La necesidad del auxilio de María


La necesidad de recurrir a la Santísima Virgen en reconocimiento de la función esencial que Dios le asignó, es análoga a la necesidad de pertenecer a la Iglesia.

El llorado Pontífice San Juan XXIII, escribió las siguientes palabras:

«Quien, agitado por las borrascas de este mundo, rehúsa asirse a la mano auxiliadora de María, pone en peligro su salvación». (Epíst. Aetate hac nostra, 27-6-1959)

Y Pablo VI ha afirmado expresamente que la Virgen María -lo mismo que la Iglesia- desempeña una función esencial en los designios salvíficos de Dios a través de Cristo. He aquí sus propias palabras :

«María y la Iglesia son realidades esencialmente insertas en el designio de la salvación, que se nos ofrece a través del único principio de gracia y del único Mediador entre Dios y los hombres que es Cristo.»

(Audiencia general del 27 de mayo de 1964)

Escribe el R. P.  Armando Bandera, O.P   comentando estas terminantes palabras de Pablo VI, escribe con acierto un teólogo contemporáneo:

«Sería inútil objetar contra estas afirmaciones que Dios no necesita de María y que la fuente de donde mana toda gracia salvífica es Cristo. Porque al exaltar la dignidad de María no pretendemos convertirla en una necesidad que se impone a Dios, ni hacer de Ella un medio de salvación aislado de Cristo. Simplemente afirmamos que Dios dispuso las cosas así; que es El quien quiso atribuir a la Santísima Virgen una «superlativa función» en el orden de la gracia y que la atribución hecha por Dios nos señala a nosotros un camino que no tenemos derecho a cambiar por nuestra cuenta. Además, las pretendidas objeciones, no obstante haber sido repetidas muchas veces, carecen en absoluto de valor. ¿Acaso cuando decimos que la Iglesia es necesaria para salvarse, afirmamos que la Iglesia sea una necesidad impuesta a Dios y que nos administre una salvación distinta de la de Cristo? Simplemente decimos que Dios quiso salvarnos en Cristo mediante la Iglesia, que el mismo Cristo instituyó para este fin. Pero como el hombre no puede salvarse sino entrando en el plan de Dios, la Iglesia es para el hombre, no para Dios, una necesidad en el esfuerzo por conseguir su salvación.

La necesidad de recurrir a la Santísima Virgen en reconocimiento de la función esencial que Dios le asignó, es análoga a la necesidad de pertenecer a la Iglesia.

Pero dentro de la analogía debemos anotar una diferencia importante. La necesidad de someterse a la acción mariana no deriva de la necesidad de pertenecer a la Iglesia, sino a la inversa; es decir, Dios dispuso que la Iglesia sea necesaria en dependencia primaria de Cristo y, subordinadamente a Cristo, en dependencia también de María. De manera que la acción mariana se sitúa en un nivel superior a la Iglesia, pero inferior a Cristo y totalmente dependiente de Cristo».

Verdadera expresión de la Devoción Mariana

La devoción a María se manifiesta o puede manifestarse con multitud de prácticas interiores y exteriores.  Pero las principales, recomendadas por la Iglesia, son el Santo Rosario y la Consagración Mariana.

San Luis María Grignion de Montfort insiste continuamente en todas sus obras en que la finalidad última de nuestra devoción y consagración a María ha de ser siempre la de llegar con mayor facilidad a Cristo y por El al Padre.

San Juan Damasceno:  «¡Oh Soberana mía!, acepta la plegaria de uno de tus siervos. Es verdad que es pecador; pero te ama ardiente mente, te mira como a la única esperanza de su alegría, como a la protectora de su vida, como a su Mediadora ante el Señor, como a la prenda segura de su salvación».

San Pedro Damiano: «No podrá perecer ante el eterno Juez el que se haya asegurado la ayuda de su Madre»

San Anselmo: «Es imposible que se pierda quien se dirige con confianza a María y a quien ella acoge bien».

San Bernardo: «Recurre a María… Te doy garantía segura: Ella será oída por su reverencia. El Hijo oirá a la Madre, de la misma manera que el Padre oye al Hijo. Hijitos, María es la escala de los pecadores, es mi más grande esperanza, es la razón de toda mi esperanza…».

B. Pablo VI:  Los hermanos separados, «el día de su integración en la única Iglesia fundada y querida por Cristo», tendrán el gozo, «si es que no lo disfrutan ya, de redescubrir a María, humilde y altísima, en el punto esencial que Dios le asignó en el plan de nuestra salvación»

Vaticano II:  “Porque ninguna criatura puede compararse jamás con el Verbo encarnado, nuestro Redentor; pero así como del sacerdocio de Cristo participan de varias maneras, tanto los ministros como el pueblo fiel, y así como la única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en sus criaturas una múltiple cooperación que participa de la fuente única.

La Iglesia no duda en atribuir a María un tal oficio subordinado, lo experimenta continuamente y lo recomienda al amor de los fieles para que, apoyados en esta protección maternal, se unan más íntimamente al Mediador y Salvador.” (LG. No. 62).

Papa  Francisco, Catequesis 23 de octubre de 2013:

La Virgen quiere traernos también a nosotros, a todos nosotros, el gran don que es Jesús; y con Él nos trae su amor, su paz, su alegría. Así la Iglesia es como María: la Iglesia no es un negocio, no es una agencia humanitaria, la Iglesia no es una ONG, la Iglesia está enviada a llevar a todos a Cristo y su Evangelio; no se lleva a sí misma —sea pequeña, grande, fuerte, débil—, la Iglesia lleva a Jesús y debe ser como María cuando fue a visitar a Isabel. ¿Qué le llevaba María? Jesús. La Iglesia lleva a Jesús: esto es el centro de la Iglesia, ¡llevar a Jesús! Si por hipótesis una vez sucediera que la Iglesia no lleva a Jesús, esa sería una Iglesia muerta. La Iglesia debe llevar la caridad de Jesús, el amor de Jesús, la caridad de Jesús.

La fe de María es el cumplimiento de la fe de Israel, en ella está precisamente concentrado todo el camino, toda la vía de aquel pueblo que esperaba la redención, y en este sentido es el modelo de la fe de la Iglesia, que tiene como centro a Cristo, encarnación del amor infinito de Dios.

Papa Francisco, Catequesis 10 de Mayo del 2017

No somos huérfanos: tenemos una Madre en el cielo: es la Santa Madre de Dios. Porque nos enseña la virtud de la esperanza, incluso cuando parece que nada tiene sentido: ella siempre confiando en el misterio de Dios, incluso cuando Él parece eclipsarse por culpa del mal del mundo.

En los momentos de dificultad, María, la Madre que Jesús ha regalado a todos nosotros, pueda siempre sostener nuestros pasos, pueda siempre decirnos al corazón: “Levántate. Mira adelante. Mira el horizonte”, porque Ella es Madre de esperanza.

“Sin María hay algo de huérfano en el corazón” 8 de Mayo del 2017

En Colombia, ante los tiempos difíciles se Consagra la Nación a la Virgen Santísima

El Padre Francisco Sastoque, O.P., el antiguo custodio de la reliquia más amada de Colombia, facilitó, como entonces prior de la Orden de los Predicadores, la visita del Papa San Juan Pablo II a la Virgen del Rosario en la Basílica de Nuestra Señora de Chiquinquirá.

El fraile recuerda: “Después que él celebró la eucaristía en el Templete, donde asistieron más de 800.000 personas, se dirigió en procesión hacía la Basílica, donde él hizo la consagración de Colombia a la Santísima Virgen María”.

“Una consagración que es sumamente importante por la actualidad y la situación del momento en Colombia”, dijo Sastoque,O.P.

En efecto, en esa ocasión  (1986), San Juan Pablo II exhortó a la Virgen del Rosario, Reina de Colombia – “¡Madre nuestra¡”- a que “conceda el don inestimable de la paz, la superación de todos los odios y rencores, la reconciliación de todos los hermanos”.

