De la Hora Santa, del Padre Mateo Crawley-Boevey


Su Reinado ha comenzado ya hace veinte siglos y su victoria se ha extendido desde entonces como un piélago de luz esplendorosa y profunda… que ha penetrado la humanidad regenerada, y la ha informado de un alma nueva, de una hermosura divina… Esa victoria la va acentuando de día en día el Pentecostés permanente de la Iglesia, a medida que ésta arraiga en la tierra la Soberanía del Señor Crucificado…

Pero he aquí que un acontecimiento sobrenatural viene dando, desde hace cosa de tres siglos, un impulso decisivo al carro victorioso del Rey de amor… Un Pentecostés de fuego se ha levantado… parte de Paray-le-Monial y parece envolver ya y abrasar el mundo, transformando las almas y las sociedades… reanimando a los apóstoles…, confirmando las esperanzas y enardeciendo los anhelos de la Iglesia…

¡Oh, qué hermoso grito de victoria y de amor aquél que llena ya los ámbitos de la tierra, del uno al otro polo, grito de júbilo y plegaria de esperanza que dice: “Corazón divino de Jesús, venga a nos tu reino!”.

Ya viene, ¡oh, sí!, se acerca triunfante el Rey de amor… Mirad cómo ostenta sobre el pecho, enardecido por la caridad, su Corazón Divino como un Sol que siembra incendios en su carrera… Ved cómo avanza bendiciendo con dulzura… Ved cómo atrae, cómo llama con un gesto de ternura imperiosa, irresistible…

Y si dudáramos todavía que la hora de un triunfo divino parece acercarse, oíd trémulos de santa emoción, una palabra de Jesús, armonía que hace saltar de júbilo a sus apóstoles y amigos, a la vez que provoca el espanto entre los secuaces del infierno…

Jesús ha hablado, el Señor lo ha dicho, el Rey divino lo ha afirmado: “¡Yo quiero reinar por mi Sagrado Corazón y reinaré!…”. Transportados de gozo, respondamos nosotros esta tarde, en nombre de nuestros hogares, en nombre de nuestra patria, y haciendo eco a la voz de la Iglesia: “¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!…”.

(Todos)

(Dos veces)

¡Hosanna al Hijo de María, al Rey de amor!

¡Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!

(Todos)

(Dos veces)

Rogámoste, Jesús, que seas nuestro Rey!

¡Hosanna al Corazón de Cristo-Rey!

Estas aclamaciones, por sinceras que sean, no bastan… El corazón de Jesús reclama con derecho obras vivas de amor vivo que ratifiquen el Hosanna que resuena todavía clamoroso en el Sagrario…

“¡Cuántas veces, ¡ay!… recibiste, Señor, oraciones de labios… y después de la oración, la lanzada en tu Divino Corazón!”.

No una, sino mil veces, por desgracia, se ha reproducido el cambio sacrílego de decoración de Jerusalén, tu pueblo…

Ved: al cabo apenas de una semana, los himnos de victoria se trasforman en vocerío de cólera que pide su muerte…; y aquellas mismas manos que aplaudían con palmas y laureles, recogen con furor las piedras y luego los azotes…

(Con vehemencia)

“No así nosotros, Jesús, ¡oh!; no así, ¡Rey de reyes!… El agasajo de esta Hora Santa no será efímero como el del Domingo de Ramos…

Tú, Maestro adorable, que lees en el fondo de nuestras almas, sabes con qué lealtad y con cuánto ardor no sólo te amamos, sino que queremos a nuestra vez verte amado, extendiendo tu reinado en las almas y en la sociedad… Te lo decimos, Jesús, con el corazón en los labios.

Con este fin, Señor, te hemos pedido esta cita; con este único objeto nos hemos congregado ante este trono de gracia y de misericordia… Venimos, pues, a recabar las órdenes para el combate, resueltos como estamos a darlo todo, a sacrificarlo todo, con tal de entronizarte victorioso, preparando y precipitando la hora de tu reinado de amor…

