El sabía que ella le hablaría de esa manera y no quería que quedara oculta tan grande virtud.

Mt 15,21-28

Y saliendo Jesús de allí, se fue a las partes de Tiro, y de Sidón. Y he aquí una mujer Cananea, que había salido de aquellos términos, y clamaba diciéndole: «Señor, hijo de David, ten piedad de mí: mi hija es malamente atormentada del demonio». Y El no respondió palabra. Y llegándose sus discípulos, le rogaban y decían: «Despáchala, porque viene gritando en pos de nosotros». Y El respondiendo dijo: «No soy enviado sino a las ovejas que perecieron de la casa de Israel». Mas ella vino y le adoró diciendo: «Señor, valedme». El respondió y dijo: «No es bien tomar el pan de los hijos y echarlo a los perros». Y ella dijo: «Así es, Señor; mas los perros comen de las migajas que caen de la mesa de su señores»: Entonces respondió Jesús, y le dijo: «Oh mujer, grande es tu fe: hágase contigo como quieres; y desde aquella hora fue sanada su hija». (vv. 21-28)

San Juan Crisóstomo, homiliae in Matthaeum, hom. 51


Es digna de atención la conducta del Señor, quien en el momento en que separó a los judíos de la observancia sobre los alimentos, abrió la puerta a los gentiles. Así también Pedro recibió en una visión la orden de abolir esa ley, e inmediatamente fue enviado a Cornelio ( Hch 10,5). Pero si alguno pregunta: ¿Cómo es que después de haber dicho el Señor a sus discípulos que no fueran por los caminos de los gentiles, ahora El mismo va por ese camino? Contestaremos en primer lugar, que el Señor no estaba sujeto al precepto que dio a los discípulos, y además porque no fue allí a predicar y por eso dice San Marcos ( Mc 7,24) que se ocultó a sí mismo.


El evangelista la llama cananea, a fin de hacer ver la influencia que en ella ejercía la presencia de Cristo. Los cananeos que habían sido expulsados para que no pervirtieran a los judíos, se mostraron en esta ocasión más sabios que los judíos, saliendo fuera de sus fronteras y acercándose a Cristo. Mas esta mujer, luego que se hubo acercado a Cristo, no le pidió más que misericordia. Por eso sigue: «Y clamaba diciéndole: Señor, hijo de David, ten piedad de mí”.


Yo presumo que se entristecieron los discípulos ante la desgracia de la mujer pero no se atrevieron, sin embargo, a decir: Dale esa gracia, cosa que nos sucede a nosotros con frecuencia. Queremos persuadir a alguno y sin embargo, le decimos muchas veces lo contrario de lo que queremos. Mas, respondiendo Jesús mismo dice: «No soy enviado sino a las ovejas de Israel, etc.”


Pero al ver la mujer que nada podían los apóstoles, perdió la vergüenza, dichosa vergüenza. Antes no se atrevía a presentarse delante del Señor. Por eso sigue: «Porque viene gritando en pos de nosotros». Mas cuando parecía que se retiraría llena de angustia, entonces se acerca más al Señor. Por eso sigue: «Mas ella vino y le adoró”.


Y por esto no dijo: Ruega, o suplica a Dios, sino, oh Señor, ayudadme. Y cuanto más aumentaba la mujer sus súplicas, tanto menos atendía El a sus súplicas. Y no llama ovejas a los judíos, sino hijos. Mas a ella perro. «Y El respondiendo dijo: no es bien, etcétera”.


¡Mirad la sabiduría de la mujer! No se atrevió a contradecir, ni se entristeció por las alabanzas de los otros, ni se abatió por las cosas sensibles que la echaron en cara. Por eso sigue: «Mas ella dijo: Es verdad, Señor; pero también los perros comen de las migajas que caen de las mesas de sus señores, etc.». Había dicho El: «No es bien» y ésta dijo: «Así es, Señor». El llama hijos a los judíos y ella, señores. El llamó perro a esta mujer y ella añadió la cualidad de los perros, como si dijera: si soy perro, no soy extraña; me llamas perro, aliméntame tú como a un perro. Yo no puedo abandonar la mesa de mi Señor.

Por esta razón, se retardaba el Señor, El sabía que ella le hablaría de esa manera y no quería que quedara oculta tan grande virtud. Por eso sigue: «Entonces respondió Jesús y le dijo: ¡Oh mujer, grande es tu fe: hágase contigo como quieres!» Como si dijera: tu fe puede comprender cosas mayores que éstas, pero entretanto hágase contigo como tú quieres. Observad que esta mujer influyó no poco en la curación de su hija y por eso no dijo Cristo: Sea curada tu hija, sino: «Tu fe es grande: hágase contigo como quieres». De esta manera nos da a entender la sencillez de corazón con que hablaba esa mujer, no para adular al Señor, sino para manifestarle su gran fe. Esta palabra de Cristo es parecida a aquella otra: «Hágase el firmamento y fue hecho» ( Gén 1,6). Por eso sigue: «Y desde aquella hora fue sanada su hija». ¡Mirad cómo alcanza la mujer, lo que no obtuvieron los apóstoles. Tan gran poder tiene la insistencia en la oración! y Dios prefiere que le dirijamos a El nuestras súplicas por nuestros pecados, a que nos valgamos de las súplicas de otros.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *