecerle y no hacer lo suficiente para hacer su voluntad; mientras que el falso temor de Dios se funda en la desconfianza en Él y sobre el mezquino cálculo humano. Tiene verdadero temor de Dios el que sigue los caminos del Señor (Sal 127,1), tal como se manifestó en el comportamiento del primero y del segundo siervo, alabados ambos por el Señor con las palabras: «Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante (Mt 25,21-23).

Pero, ¿cuál es el significado de estos talentos evangélicos” Como es sabido, tiene un sentido analógico y, por esto, pueden prestarse a varias explicaciones. La parábola responde ante todo a las instancias del Reino: se engañan los que creen cumplir su obligación con relación a Dios, dándole lo que juzgan lo «suyo», como dice el siervo holgazán aquí tienes lo tuyo (Mt 25,25), es decir, sin pensar que se trata de una relación existencial en la que el hombre debe corresponder con la entrega total de sí mismo, sin soluciones de comodidad o de miedo. Efectivamente, la parábola, insertada como está en el contexto de la parusía, hace pensar en la plenitud del Reino, como premio de una vigilancia que es espera operante y valiente en vista de la cual no nos podemos contentar con conservar el tesoro, mucho menos cuando dejar infructuoso los dones de los diversos talentos es culpa que merece llanto y rechinar de dientes (Mt 25,30). Todo esto comporta para cada uno de los cristianos el compromiso de corresponder a la gracia divina en orden a la perseverancia final, y exige también la voluntad de construir un nuevo mundo.

En el pasaje del libro de los Proverbios y el Salmo responsorial, son muy instructivos. En ellos se describe a la mujer ideal, en el seno de la familia, y se exalta sus méritos y la alegría con que ella sabe colmar su hogar. Sus cualidades principales son: la laboriosidad, el interés por los pobres, la prudencia, la bondad y la donación total al marido y a los hijos. De este modo ella, empleando sabiamente su talento, realiza con plenitud su vocación de mujer en el ámbito de su familia y en el más amplio de la Iglesia y de la sociedad. En cualquier parte, gracias a la mujer que hace fructificar su talento de fe y de caridad operante, la familia, de la que ella es sabia custodia e inspiradora, y “en las distintas generaciones coinciden y se ayudan mutuamente a lograr una mayor sabiduría y armonizar los derechos de las personas con las demás exigencias de la vida social, constituye el fundamento de la sociedad” (Gaudium et Spes, 52).

—Comprometerse con Dios

Por esto, de la liturgia de hoy nace una doble llamada a permanecer en Cristo, como hemos escuchado en el canto del aleluya: “Sé fiel hasta la muerte, dice el Señor, y te daré la corona de la vida eterna”, y a vigilar según las palabras de San Pablo a los Tesalonicenses. También aquí retorna el tema general del empleo generoso de los talentos, dados por Dios. El cristiano no es aquél que pierde el tiempo discutiendo sobre el día y la hora de la venida del Señor, sino más bien aquél que, instruido por la palabra de Jesús, vive en comunión con Él, vigilando constantemente. Esta espera, para ser auténtica, debe ser operante. Pablo insiste a los Tesalonicenses para que sean activos en el bien: el bien concreto, el de cada día. Se salvarán los que son vigilantes y sobrios, no los que duermen. Una certeza guía la vida del cristiano y determina su conducta: ¡el Señor vendrá! y no hay que considerar su venida solamente en términos escatológicos, es decir, la que tendrá lugar al fin del mundo, sino también la que se realiza en nuestro tiempo y en nuestras vicisitudes cotidianas. De aquí nace también nuestra responsabilidad ante el mundo por su paz y su seguridad (cfr. 1 Ts 5,3); pero no por “esa paz que reina entre los hombres, infiel, inestable, mudable e incierta…, sino por la paz que proviene de Jerusalén”, como explica San Agustín (Enarr. in Ps., 127,16), esto es, por la paz que garantiza el Señor. Continúa el santo obispo de Hipona: “Ésta es la paz que os predicamos, la que nosotros mismos amamos y deseamos que améis. Es una paz que conseguirán los que en la tierra han sido pacíficos. Para estar allí en la paz, es necesario ser pacíficos aquí. Estos pacíficos se sientan alrededor de la mesa del Señor” (ib.,16).

Que las palabras del Señor: “Muy bien. Eres un empleado fiel y cumplidor…, pasa al banquete de tu Señor” (Mt 25,21 y 23), se cumplan y se realicen también en cada uno de vosotros.”

PADRES DE LA IGLESIA

San Basilio: «Uno solo no puede tener todos los carismas espirituales, sino que a cada uno fue dado alguno según el don del Espíritu Santo, en la medida de la fe (ver Rom 12,6). En la vida común, pues, los dones particulares son para todos: “El Espíritu da a uno la sabiduría para hablar; a otro la fe, también en el mismo Espíritu, de hacer milagros; a uno el don de la profecía; a otro, el don de juzgar sobre el valor de los dones del Espíritu; a éste, el don de lenguas, a aquél, el don de interpretarlas” (1Cor 12,8?10). Cada uno de estos dones, recibe el hombre no para sí, sino para los demás. La fuerza del Espíritu Santo está en que cada uno comunique la cantidad para todos. En la vida común cada uno tiene la posibilidad de servirse de su don, compartiendo con los demás. Así entonces cada uno recoge el fruto de los ajenos dones, como si fueran suyos».

San Gregorio: «El que tiene, pues, talento, procure no ser mudo; el que tiene abundancia de bienes, no descuide la caridad; el que experiencia de mundo, dirija a su prójimo; el que es elocuente, interceda con el rico por los pobres; porque a cada uno se le contará como talento lo que hiciere aunque fuese por el más pequeño».

CATECISMO

546: Jesús llama a entrar en el Reino a través de las parábolas, rasgo típico de su enseñanza. Por medio de ellas invita al banquete del Reino, pero exige también una elección radical para alcanzar el Reino, es necesario darlo todo; las palabras no bastan, hacen falta obras. Las parábolas son como un espejo para el hombre: ¿acoge la palabra como un suelo duro o como una buena tierra? ¿Qué hace con los talentos recibidos?

1880: Una sociedad es un conjunto de personas ligadas de manera orgánica por un principio de unidad que supera a cada una de ellas. Asamblea a la vez visible y espiritual, una sociedad perdura en el tiempo: recoge el pasado y prepara el porvenir. Mediante ella, cada hombre es constituido «heredero», recibe «talentos» que enriquecen su identidad y a los que debe hacer fructificar. En verdad, se debe afirmar que cada uno tiene deberes para con las comunidades de que forma parte y está obligado a respetar a las autoridades encargadas del bien común de las mismas.

1936: Al venir al mundo, el hombre no dispone de todo lo que es necesario para el desarrollo de su vida corporal y espiritual. Necesita de los demás. Ciertamente hay diferencias entre los hombres por lo que se refiere a la edad, a las capacidades físicas, a las aptitudes intelectuales o morales, a las cirtcunstancias de que cada uno se pudo beneficiar, a la distribución de las riquezas. Los «talentos» no están distribuidos por igual.

1937: Estas diferencias pertenecen al plan de Dios, que quiere que cada uno reciba de otro aquello que necesita, y que quienes disponen de «talentos» particulares comuniquen sus beneficios a los que los necesiten. Las diferencias alientan y con frecuencia obligan a las personas a la magnanimidad, a la benevolencia y a la comunicación. Incitan a las culturas a enriquecerse unas a otras.

 

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