La persona  humana debe empeñarse en las ocupaciones domésticas y  profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios…


Todo lo demás  pasará y se nos quitará


BENEDICTO XVI, ÁNGELUS,  Palacio Apostólico de Castelgandolfo, Domingo 18 de julio de 2010


Momento favorable para dar el  primer lugar a lo que efectivamente es más importante en la vida, o sea, la escucha  de la Palabra del Señor. Así lo recuerda también el Evangelio de este domingo, con  el célebre episodio de la visita de Jesús a casa de Marta y María, narrado por san  Lucas (10, 38-42).  Marta y María son dos hermanas; tienen también un hermano, Lázaro, quien en  este caso no aparece. Jesús pasa por su pueblo y —dice el texto— Marta le recibió  (cf. 10, 38). Este detalle da a entender que, de las dos, Marta es la mayor, quien  gobierna la casa. De hecho, después de que Jesús entró, María se sentó a sus pies  a escucharle, mientras Marta está completamente ocupada en muchos servicios,  debidos ciertamente al Huésped excepcional.

Nos parece ver la escena: una  hermana se mueve atareada y la otra como arrebatada por la presencia del Maestro  y sus palabras. Poco después, Marta, evidentemente molesta, ya no aguanta y  protesta, sintiéndose incluso con el derecho de criticar a Jesús: «Señor, ¿no te  importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile, pues, que me ayude».  Marta quería incluso dar lecciones al Maestro. En cambio Jesús, con gran calma,  responde: «Marta, Marta —y este nombre repetido expresa el afecto—, te  preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de  una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada» (Lc 10, 41-42).  La palabra de Cristo es clarísima: ningún desprecio por la vida activa, ni mucho  menos por la generosa hospitalidad; sino una llamada clara al hecho de que lo  único verdaderamente necesario es otra cosa: escuchar la Palabra del Señor; y el  Señor en aquel momento está allí, ¡presente en la Persona de Jesús! Todo lo demás  pasará y se nos quitará, pero la Palabra de Dios es eterna y da sentido a nuestra  actividad cotidiana.

La persona  humana debe trabajar, sí; empeñarse en las ocupaciones domésticas y  profesionales; pero ante todo tiene necesidad de Dios, que es luz interior de amor y  de verdad. Sin amor, hasta las actividades más importantes pierden valor y no dan  alegría. Sin un significado profundo, toda nuestra acción se reduce a activismo  estéril y desordenado. Y ¿quién nos da el amor y la verdad sino Jesucristo? Por eso  aprendamos, hermanos, a ayudarnos los unos a los otros, a colaborar, pero antes  aún a elegir juntos la parte mejor, que es y será siempre nuestro mayor bien.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *