Los parientes de Jesús decían: Está fuera de sí

 

 

 Puede parecer paradójico, que según el testimonio de los santos, los mejores beneficiarios en el camino de ser atraídos al Corazón del Señor, hayan sido precisamente sus enemigos. Aquellos que fueron causa de tribulación, por la incomprensión, indiferencia, persecución y abusos, sobre todo de poder,  que pueden causar verdadero padecimiento, sin embargo se constituyen en la cruz, que impulsada por la gracia y la oración, han ido transformando sus almas, en reflejos del Señor y de su Madre Santísima.

Según en el testimonio de Cristo y la vida de los santos, los enemigos fueron instrumentos del Señor, en el camino de la Redención y la Santificación.

 Pero un gran dolor o un peso más abismaste para el alma piadosa, es cuando quien se declara en enemigo e instrumento de las tinieblas, no es un personaje extraño sino la propia familia.

Nuestro mismo Redentor, a diferencia de la profunda adhesión de su Madre Santísima a su voluntad,  padeció la falta de comprensión de muchos de sus parientes, que no comprendían ni sus palabras ni sus acciones, por tener sus corazones ennegrecidos: San Marcos 3,21 «Cuando sus parientes oyeron esto, fueron para hacerse cargo de El, porque decían: Está fuera de sí.»

 

  La causa de esta discrepancia y distancia de las familias de quienes son un tesoro para la Iglesia y la humanidad, en vez de dejarse inflamar por el fuego del Espíritu Santo que inunda el corazón del alma de Dios, es principalmente que, la tierra en la que esa semilla brote de un modo milagroso y particular, por regalo del Espíritu Santo, no siempre es una tierra fértil, que se dejo nutrir por la Penitencia, la gracia y la palabra de Dios.

  Lejos de buscar iluminarse por la Voluntad de Dios y de pedir la Cruz de Cristo como camino para la Gloria, la familia de los santos, no solo no repudiaba el pecado venial, sino que muchas veces, era el pecado mortal el denominador de su conducta moral.

 

  Santa Margarita María Alacoque                                         

Las cosas en la casa de Santa Margarita Alacoque, vidente del Sagrado Corazón de Jesús, no iban muy bien. Desde la muerte de su padre, se habían instalado en su casa dos parientes y una de las hermanas de su papá, quienes teniendo un fuerte influjo sobre la mamá de Margarita, fomentando la pena y el duelo en un corazón no fortalecido por la vida sobrenatural, tomaron en sus manos el gobierno de la casa y los bienes de la familia. Y así no tenían autoridad alguna, Margarita fue transformada en casi una domestica, bajo las órdenes de sus parientes y los caprichos de su instable y temperamental Madre. Era una guerra continua ya que todo estaba con llave, de tal modo, que ni el sustento ni los deberes para con el Señor, pudo alcanzarlos la joven santa sin el concurso arrogante, indiferente e impío de sus parientes.

Margarita entonces empezó a dirigir todos sus afectos, su dicha y su consolación en el Santísimo Sacramento del altar. Pero ni siquiera esto le fue posible libremente, ya que la Iglesia de su pueblo quedaba a gran distancia y Margarita no podía salir de la casa sin el permiso de esos familiares.  En repetidas ocasiones un familiar le daba permiso y otro se lo negaba.

Pero si Margarita sufría por su situación, era mas todavía la enfermedad que agradaba la situación de su madre. Ella, enferma con una erisipela en su cabeza que le producía una hinchazón e inflamación muy peligrosas, se veía continuamente cerca de la muerte. Margarita curaba todos los días la llaga de su mamá, teniendo varias veces que cortar mucha de su carne podrida. Durante todo el tiempo de la enfermedad, Margarita apenas dormía y comía muy escasamente. Pero no dejaba de dirigirse al Señor y le decía con frecuencia, «Mi Soberano Maestro, si Vos no lo quisieras, no sucedería esto, pero os doy gracias de haberlo permitido para hacerme semejante a Vos.»

Y así iba creciendo en Margarita un gran amor a la oración y al Santísimo Sacramento. Ella se lamentaba, pues sentía que no sabía como orar, y fue el mismo Señor quien le enseñaba. El la movía a arrodillarse ante El y pedirle perdón por todas sus ofensas y después de adorarlo, era el mismo Señor quien se le presentaba en El misterio que El quería que ella meditase. Y consumido en El, crecía en ella el deseo de solo amarlo cada vez mas.

