«Yo quería navegar hacia el Occidente para  llegar al horizonte y entrar en los cielos y llegar a la casa de Dios»

Esta humilde investigación esta sujeta a las fundadas correcciones que nuestros lectores puedan ofrecer.


«En nombre de la Santísima Trinidad»


Colón prometió piadosamente a los Reyes Católicos  que el descubrimiento de las Indias estaría consagrado a liberar Jerusalén de los infieles.

 El 3 de agosto zarparon del Puerto de  Palos sus tres naves. En la expedición no viajaba  ningún sacerdote.

Félix Gajardo, investigador chileno, asevera en su libro “Colón en la ruta de los fenicios y cartaginenses” (editado en 1992 en Santiago de Chile)  que la Iglesia no había apoyado el proyecto de Colón porque éste se sustentaba en el IV Libro de Esdras. Este escrito bíblico no canónico cita al profeta Isaías de la siguiente forma: “De las siete partes de la tierra seis son enjuntas y una sola ocupada por el mar. Cuando la tierra se seque, sé que seis partes quedarán secas y la séptima cubierta por aguas.” Colón subrayó varias veces que basaba su proyecto en esta profecía.

  

El año 1492 es determinante puesto que en él coinciden tres acontecimientos de singular importancia histórica para el mundo y España

• la victoria española sobre los árabes

• la expulsión de los moros

• el  Descubrimiento de América.

 Ya en noviembre de ese mismo año Colón, en su memorable carta a los Reyes Católicos, hacia referencia a todos esos puntos y los relacionaba con su propio proyecto:

“Este presente año 1492, después de Vuestras Altezas haber  dado la guerra a los moros pensaron  enviarme a mi, Cristóbal Colon, a las Costas de la India…”

El  almirante decidió confirmar este anuncio  con la imagen descrita en forma premonitoria, de la que más tarde escribiría a los Reyes Católicos: “Para la ejecución de mi empresa de viaje a las Indias no he utilizado razón, ni matemáticas, ni mapamundi, sino sólo apliqué lo que había dicho Isaías”.

Colón creyó que actuaba  por mandato divino. El móvil que lo animaba  era la victoria universal del cristianismo. Insistía  en servir a Dios. Mientras la Reina Isabel entendía como su responsabilidad la evangelización de tierras incógnitas.

Tzvetlan  Todorov, investigador croata, atribuye  la fe y  convicción de Cristóbal Colón  a su espíritu visionario y al  hecho de que él mismo se consideraría responsable del mandato del Señor: “Id y anunciad a todas las naciones”… Sugiere que si Colón hace referencias frecuentes a su contacto personal con Dios, es a raíz de que  aspiraba a desempeñar bien su cruzada más temeraria en tierras desconocidas. Lo que a Colón realmente le importa propagar  era la fuerza misma de la fe.

 El 12 de octubre desembarcó en San Salvador.

1493: el 5 de marzo de ese año Colón llegó con la Niña a Lisboa.

15 de abril; Es recibido por la corte española. Una carta circular de Colón tuvo alta difusión y le dio el aprecio del público.

3 de mayo; La primera de las Bulas Papales otorgó privilegios a España en relación a las tierras descubiertas.

25 de septiembre; zarpó la segunda y  numerosa expedición con doce sacerdotes, encabezado por Fray Bernal Boyl.

1494: 6 de Enero; Posible fecha de la primera misa en América.

1496: 11 de junio;  Colón, al regresar de España, se detuvo en la casa del sacerdote Andrés Bernaldez.

1498: 30 de mayo;  zarparon las naves del tercer viaje y Colón anunció que había llegado a un paraíso terrenal.

1499: 25 de noviembre;  escribió  una carta con muchas referencias religiosas al ama de casa del príncipe don Juan.

25 de diciembre; Colón afirmó que en sus desgracias ha sido reconfortado por la Palabras Divina.

Según lo que él mismo escribiera, su móvil de navegar radicaba más que en la búsqueda de  otras tierras, oro, o pedrería…en: “Todo eso era sólo un engaño para que me dieran barcos y gentes. Yo quería navegar hacia el Occidente para  llegar al horizonte y entrar en los cielos y llegar a la casa de Dios y contarle de mi propia boca los infinitos males y miserias que sufren las gentes en este mundo”.