Es más, rogó a la Virgen para “que cese la violencia y la guerrilla. Que progrese y se consolide el diálogo y se inaugure una convivencia pacífica. Que se abran nuevos caminos de justicia y de prosperidad”. Una invocación a la “Reina de la Paz” y una muestra de la devoción mariana de un santo declarado por la Iglesia.

“¡Ahora y en la hora de nuestra muerte! – Te encomendamos a todas las víctimas de la injusticia y de la violencia, a todos los que han muerto en las catástrofes naturales”, rezó.

El Papa Francisco renueva el año 2017, con solemnidad y recogimiento , el momento ante la Virgen de Chiquinquirá:

El Papa entró a la catedral y con paso solemne se acercó al altar mayor. Se detuvo frente a la imagen de la patrona religiosa de Colombia. Cerró sus ojos. El coro finalizó su interpretación musical y solo quedó un hombre inclinado ante una imagen. El líder de una comunidad que, expectante, oraba con él. El silencio se alargó durante 5 minutos y pasó: la verdadera razón de ser de la religión, esa relación inexplicable con lo que consideramos sagrado. Fue evidente que grandes cosas pasan en silencio.

Terminó sus preces. Hizo una reverencia a la Virgen y se dirigió a los fieles. Ofreció una bendición y, luego, recitó la Letanía de la Virgen: “Santa María / ruega por nosotros / Santa Madre de Dios / Santa Virgen de las Vírgenes”. Los creyentes repitieron con fervor la oración y, junto con Francisco, alabaron a la madre de Cristo.

Al finalizar la oración, el Papa se acercó a la imagen. Puso su mano sobre el cuadro, hizo una reverencia y dejó un rosario en una de sus esquinas.

La importancia de este momento radica en que también el Santo Padre es un reconocido mariano. Momentos después de su visita, en su discurso en el Palacio Cardenalicio, hizo alusión a la imagen de la Virgen: “Los invito ahora a dirigirnos espiritualmente a Nuestra Señora del Rosario de Chiquinquirá, cuya imagen han tenido la delicadeza de traer de su santuario a la magnífica catedral de esta ciudad para que también yo la pudiera contemplar”.

(Diario El Tiempo, Colombia, 7 de Septiembre del 201

Fundamentos de la Consagración

Con la Consagración de la Patria, la Diócesis o comunidad, a Jesús a través del Corazón Inmaculado de la Virgen María,  se pide la gracia de vivir plenamente como hijos entregados a la voluntad del Padre, con el auxilio de la Madre del Verbo Encarnado, para alcanzar los rasgos de entrega, sacrificio y respeto entre hermanos, lo que es propio de una familia de Dios.

La familia eclesial se abandona en las manos de la Virgen María, para que ella ejerza su papel de Madre espiritual, de Mediadora de las gracias, de Abogada y de Reina, suscitando el entendimiento, la comprensión y el espíritu de servicio verdadero, por el impulsa de la gracia de Cristo en el corazón de quienes se dejan conducir maternalmente por María.

La meta final de toda consagración es Jesús; La Virgen María es el medio eficaz para alcanzar mayor unión con Cristo y es fuente de protección maternal contra Satanás y sus engaños, que induce a los corazones que viven en la orfandad espiritual al egoísmo, el rencor, la ambición, el vicio y la violencia.

Por medio de la consagración, los miembros de la familia Diocesana han de llegar a ser como San José, totalmente dedicados a Jesús y a María, en todos los desamparados, abandonados, descartados, agredidos y atormentados. En todos  ellos, procurando el ungüento de la gracia, la claridad de la Fe, el ánimo de la esperanza y el fundamento de la Caridad. Deben pedir a Dios la gracia de vivir fieles a esta consagración, reconociendo que pertenecen a los Corazones de Jesús y de María, para ser fieles a la misión de cada cristiano que es ser el rostro y las manos del Señor para todos los que estén en las tinieblas espirituales, en el padecimiento físico o la pobreza material.

