¿Somos cristianos de la luz, de las tinieblas, o, peor, de la mediocridad?

 

El bien del hombre no sólo se ha de buscar en las finalidades universalmente válidas, sino también en los métodos utilizados para alcanzarlas:  el fin bueno jamás puede justificar medios intrínsecamente ilícitos. (Benedicto XVI)

Mediante una parábola, enseña Jesucristo la habilidad de un administrador que es llamado a rendir cuentas por su amo, acusado de derrochar la hacienda (Evangelio del Domingo XXV [C] del tiempo ordinario; Lc 16,113).

Aquel hombre reflexionó sobre su negro futuro y recurre a una trampa para conseguirse amigos que luego le ayuden entre los demás deudores de su amo: «Ya sé lo que voy a hacer, para que cuando sea removido de la administración me reciban en sus casas».

El dueño se enteró de lo que había hecho su administrador y lo alabó por su sagacidad y astucia. No alaba el Señor la inmoralidad de este administrador, sino el empeño, la decisión, la astucia, la capacidad de sobreponerse y resolver una situación difícil, el no dejarse llevar por el desánimo. «¿Por qué puso el Señor esta parábola? No porque el siervo aquel fuera precisamente un modelo a imitar, sino porque fue previsor para el futuro, a fin de que se avergüence el cristiano que carece de esta determinación» (San Agustín).

Con un tono de cierta tristeza, Jesús concluye: «Los hijos de este siglo son más sagaces en sus negocios que los hijos de la luz». «Llama hijos de este siglo a los que piensan en adquirir las comodidades de la tierra, e hijos de la luz a los que obran espiritualmente, mirando sólo al amor divino. Sucede, pues, que en la administración de las cosas humanas disponemos con prudencia de nuestros bienes y andamos solícitos en alto grado para tener un refugio en nuestra vida si llega a faltarnos la administración, pero cuando debemos tratar las cosas divinas, no meditamos lo que para la vida futura nos conviene» (Teofilacto). Quiere el Señor que pongamos en los asuntos de nuestra alma, el empeño, la ilusión y la habilidad que muchos ponen en lo que les interesa, en lo que les es más entrañable y querido. .

 

Cristianos opacos

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 44, viernes 31 de octubre de 2014

El examen de conciencia sobre nuestras palabras, así como lo propone san Pablo, nos ayudará a responder a una pregunta crucial sobre nosotros mismos: ¿somos cristianos de la luz, de las tinieblas, o, peor, de la mediocridad? Es el interrogante que el Papa Francisco planteó en la misa del lunes 27 de octubre.

Para proponer este esencial examen de conciencia el Papa Francisco se inspiró en el pasaje de la Carta a los Efesios (4, 32-5, 8): «San Pablo dice a los cristianos que debemos comportarnos como hijos de la luz y no como hijos de las tinieblas, como éramos antes». Y «para explicar esto —tanto él como el Evangelio (Lucas 13, 10-17)— hace una catequesis sobre la palabra: cómo es la palabra de un hijo de la luz y cómo es la palabra de un hijo de las tinieblas».

Así, pues, explicó el Papa relanzando la catequesis paulina, «la palabra de un hijo que no es de la luz puede ser una palabra obscena, una palabra vulgar». Dice de hecho el apóstol: «De la fornicación, la impureza, indecencia o afán de dinero, ni hablar». De este modo, hizo notar el Papa Francisco, «un hijo de la luz luz no tiene este lenguaje vulgar, este lenguaje sucio».

Existe, sin embargo, «una segunda palabra, la palabra mundana». Y Pablo sugiere que no se hable tampoco «de vulgaridad, futilidades, trivialidades». Y «la mundanidad es vulgar y trivial», destacó. Por su parte, «un hijo de la luz no es mundano y no debe hablar de mundanidad, de vulgaridad».

Pero san Pablo va más allá y dice: «Estad atentos, que nadie os engañe con palabras vacías». Un mensaje que no pierde su actualidad, por lo que el Pontífice añadió que hoy «escuchamos muchas» palabras vacías. Y algunas son incluso «bellas, bien dichas, pero vacías, sin nada por dentro». Por ello «tampoco esta es la palabra del hijo de la luz».