Cuando su madre y sus parientes empezaron a hablarle de matrimonio, la joven Margarita no podía sino sentir temor, pues no quería en nada ir en contra de aquel voto de entrega exclusiva a Dios que una vez había pronunciado. Pero era grande la presión ya que no le faltaban pretendientes que querían empujarle a perder su castidad. Por otro lado, su madre le insistía. Llorando ella le decía a Margarita que no tenía mas esperanzas para salir de la miseria en que se hallaban mas que en el matrimonio de Margarita, teniendo el consuelo de poder retirarse con ella tan pronto como estuviera colocada en el mundo. Todo esto fue muy duro para Margarita, quien sufría horriblemente. El demonio la tentaba continuamente, diciéndole que si ella se hacía religiosa, esta pena mataría a su mamá. Mas por otra parte la llamada de Margarita a ser religiosa y el horror a la impureza no cesaban de influenciarle y tenía, por gracia de Dios, continuamente delante de sus ojos, su voto, al que sentía que si llegase a faltar, sería castigada con horribles tormentos.

Pero, la ternura hacia su madre comenzó a sobreponerse con la idea de que, siendo aún niña cuando hizo el voto, y no comprendiendo lo que era, bien podría obtener dispensas. Comenzó pues Margarita a mirar al mundo y a arreglarse para ser del agrado de los que la buscaban. Procuraba divertirse lo mas que podía. Pero durante todo el tiempo en que estaba en estos juegos y pasatiempos, continuamente el Señor la llamaba a su Corazón. Cuando por fin ella se apartaba un poco para recogerse, el Señor le hacía severas reprensiones ante las cuales sufría horriblemente. Dice Sta. Margarita: «Me lanzaba Jesús flechas tan ardientes, que traspasaban mi corazón y lo consumían dejándome como transida de dolor. Pasando esto, volvía a mis resistencias y vanidades»

En una ocasión Jesús le dijo: «Te he elegido por esposa y nos prometimos fidelidad cuando hiciste el voto de castidad. Soy yo quien te motivo a hacerlo, antes de que el mundo tuviera parte en tu corazón… Y después te confié al cuidado de mi Santa Madre, para que te formase según mis designios.

Finalmente el Divino Maestro se le aparece todo desfigurado, cual estaba en Su flagelación y le dice: «¿Y bien querrás gozar de este placer?- Yo no gocé jamás de ninguno, y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón- Querrás ahora disputármelo?». Comprendió ella que era su vanidad la que había reducido al Señor a tal estado.  Que estaba ella perdiendo un tiempo tan precioso, del cual se le perdería una cuenta rigurosa a la hora de su muerte. Y con esta gracia extraordinaria, revivió en ella el deseo de la vida religiosa con tal ardor, que resolvió abrazarla a costa de cualquier sacrificio, aunque pasarían cinco años antes de poder realizarlo.

  En su autobiografía, Santa Margarita María termina agradeciendo a su familia, por las tribulaciones que le procuraron. Se refiere a ellos, por la cruz que le hicieron vivir como: “mis mejores benefactores”.

 

Santa Rosa de Lima  

Rosa tuvo que sufrir enormemente por parte de su familia, quienes no aceptaban sus renuncias y forma de vivir en soledad, penitencia y oración.

El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Tanto las advertencias amenazantes del Padre, como la victimización de su Madre, por la miseria que vivían, fueron los instrumentos del maligno para atormentar el corazón de la joven santa. Rosa luchó esta tribulación, con humillaciones, abandono e insultos de parte de ellos, por más de diez años. Hizo voto de virginidad para asegurar  su resolución de vivir consagrada al Señor.

Al cabo de esos años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo, imitando así a Santa Catalina de Siena. A partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una cinta de plata, cuyo interior era lleno de puntas sirviendo así como una corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de El, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma.

 

Del santo Evangelio según san Marcos 3, 20-35  En aquel tiempo, Jesús entró en una casa con sus discípulos y acudió tanta gente, que no los dejaban ni comer. Al enterarse sus parientes, fueron a buscarlo, pues decían que se había vuelto loco. Los escribas que habían venido de Jerusalén, decían acerca de Jesús: «Este hombre está poseído por Satanás, príncipe de los demonios, y por eso los echa fuera». Jesús llamó entonces a los escribas y les dijo en parábolas: «¿Cómo puede Satanás expulsar a Satanás? Porque si un reino está dividido en bandos opuestos, no puede subsistir. Una familia dividida tampoco puede subsistir. De la misma manera, si Satanás se rebela contra sí mismo y se divide, no podrá subsistir, pues ha llegado su fin. Nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y llevarse sus cosas, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa.

Yo les aseguro que a los hombres se les perdonarán todos sus pecados y todas sus blasfemias. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón; será reo de un pecado eterno». Jesús dijo esto, porque lo acusaban de estar poseído por un espíritu inmundo. Llegaron entonces su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar. En torno a él estaba sentada una multitud, cuando le dijeron: «Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan».

Él les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?» Luego, mirando a los que estaban sentados a su alrededor, dijo: «Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre».

 

Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio. Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, manteniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana. Pidamos a María que nos ayude también a nosotros a mantener la mirada bien fija en Jesús y a seguirle siempre, incluso cuando cueste.  (S.S. Francisco, Ángelus del 18 de agosto de 2013).

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