La Consagración a María es un auxilio regalado a la Iglesia para renovar las promesas bautismales y la confianza en la primacía de la gracia y la misericordia de Dios.

    La Consagración en tiempos de crisis

En 1917 la Primera Guerra Mundial estaba haciendo estragos, sin mostrar ningún signo seguro de concluir pacíficamente. En ese entonces, el Santo Padre, Papa Benedicto XV, quien había estado en el Servicio Diplomático del Vaticano, había agotado todos los medios naturales a su alcance para lograr la paz, pero de nada sirvieron. Dándose cuenta del poder limitado aun de la diplomacia papal, el agobiado y ya entonces frágil Papa se dirigió a la Santisima Madre de Dios, a través de quien se dispensan todas las gracias. El Papa pidió a todos los cristianos rogar urgentemente a la Virgen María para obtener la paz en el mundo, encomendando ese logro solo a Ella.

El Papa escribió su súplica por la paz en una carta fechada el 5 de mayo de 1917:

Nuestra ardiente voz suplicante, implorando el fin del vasto conflicto, el suicidio de la Europa civilizada, fue entonces y permanece aún desoída. En verdad, parece que la oscura marea del odio crece más y más entre las naciones beligerantes y arrastra a otros países en su espantoso avance, multiplicando las ruinas y la masacre. Sin embargo, Nuestra confianza no disminuyó…Y puesto que todas las gracias que el Autor de todo bien se digna concedernos son, por un designio amoroso de su Divina Providencia, otorgadas por las manos de la Santísima Virgen, Nos queremos que, ahora más que nunca, en esta hora espantosa, esta petición de Sus hijos más afligidos, se vuelva viva y confiada hacia la augusta Madre de Dios.

El Papa quiso que el mundo recurriera al Corazón de Jesús por la mediación de María, y ordenó que se agregara permanentemente a las Letanías de Loreto la invocación Reina de la paz, ruega por nosotros. Luego, poniendo confiadamente la paz del mundo en Sus manos, el Papa hizo otro llamado:

A María, entonces, quien es Madre de Misericordia y omnipotente por la gracia, suba este amoroso y devoto llamado desde todos los rincones de la tierra—desde los nobles templos y las más pequeñas capillas, desde los palacios reales y las mansiones de los ricos como desde las más pobres casuchas—desde las llanuras bañadas de sangre y de los mares, suba hasta Ella el llanto angustiado de las madres y las viudas, el gemido de los pequeños inocentes, los suspiros de todos los corazones generosos: que Su más tierna y benigna solicitud sea conmovida, y la paz que Nos pedimos sea alcanzada para nuestro mundo agitado.

La Madre Santísima respondió prestamente a esta súplica agonizante del Papa y del pueblo cristiano. Solo ocho días más tarde, en Fátima, la Virgen María vino en respuesta al clamor levantado hacia Ella desde un mundo en guerra. Ella vino a demostrar Su maternal solicitud por nosotros, y que, como Mediadora de todas la Gracias, solo Ella puede mostrarnos el camino de la paz. Para concedernos este favor, Ella pide, sin embargo nuestra cooperación. Ella pide que cada uno de nosotros obedezcamos Sus pedidos de oración y penitencia, y que el Papa y los obispos obedezcan Su pedido de la Consagración de Rusia.

Mientras la Santísima Virgen respondió al Santo Padre solo ocho días después de elevar su pedido a Ella, la Virgen todavía pidió la oración y la penitencia del mundo, y el cumplimiento de la Consagración de Rusia.

Alrededor de 1936 y los años siguientes, la consagración mariana montfortana era en suma una devoción privada. Sin duda varios Papas, como San Pío X, Benedicto XV y Pío XI, habían hecho esta consagración y la habían recomendado. Pero difícilmente se hubiese podido hablar de una aprobación pública y oficial.

