Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro, de Cristo, lo mayor. La humildad habla de la verdad, y la verdad, de la humildad


Lc 9,18-22 segùn los Padres de la Iglesia

san Agustín (S. 183, 4.14.15)


«Aquí tienes la confesión verdadera y plena. Debes unir una y otra cosa: lo que Cristo dice de sí y lo que Pedro dice de Cristo. ¿Qué dijo Cristo de sí? ¿Quién dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre? ¿Y qué dice Pedro de Cristo? Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo. Une las dos cosas y así viene Cristo en la carne. Cristo afirma de sí lo menor, y Pedro, de Cristo, lo mayor. La humildad habla de la verdad, y la verdad, de la humildad; es decir, la humildad, de la verdad de Dios, y la verdad, de la humildad del hombre. ¿Quién, pregunta, dicen los hombres que soy yo, el hijo del hombre?…

Pero, hermanos míos, ¿de dónde le vino a Pedro, de dónde le vino el decir con amor: Tú eres Cristo, el hijo de Dios vivo? ¿De dónde le vino? ¿De sí mismo? De ninguna manera. Gracias a Dios que el mismo capítulo del Evangelio nos muestra una y otra cosa: lo que Pedro recibió de Dios y lo que era de su cosecha. Allí tienes ambas cosas; léelo, nada hay que debas esperar oír de mí. Recuerdo el Evangelio: Tú eres Cristo, el hijo del Dios vivo. Y el Señor le responde: Dichoso eres, Simón, hijo de Jonás. ¿Por qué? ¿Dichoso por ti mismo? No, sino porque no te lo ha revelado la carne ni la sangre: pues esto eres tú. No te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos…

Poned vuestra esperanza en el Señor y añadid las buenas obras a la recta fe. Confesad que Cristo vino en la carne, con la fe y con una vida santa; considerad que una y otra cosa la habéis recibido de Dios y esperad que él os las aumente y perfeccione».


San Cirilo

Separado el Señor de los pueblos y colocado aparte, se consagró a la oración. Por esto dice: «Y aconteció que estando solo orando», etc. Se constituía así en modelo de sus discípulos, enseñándoles la dulce práctica de los dogmas doctrinales. Comprendo en esto que es muy conveniente que los obispos precedan también en méritos a sus diocesanos, ocupados asiduamente en las cosas necesarias y tratando aquellas que agradan a Dios.


La causa de la oración pudo asustar a los discípulos. Veían con los ojos de la carne que oraba Aquel a quien antes habían visto hacer milagros con autoridad divina. Y con objeto de quitarles la turbación, les pregunta, no porque ignorara las alabanzas de los de fuera, sino para separarlos de la opinión de los demás e infundirles la verdadera fe. Por ello sigue el Evangelista: «Y les preguntó, diciendo: ¿Quién dicen las gentes que soy?»


San Agustín

De cons. Evang. 2, 80

Puede preguntarse cómo San Lucas pudo decir que el Señor preguntó a sus discípulos quién decían los hombres que era El cuando estaba orando y los discípulos presentes. Mientras que San Marcos dice que les preguntó en el camino. Pero esto sólo puede inquietar al que piensa que jamás oró en el camino.


San Ambrosio

No es sin razón la opinión de la muchedumbre que los discípulos refieren, cuando se añade: «Mas ellos respondieron y dijeron: unos Juan el Bautista (quien sabían había sido degollado), y otros Elías (quien creían había de venir), y otros que resucitó alguno de los antiguos profetas». Pero que otra sabiduría profundice estas palabras, porque si al apóstol San Pablo le bastaba no saber más que a Jesucristo, y Este crucificado ( 1Cor 2), ¿qué más deseo yo saber que a Jesucristo?


San Cirilo

Observa, pues, la prudencia de la pregunta. Los dirige primero a las alabanzas exteriores, a fin de refutarlas y producir en ellos la verdadera opinión; por esto, habiendo los discípulos expuesto la opinión del pueblo, les pregunta por la suya, cuando añade: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» ¡Oh! y cuán importante es aquella palabra vosotros. Los distingue de la muchedumbre, a fin de que eviten sus opiniones, como diciendo: Vosotros, que habéis sido llamados por Mí al apostolado, y que sois testigos de mis milagros, ¿quién decís que soy yo? San Pedro se anticipó a los demás y se convierte en representante de todo el Colegio Apostólico, y pronuncia palabras de amor divino, y hace la profesión de su fe, cuando dice: «Respondiendo Simón Pedro, dijo: el Cristo de Dios». No dijo sencillamente que era Cristo de Dios, sino con el artículo el Cristo, como dice el texto griego. Pues muchos, divinamente ungidos, fueron llamados cristos, en diversos sentidos. Los unos recibieron la unción de reyes, los otros de profetas. Nosotros mismos, que recibimos la unción del Espíritu Santo por el Cristo, hemos obtenido el nombre de Cristo. Mas uno sólo es el Cristo de Dios y del Padre, como que tiene sólo por Padre propio a Aquel que está en los cielos. Y así San Lucas concuerda con este pasaje de San Mateo, que hace decir a Pedro: «Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo» ( Mt 16,16); pero, abreviando, le hace decir: «Tú eres el Cristo de Dios».


San Ambrosio

Nuestro Señor Jesucristo no quiso ser predicado para que no se produjese algún alboroto. Por lo que sigue: «Mas El, reprendiéndolos, les mandó que no dijesen esto a nadie». Por muchas razones mandó callar a sus discípulos: para engañar al príncipe del mundo, declinar la jactancia y enseñar la humildad. Luego Cristo no quiso ser glorificado. Y tú, que has nacido innoble, ¿quieres gloriarte? Además, no quería que sus discípulos, rudos aún e imperfectos, fuesen oprimidos por la mole de tan sublime predicación. Les prohíbe, pues, anunciarlo Hijo de Dios, a fin de que lo anuncien después crucificado.

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