En una carta informe a los reyes, en 1495, dice cosas interesantes, que no podemos copiar completas:

«En lo de nuestra Santa Fe (es decir, en lo que respecta a)…que conozcan que sin ella nadie puede ser salvo» (Sigue diciendo que todos acudirían a bautizarse, aunque «no creo que sepan ni entiendan a cuánto llega este santo misterio» en especial por el idioma). Hay solo ese problema, pues «ni para esto haría al presente mucha necesidad maestros en santa teología, salvo solamente quien claro, en su lengua, les supiese contar por historia el Génesis y la Encarnación de Nuestro Redentor, con todo lo que con esto conviene». Para un laico, que era sólo un navegante, sin cultura teológica alguna, creemos que no está nada mal.

A pesar de reconocerse «pecador gravísimo», Colón sabe con toda certeza que en él se ha obrado un «milagro evidentísimo», como era que Dios «me puso en memoria, y después llegó a perfecta inteligencia, que podría navegar e ir a las Indias desde España, pasando el mar Océano al Poniente» (Fernández de Navarrete, Colección I,437). Esta conciencia de elegido la tenía ya antes del Descubrimiento, y se ve confirmada cuando éste se produce. Al terminar su Tercer Viaje, comienza su relación a los Reyes diciendo: «La santa Trinidad movió a Vuestras Altezas a esta empresa de las Indias y por su infinita bondad hizo a mí mensajero de ello».

Y en 1500 le escribe a Juana de la Torre: «del nuevo cielo y tierra que decía Nuestro Señor por San Juan en el Apocalipsis…, me hizo a mí mensajero y amostró aquella parte». En efecto, él, Cristóbal, está elegido por Dios como apóstol para llevar a Cristo (Cristoferens, Cristóforo) a un Mundo Nuevo.

No se puede negar que Cristóbal Colón era un cristiano muy sincero, profundamente religioso. El padre Bartolomé de las Casas dice de él que «en las cosas de la religión cristiana sin duda era católico y de mucha devoción». 

El 3 de agosto de 1492, tras siete años de innumerables negociaciones y conversaciones con nobles, frailes, marinos y con los mismos Reyes, parte Colón finalmente del puerto de Palos. Parte, escribe Las Casas, «en nombre de la Santísima Trinidad (como él dice, y así siempre solía decir)» (III Viaje). Parte llevando a Cristo en su nao Santa María, que no hubiera podido llevar otro nombre la nave capitana del Descubrimiento.

Así cuenta Gonzalo Fernández Oviedo la partida en su monumental Historia General y Natural de las Indias: «Colón recibió el sanctísimo sacramento de la Eucaristía el día mismo que entró en el mar, y en el nombre de Jesús mandó desplegar las velas y salió del puerto de Palos por el río de Saltés a la Mar Océana con tres carabelas armadas, dando principio al primer viaje y descubrimiento destas Indias». Y nosotros le acompañaremos en su Primer Viaje, siguiendo sus propios relatos.

Marinos cristianos y marianos

La tripulación de la nao Santa María y de las carabelas Pinta y Niña la componen unos 90 marineros, la mayoría andaluces (70), algunos vascos y gallegos (10), y sólo cuatro eran presos en redención de penas. No todos eran angelitos, pero eran sin duda hombres de fe, gente cristiana, pueblo sencillo. Así, por ejemplo, solían rezar o cantar cada día «la Salve Regina, con otras coplas y prosas devotas que contienen alabanzas de Dios y de Nuestra Señora, según la costumbre de los marineros, al menos los nuestros de España, que con tribulaciones y alegrías suelen decilla» (III Vj.).

Llega el 12 de octubre del Primer Viaje. Y «el Almirante tuvo por cierto estar junto a la tierra. Por lo cual, cuando dijeron la Salve, que la acostumbraban decir e cantar a su manera todos los marineros y se hallan todos, rogó y amonestóles el Almirante que hiciesen buena guarda al castillo de proa, y mirasen bien por la tierra». Dos horas después de la medianoche «pareció la tierra, de la cual estarían dos leguas». Era la isla de Guanahaní, que él bautizó cristianamente con el nombre de El Salvador, en las actuales Bahamas.

Entonces, con el escribano, dos capitanes y otros más, Cristóbal Colón toma con solemnidad, y según los modos acostumbrados, «posesión de la dicha Isla por el Rey y por la Reina sus señores». Y en seguida «se juntó allí mucha gente de la Isla. Esto que se sigue son palabras formales del Almirante en su libro de su primera navegación y descubrimiento de estas Indias: «Yo, dice él, porque nos tuviesen mucha amistad, porque conocí que era gente que mejor se libraría y convertiría a Nuestra Santa Fe con Amor que no por fuerza, les di a algunos de ellos unos bonetes colorados y unas cuentas de vidrio que se ponían al pescuezo, y otras cosas muchas de poco valor, con que hubieron mucho placer y quedaron tanto nuestros que era maravilla». Y tras una breve descripción de aquella gente, la primera encontrada, concluye: «Y creo que ligeramente se harían cristianos, que me pareció que ninguna secta tenían».