Desde entonces se produjo a este respecto un cambio importantísimo: la consagración a la Santísima Virgen es de ahora en más una manifestación de la devoción mariana en la Iglesia.

Hubo primero la consagración, por Su Santidad Pío XII, de la Iglesia y de todo el género humano a la Santísima Virgen, al Corazón Inmaculado de María, el 31 de octubre de 1942, en el transcurso de un mensaje radiofónico al pueblo portugués reunido en Fátima, consagración renovada luego en una grandiosa ceremonia en San Pedro de Roma, el 8 de diciembre siguiente. El Santo Padre decía en ella:

«Reina del santísimo Rosario, Auxilio de los cristianos, Refugio del género humano, Triunfadora en todos los combates de Dios…, Nos, como Padre común de la gran familia humana y como Vicario de Aquel a quien todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra, y de quien Nos hemos recibido el cuidado de todas las almas redimidas con su Sangre que pueblan el universo, a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado…, Nos confiamos y Nos consagramos, no sólo en unión con la santa Iglesia, Cuerpo místico de vuestro amado Jesús…, sino también con el mundo entero… De igual modo que al Corazón de vuestro amado Jesús fueron consagrados la Iglesia y to­do el género humano…, así igualmente nosotros también nos consa­gramos perpetuamente a Vos, a vuestro Corazón Inmaculado, ¡oh Madre nuestra, Reina del mundo!, para que vuestro amor y vuestro patrocinio apresuren el triunfo del reino de Dios, y que todas las naciones, puestas en paz entre ellas y con Dios, os proclamen bienaventurada y entonen con Vos, de un extremo al otro del mundo, un eterno Magnificat de gloria, amor y agradecimiento al Corazón de Jesús, el único en el cual ellas pueden encontrar la Verdad, la Vida y la Paz».

El 1 de mayo de 1948 apareció la Encíclica mariana Auspicia quædam, un documento oficial y universal, en el cual se recuerda enérgicamente la consagración de la Iglesia y del mundo efectivamente renovada, y se expresa el deseo de que todos, por una consagración privada y colectiva, adhieran a este gran acto:

«Deseamos que todos la hagan cada vez que una ocasión propicia lo permita, no solamente en cada diócesis y en cada parroquia, sino también en el hogar doméstico de cada uno; pues Nos esperamos que gracias a esta consagración privada y pública, se nos concederán más abundantemente los beneficios y dones celestiales».

Por estos actos solemnes la consagración a la Santísima Virgen ha entrado definitivamente en el culto oficial de la Iglesia.

El 22 de noviembre de 1946 el Santo Padre recibe en audiencia a un cierto número de dirigentes y de participantes de la «Gran Vuel­ta», esta marcha triunfal de Nuestra Señora de Boulogne a través de Francia, a cuya ocasión los fieles eran invitados a consagrarse a la Santísima Virgen. El Santo Padre les da formalmente una consigna y se expresa así:

«Sed fieles a Aquella que os ha guiado hasta aquí. Haciendo eco a nuestro llamado al mundo, lo habéis hecho escuchar alrededor vuestro; habéis recorrido toda Francia para hacerlo resonar, y habéis invitado a todos los cristianos a renovar personalmente, cada cual en su propio nombre, la consagración al Corazón Inmaculado de María, pronunciada por sus Pastores en nombre de todos. Habéis recogido ya diez millones de adhesiones individuales, resul­tado que nos causa gran gozo y despierta en Nos gran esperanza.”

Después de leer la tercera parte del secreto de Fátima, San Juan Pablo II decidió viajar a Portugal el 13 de mayo de 1982 y consagrar no solo a Rusia, sino también a todo el mundo al Inmaculado Corazón de María.