Y también, afirmó el Papa , «existe otra palabra en el Evangelio» y es precisamente «la que Jesús dice a los doctores de la ley: “hipócritas”». Sí, es precisamente «la palabra “hipócrita”». Y así, sugirió, también nosotros «podemos pensar cómo es nuestra palabra: ¿es hipócrita? ¿Es un poco de aquí y un poco de allá, para estar bien con todos? ¿Es una palabra vacía, sin esencia, llena de superficialidad? ¿Es una palabra vulgar, trivial, o sea, mundana? ¿Es una palabra sucia, obscena?». No es propio de los hijos de la luz «este modo de hablar, hablar siempre de cosas sucias o de mundanidad o de superficialidad o hipócritamente».

En cambio «¿cuál es la palabra de los santos, es decir, la palabra del hijo de la luz?». También san Pablo nos da la respuesta: «Sed imitadores de Dios: caminad en la caridad; caminad en la bondad; caminad en la mansedumbre». Quien camina así, es precisamente, un hijo de la luz.

«Hoy la Iglesia nos hace reflexionar sobre el modo de hablar y esto nos ayudará a entender si somos hijos de la luz o hijos de las tinieblas», precisó el Papa. Y propuso puntos de referencia concretos para orientarse diciendo: «Acordaos: palabras obscenas, ¡nada! Palabras vulgares y mundanas, ¡nada! Palabras vacías, ¡nada! Palabras hipócritas, ¡nada!». Estas palabras, en efecto, «no son de Dios, no son del Señor, sino que son del maligno».

Es verdad, observó el Pontífice, que se pueden entender y reconocer bien las diferencias entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas. «Los hijos de la luz brillan» como Jesús dice a sus discípulos: «Que vuestras obras brillen y den gloria al Padre». Es un hecho evidente que «la luz brilla e ilumina a los demás en el camino». Y «hay cristianos luminosos, llenos de luz, que buscan servir al Señor con esta luz». Así como, por otra parte, «hay cristianos tenebrosos, que no quieren nada del Señor y llevan una vida de pecado, una vida lejos del Señor».

Sin embargo, no siempre todo es así claro y reconocible: por una parte los hijos de las tinieblas, y por otra, los hijos de la luz. «Existe un tercer grupo de cristianos —explicó— que es el más difícil y complejo de todos: los cristianos ni luminosos ni oscuros». Y estos «son los cristianos de color gris», que «en una ocasión están de esta parte, y en otra de aquella». Son cristianos que están «siempre en la mediocridad: son los tibios». Se lee en el Apocalipsis cuando «el Señor a estos cristianos de la mediocridad les dice: “¡tú no eres ni caliente ni frío! ¡Ojalá fueras caliente o frío! Pero porque eres tibio —gris— ¡te vomitaré de mi boca!”». Por lo tanto, dijo el Papa, «el Señor es duro con los cristianos de color gris». Y no sirve de nada justificarse para autodefenderse: «yo soy cristiano, pero sin exagerar».

Estas personas mediocres «hacen mucho mal, porque su testimonio cristiano es un testimonio que, al final, siembra confusión».

El pasaje de san Pablo, concluyó el Papa Francisco, es un buen termómetro para reconsiderar bien «nuestro lenguaje». Y puede ser útil responder a estas preguntas: «¿Cómo hablamos? ¿Con cuáles de estas cuatro palabras hablamos? ¿Palabras obscenas, palabras mundanas, vulgares, palabras vacías, palabras hipócritas?». Y la respuesta a estos interrogantes, añadió el Papa, debe sugerirnos otra pregunta: «¿Soy un cristiano de la luz? ¿Soy un cristiano de la oscuridad? ¿Soy un cristiano de color gris?». Este examen concreto de conciencia nos ayudará a «dar un paso adelante, para encontrar al Señor».

PAPA FRANCISCO