¡Ah! La victoria será ciertamente nuestra; pues Tú, el Omnipotente, eres nuestro Prisionero…, más cautivo aún, si cabe, de tus amigos, que no lo fuiste en Getsemaní, de tus verdugos… Pero esta vez, Jesús amado no querrás, por cierto, renovar el milagro con que hace siglos escapaste de las manos de veleidosos entusiastas e interesados que, en beneficio propio, te querían proclamar su Rey… No así en esta Hora Santa, en la que tus servidores leales y tus apóstoles abnegados te aclaman Rey para tu propia gloria… ¡No romperás, pues, las cadenas de amor, Tú, el cautivo del amor!… Tu gloria que es la única nuestra… y tus intereses, nuestros solos intereses, te lo exigen, Dios de caridad… Manda, reina e impera aquí como Rey; díctanos tu voluntad, ya que son tantos los que de palabra y de obra niegan tu soberanía y tus derechos…

Algo y mucho hemos aprendido, ciertamente, por tu confidente y nuestra hermana Margarita María… Pero, ¿no querrás Tú mismo, Señor, mostrarnos… no fuera sino un destello de aquel Sol de tu Corazón, que le revelaste a ella?… Tenemos hambre de conocerte mejor, de amarte y de hacerte amar… Danos, pues, si no todo el banquete de Paray-le-Monial, que no merecemos… ¡oh!… danos siquiera una migaja sabrosa, empapada en el cáliz de tu Corazón…, y que nos revele sus designios… sus misericordias y ternuras… Pruébanos una vez más que porque eres

Jesús… que porque eres Rey de amor, eres espléndido como no lo fue jamás rey alguno de la tierra… Y ahora queremos oírte… Háblanos, Jesús”…

(Mucho recogimiento y silencio)

Voz de Jesús. “Quid dicunt de me?” “¿Qué dicen de mí?”… ¿Qué opinan los hombres de vuestro Maestro, hijos del alma?…

¿Pensáis que creen de veras en mi verdad y en mi justicia? ¿Pensáis que creen, sobre todo, en mi amor; que creen en él con fe inmensa?… Porque debéis saber, ante todo, amigos y apóstoles de mi Sagrado Corazón, que el primer reinado que quiero establecer es un reinado íntimo en la conquista de vuestros corazones… Sí, ahí… donde sólo yo puedo penetrar…, ahí quiero, ante todo, echar los fundamentos sólidos de mi soberanía divina…

Vuestro interior, ese debe ser mi Reino por excelencia… Reino todo él de luz, de claridad inefable, puesto que yo soy la luz bajada a la tierra…, a fin de que todo aquél que cree en Mí no ande en tinieblas…

Las almas. No quieras guardar para Ti solo, ¡oh, Rey de amor! el inmenso caudal de tus dolores… Dígnate mostrar a éstos, tus amigos, las cinco llagas de tu cuerpo lacerado…

El patíbulo no fue ayer, Señor, sigue siendo hoy día el trono sangriento y permanente en que te ha clavado la ingratitud de aquéllos a quienes prometiste, y para quienes conquistaste un Paraíso…

¡Oh, acércate, Jesús!, pues queremos, esta tarde, convertir en fuente de vida y en soles de gloria tus cinco llagas… Queremos convertir en sitial de honor, en trono de misericordia, tu Cruz… Queremos y pedimos que desde ella atraigas irresistiblemente a tu Sagrado Corazón la multitud de pueblos renegados…

¡Oh, sí! Permite que, llevados de la mano por María, Reina Dolorosa, nos acerquemos dolientes; y que aplicando nuestros labios a tus heridas deliciosas, pongamos en ellas el refrigerio de reparación generosa y de amor ardiente que Tú mismo pediste a tu Confidente Margarita María.

Adoremos la llaga de la mano derecha, abierta por la escuela sin Dios, y, besándola con un vivo amor, digamos tres veces:

(Todos)

Te amamos, Jesús, por aquellos que te odian.

Adoremos la llaga de la mano izquierda, abierta por la ley tan inicua como infame del divorcio, y, besándola con inmenso amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te ultrajan.

Adoremos la llaga del pie derecho, abierta por el crimen que destruye el hogar cristiano y lo profana, y, besándola con amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te azotan.

Adoremos la llaga del pie izquierdo, abierta por el delirio de legislaciones anticristianas, y, besándola con un inmenso amor, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te traicionan.

Adoremos la llaga del Costado, constantemente perforado por los pecados de apostasía y de desconocimiento de la persona divina de Nuestro Señor, y, sobre todo, por el ultraje sangriento del jansenismo, pecado que se atreve a insultar la ternura y la misericordia infinitas del Corazón de Jesús… Besando con especial fervor esta herida, la más deliciosa, digamos tres veces:

Te amamos, Jesús, por aquellos que te desconocen.