Este acto, sin embargo, no satisfizo la consagración solicitada por la Virgen María –pues también debían participar los obispos de todo el mundo–, y por lo tanto «el 25 de marzo de 1984 en la Plaza de San Pedro, recordando el mandato pronunciado por María, el Santo Padre en unión espiritual con los obispos del mundo, confió a todos los hombres y mujeres y a todos los pueblos al Inmaculado Corazón de María», dijo el Cardenal Tarcisio Bertone, el entonces secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

«Sor Lucía confirmó personalmente que este acto solemne y universal de consagración correspondía a los deseos de Nuestra Señora (‘Sí, desde el 25 de marzo de 1984’: carta del 8 de noviembre de 1989). Por tanto, toda discusión, así como otra petición ulterior, carecen de fundamento», expresó el Cardenal Bertone.

El año 1917 fue agitado para Rusia. Además de combatir en la Primera Guerra Mundial, el país experimentó dos guerras civiles conocidas como la Revolución de Febrero y la Revolución de Octubre.

La primera condujo a la creación de un gobierno provisional que resultó inestable. Después, entre el 24 y 25 de octubre, a menos de dos semanas después de la última aparición de la Virgen de Fátima, la segunda revolución dio lugar a la creación de la Unión Soviética.

En los años siguientes Rusia amplió su esfera de influencia exportando su ideología comunista a varios países y martirizando a un gran número de cristianos.

Tras la consagración realizada en la Plaza de San Pedro en 1984, se derrumbó en primer lugar el bloque soviético en 1989 y luego la propia Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), a consecuencia de diversos factores sociales, políticos y económicos.

El mismo Papa San Juan Pablo II señaló:

«¿Y qué diremos de los tres niños de Fátima que, de repente, en la víspera del estallido de la Revolución de Octubre escucharon: ‘Rusia se convertirá’ y ‘Al final, mi [Inmaculado] Corazón triunfará»? Ellos no pudieron inventar tales predicciones porque no sabían lo suficiente acerca de historia o geografía, y mucho menos de los movimientos sociales y la evolución ideológica y, sin embargo, sucedió tal como lo habían dicho». (Cruzando el Umbral de la Esperanza, pg. 131)

Aunque no reveló la tercera parte del secreto hasta el año 2000, Seis años antes San Juan Pablo II hizo alusión a su contenido. Inmediatamente después meditó sobre la caída del comunismo en relacionándolo con Fátima y escribió:

«Tal vez este es el motivo por el que el Papa fue llamado de un ‘país lejano’, tal vez porque era necesario que el intento de asesinato se haga en la Plaza de San Pedro, precisamente el 13 de mayo de 1981, en el aniversario de la primera aparición en Fátima, de modo que todo podría ser más transparente y comprensible, para que la voz de Dios que habla en la historia humana a través de los ‘signos de los tiempos’ pueda ser más fácilmente audible y comprensible».  (Cruzando el Umbral de la Esperanza, pg. 131-132)

Para el año 2000, el Santo Padre se sintió capaz de revelar la parte final del secreto de Fátima, ya que «los acontecimientos a los que la tercera parte del ‘secreto’ de Fátima se refiere, parecen ahora, parte del pasado», dijo el entonces secretario de Estado del Vaticano, Cardenal Ángel Sodano.

El Pontífice eligió la beatificación de Francisco y Jacinta el 13 de mayo de 2000, en Portugal, como ocasión para anunciar este hecho.

Consagración del mundo al

Corazón Inmaculado de María por San Juan Pablo II

1. «Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios». ¡Oh Madre de los hombres y de los pueblos!, tú que «conoces todos sus sufrimientos y esperanzas», tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge nuestro grito que, como movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a tu corazón y abraza, con el amor de la Madre y de la Sierva, este nuestro mundo humano, que ponemos bajo tu confianza y te consagramos, llenos de inquietud por la suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.

De manera especial ponemos bajo tu confianza y te consagramos aquellos hombres y naciones, que necesitan especialmente esta entrega y esta consagración.

¡»Bajo tu protección nos acogemos, Santa Madre de Dios»!

¡No deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades!

¡No deseches!

¡Acoge nuestra humilde confianza y nuestra entrega!