Luces y sombras

Evidentemente, tanto Colón, como la empresa en la que se empeño, contó con el resplandor de la Fe que le iluminaba, pero también con sus debilidades,  dificultad y precariedad humana que le rodeaba. No todos los  que le acompañaron en sus viajes, tenían la virtud y el bien entre sus anhelos. Está abrumadora carencia, muchas veces oscurecía el horizonte trascendente, en parte, del corazón de Colón.  Bartolomé de las Casas, fraile dominico que defendía a los indios, criticaba a Colón en su trato con ellos, aunque era su gran admirador. Criticaba también que se bautizara a los naturales antes de enseñarles la doctrina (muchas veces se hacía para que, no pudiendo acusarlos de paganos, no se les esclavizara, o sea con buena intención, aunque con gruesos errores). El mismo Las Casas escribió un enorme libro titulado: «Sobre la única manera de llevar la verdadera doctrina a los indios». 

La Fe y el Oro

Durante siglos, la acción de la Iglesia Católica estuvo obstaculizada y enfrentada. Por un lado, estaban quienes predicaron la fe con la pureza y la fortaleza, pagando con el precio del martirio, luego de una vida ejemplar. Al mismo tiempo, muchos fieles católicos y súbditos de la Corona, eran enviados para el trabajo y el sacrificio, en razón de sanción por sus malas conductas.

La mayoría cruzaba el océano por el oro; pero no eran menos los que tenían por empresa la expansión de la Fe.

El caso personal de Colón puede darnos luz en este punto. Difundir la fe cristiana y encontrar oro son en el Almirante dos apasionadas obsesiones, igualmente sinceras una y otra, y falsearíamos su figura personal si no afirmáramos en él las dos al mismo tiempo. El confiesa de todo corazón: «El oro es excelentísimo; del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace cuanto quiere en el mundo, y llega a que echa las ánimas al Paraíso» (IV Vj.). En esa declaración, muy enraizada en el siglo XVI hispano, la pasión por el oro no se orienta ante todo, como hoy suele ser más frecuente, a la vanidad y la seguridad, o al placer y la buena vida, sino que pretende, más que todo eso, la acción fuerte en el mundo y la finalidad religiosa. Como dice el profesor Elliot, en el XVI español «el oro significaba poder. Esta había sido siempre la actitud de los castellanos con respecto a la riqueza» (El viejo mundo 78). El oro significaba poder, y el poder era para la acción, la acción para la seguridad de las haciendas y la misión.

Descubridores y conquistadores, según se ve en las crónicas, son ante todo hombres de acción y de aventura, en busca de honores propios y de gloria de Dios, de manera que por conseguir éstos valores muchas veces arriesgan y también pierden sus riquezas y aún sus vidas. Y si consiguen la riqueza, rara vez les vemos asentarse para disfrutarla y acrecentarla tranquilamente. Ellos no fueron primariamente hombres de negocios, y pocos de ellos lograron una prosperidad burguesa.

En Colón, concretamente, la fe y el oro no se contradicen demasiado, si tenemos en cuenta que, como él dice, «así protesté a Vuestras Altezas que toda la ganancia de esta mi empresa se gastase en la conquista de Jerusalén, y Vuestras Altezas se rieron y dijeron que les placía, y que sin esto tenían aquella gana» (I Vj. 26 dic).

La Santa Cruz

«En todas las partes, islas y tierras donde entraba dejaba siempre puesta una cruz», y cuando era posible, «una muy grande y alta cruz» (I Vj. 16 nov). Procuraban ponerlas en lugares bien destacados, para que se vieran desde muy lejos. De este modo, a medida que los españoles, conducidos por Colón, tocan las islas o la tierra firme, van alzándose cruces por todas partes, cobrando así América una nueva fisonomía decisiva. Las colocan con toda conciencia, «en señal que Vuestras Altezas tienen la tierra por suya, y principalmente por señal de Jesucristo Nuestro Señor y honra de la Cristiandad» (12 dic).

Y así «en todas las tierras adonde los navíos de Vuestras Altezas van y en todo cabo, mando plantar una alta cruz, y a toda la gente que hallo notifico el estado de Vuestras Altezas y cómo tenéis asiento en España, y les digo de nuestra santa fe todo lo que yo puedo, y de la creencia de la santa madre Iglesia, la cual tiene sus miembros en todo el mundo, y les digo la policía y nobleza de todos los cristianos, y la fe que en la santa Trinidad tienen» (III Vj.).

 

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