2. «Tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga la vida eterna» (Jn 3, 16).

Precisamente este amor hizo que el Hijo de Dios se consagrara a Sí mismo: «Yo por ellos me santifico, para que ellos sean santificados en la verdad» (Jn 17, 19).

En virtud de esta consagración, los discípulos de todos los tiempos están llamados a entregarse por la salvación del mundo, a añadir algo a los sufrimientos de Cristo en favor de su Cuerpo que es la Iglesia (cf. 2 Cor 12, 15; Col 1, 24).

Ante ti, Madre de Cristo, delante de tu Corazón inmaculado, yo deseo en este día, juntamente con toda la Iglesia, unirme con nuestro Redentor en esta su consagración por el mundo y por los hombres, la única que en su Corazón divino tiene el poder de conseguir el perdón y procurar la reparación.

La fuerza de esta consagración dura para siempre y abarca a todos los hombres, pueblos y naciones, y supera todo el mal, que el espíritu de las tinieblas es capaz de despertar en el corazón del hombre y en su historia y que, de hecho, ha despertado en nuestros tiempos.

A esta consagración de nuestro Redentor, mediante el servicio del Sucesor de Pedro, se une la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

¡Oh, cuán profundamente sentimos la necesidad de consagración para la humanidad y para el mundo: para nuestro mundo contemporáneo, en la unidad con el mismo Cristo! En verdad, la obra redentora de Cristo debe ser participada por el mundo por medio de la Iglesia.

¡Oh, cuánto nos duele, por tanto, todo lo que en la Iglesia y en cada uno de nosotros se opone a la santidad y a la consagración! ¡Cuánto nos duele que la invitación a la penitencia, a la conversión y a la oración no haya encontrado aquella acogida que debía!

¡Cuánto nos duele que muchos participen tan fríamente en la Obra de la redención de Cristo! ¡Que se complete tan insuficientemente en nuestra carne «lo que falta a las tribulaciones de Cristo»!

¡Dichosas, pues, todas las almas que obedecen la llamada del Amor eterno! Dichosos aquellos que, día a día, con generosidad inagotable acogen tu invitación, oh Madre, a realizar lo que dice tu Jesús y dan a la Iglesia y al mundo un testimonio sereno de vida inspirada en el Evangelio.

¡Dichosa por encima de todas las criaturas Tú, Sierva del Señor, que de la manera más plena obedeces a esta Divina llamada!

¡Te saludamos a Ti, que estás totalmente unida a la consagración redentora de tu Hijo!

¡Madre de la Iglesia, ilumina al Pueblo de Dios por los caminos de la fe, la esperanza y la caridad! ¡Ayúdanos a vivir, con toda la verdad de la consagración de Cristo, en favor de toda la familia humana, en el mundo contemporáneo!

3. Al poner bajo tu confianza, Madre, el mundo, todos los hombres y todos los pueblos, te confiamos también la misma consagración en favor del mundo, poniéndola en tu corazón maternal.

¡Corazón Inmaculado, ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga en los corazones de los hombres de hoy y que sus efectos inconmensurables pesa ya sobre nuestra época y da la impresión de cerrar el camino, hacia el futuro!

¡Del hambre y de la guerra, líbranos!

¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra, líbranos!

¡De los pecados contra la vida del hombre desde sus primeros instantes, líbranos!

¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!

¡De toda clase de injusticia, nacional e internacional, líbranos!

¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!

¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos! ¡Líbranos!

¡Acoge, Madre de Cristo, este grito cargado del sufrimiento de todos los hombres, cargado del dolor de la sociedad entera!

¡Se manifieste, una vez más, en la historia del mundo el infinito poder del Amor misericordioso! ¡Que este amor detenga el mal! ¡Que transforme las conciencias! ¡En tu Corazón Inmaculado se revele a todos la luz de la Esperanza!

Amén.

CONSAGRACIÓN DE CHILE A LA VIRGEN DEL CARMEN

ORACIÓN DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II

Santuario nacional de Maipú

Viernes 3 de abril de 1987

Te bendecimos, ¡oh Dios nuestro!, Padre, Hijo y Espíritu Santo, porque elegiste a María, desde antes de la creación del Mundo, para ser santa e inmaculada ante Ti por el amor. En previsión de los méritos de Cristo, la redimiste y constituiste Madre del mismo Redentor. Por virtud del Espíritu Santo hiciste de Ella para siempre templo de tu gloria, una nueva criatura, primicia de la nueva humanidad. ¡Bendito seas por siempre, Señor!

¡Bendita Tú entre las mujeres, Virgen María, y bendito el fruto de tu seno, Jesús! En Ti, la llena de gracia, se refleja la bondad de Dios y el destino de la criatura humana, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos enriqueció en su Hijo muy amado, que es nuestro Hermano e Hijo tuyo, Jesucristo.  Tú, la humilde sierva del Señor, eres el modelo de los discípulos de Cristo que consagran su vida a realizar la voluntad del Padre para la venida de su Reino.

¡Santa María, Madre de Cristo, Madre de Dios y Madre nuestra! Bajo tu amparo nos acogemos, a tu intercesión maternal nos confiamos. Como Tú te consagraste totalmente a Dios, nosotros, siguiendo tu ejemplo y en comunión contigo, nos consagramos a Cristo el Señor; nos consagramos también a Ti, nuestro modelo, porque queremos hacer en todo la voluntad del Padre, y ser como Tú fieles a las inspiraciones del Espíritu.

¡Virgen del Carmen de Chile, Reina y Patrona del pueblo chileno!  A tu corazón de Madre encomiendo la Iglesia y todos los habitantes de Chile: los Pastores y los fieles, todos los hijos de esta nación. Que bajo tu protección maternal, Chile sea una familia unida en el hogar común, una patria reconciliada en el perdón y en el olvido de las injurias, en la paz y en el amor de Cristo. Tú que eres la Madre de la Vida verdadera, enséñanos a ser testigos del Dios vivo, del amor que es más fuerte que la muerte, del perdón que disculpa las ofensas, de la esperanza que mira hacia el futuro para construir, con la fuerza del Evangelio, la civilización del amor en una patria reconciliada y en paz.

¡Santa María de la Esperanza, Virgen del Carmen y Madre de Chile!  Extiende tu escapulario, como manto de protección, sobre las ciudades y los pueblos, sobre la cordillera y el mar, sobre hombres y mujeres, jóvenes y niños, ancianos y enfermos, huérfanos y afligidos, sobre los hijos fieles y sobre las ovejas descarriadas. Tú, que en cada hogar chileno tienes un altar familiar, que en cada corazón chileno tienes un altar vivo, acoge la plegaria de tu pueblo, que ahora, con el Papa, de nuevo se consagra a Ti. Estrella de los mares y Faro de luz, consuelo seguro para el pueblo peregrino, guía los pasos de Chile en su peregrinar terreno, para que recorra siempre senderos de paz y de concordia, caminos de Evangelio, de progreso, de justicia y libertad. Reconcilia a los hermanos en un abrazo fraterno; que desaparezcan los odios y los rencores, que se superen las divisiones y las barreras, que se unan las rupturas y sanen las heridas. Haz que Cristo sea nuestra Paz, que su perdón renueve los corazones, que su Palabra sea esperanza y fermento en la sociedad.

¡Madre de la Iglesia y de todos los hombres!  Inspira y conserva la fidelidad a Cristo en la nación chilena y en el continente latinoamericano. Mantén viva la unidad de la Iglesia bajo la cruz de tu Hijo. Haz que los hombres de todos los pueblos, reconozcan su mismo origen y su idéntico destino, se respeten y amen como hijos del mismo Padre, en Cristo Jesús, nuestro único Salvador, en el Espíritu Santo que renueva la faz de la tierra, para gloria y alabanza de la Santísima Trinidad. Amén.


Atentamente Padre Patricio Romero

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