Son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz

 

 

MENSAJE DEL OBISPO DE SAN BERNARDO AL INICIO DEL TIEMPO DE CUARESMA DEL AÑO 2013

 

Obispo de San Bernardo, Chile,

Monseñor Juan Ignacio González E.

 

 

Queridos hermanos y hermanas:

1. Con la celebración de Miércoles de Cenizas hemos iniciado el Tiempo de Cuaresma. La Iglesia nos convoca a prepararnos con la oración, el ayuno y la caridad para vivir con mayor fe los misterios centrales de nuestra redención; la Pasión, Muerte y Resurrección de Señor Jesús, que celebramos en el Triduo Pascual. No se trata, por tanto, de la repetición cíclica de un espacio de tiempo en el curso del año cristiano, sino de una llamada a una autentica conversión, es decir, a que todos y cada uno vivamos mas sinceramente de cara al Señor, conforme a sus mandatos y sabios designios y como servidores humildes de las demás personas, especialmente las que conviven con cada uno de nosotros. Dios ha vuelto a entrar en la historia de cada uno de nosotros por medio de la encarnación de su Hijo Jesucristo, la Segunda Persona de la SantísimaTrinidad, hecha carne en las entrañas purísimas de María Virgen y que por nosotros y por nuestra salvación padeció la muerte en tiempo de Poncio Pilatos, como rezamos en el Credo.

 

Todos nosotros somos los autores de la muerte de Cristo

 

2. Vivimos este tiempo cuaresma en medio del Año de la Fe al que nos ha convocado el Santo Padre y por ello es oportuno que intentemos meditar y comprender mejor el sentido de la redención según la fe de la Iglesia. Dice el Catecismo: «La Iglesia, en el magisterio de su fe y en el testimonio de sus santos no ha olvidado jamás que «los pecadores mismos fueron los autores y como los instrumentos de todas las penas que soportó el divino Redentor» (Catech. R. 1, 5, 11; cf. Hb 12, 3). Teniendo en cuenta que nuestros pecados alcanzan a Cristo mismo (cf. Mt 25, 45; Hch 9, 4  – 5), la Iglesia no duda en imputar a los cristianos la responsabilidad más grave en el suplicio de Jesús, responsabilidad con la que ellos con demasiada frecuencia, han abrumado únicamente a los judíos: «Debemos considerar como culpables de esta horrible falta a los que continúan recayendo en sus pecados. Ya que son nuestras malas acciones las que han hecho sufrir a Nuestro Señor Jesucristo el suplicio de la cruz, sin ninguna duda los que se sumergen en los desórdenes y en el mal «crucifican por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia (Hb 6, 6). Y es necesario reconocer que nuestro crimen en este caso es mayor que el de los Judíos. Porque según el testimonio del Apóstol, «de haberlo conocido ellos no habrían crucificado jamás al Señor de la Gloria» (1Co 2, 8). Nosotros, en cambio, hacemos profesión de conocerle. Y cuando renegamos de El con nuestras acciones, ponemos de algún modo sobre El nuestras manos criminales» (Catech. R. 1, 5, 11). «Y los demonios no son los que le han crucificado; eres tú quien con ellos lo has crucificado y lo sigues crucificando todavía, deleitándote en los vicios y en los pecados» (S. Francisco de Asís, admon. 5, 3)».(CEC, 598)

 

 

«Muerto por nuestros pecados según las Escrituras»

 

3. Este designio divino de salvación a través de la muerte del «Siervo, el Justo» (Is 53, 11;cf. Hch 3, 14) había sido anunciado antes en la Escritura como un misterio de redención universal, es decir, de rescate que libera a los hombres de la esclavitud del pecado (cf. Is 53, 11 – 12; Jn 8, 34 – 36). S. Pablo profesa en una confesión de fe que dice haber «recibido» (1Co 15, 3) que «Cristo ha muerto por nuestros pecados según las Escrituras» (ibidem: cf. también Hch 3, 18; Hch 7, 52; Hch 13, 29; Hch 26, 22 – 23). La muerte redentora de Jesús cumple, en particular, la profecía del Siervo doliente (cf. Is 53, 7 – 8 y Hch 8, 32 – 35). Jesús mismo presentó el sentido de su vida y de su muerte a la luz del Siervo doliente (cf. Mt 20, 28). Después de su Resurrección dio esta interpretación de las Escrituras a los discípulos de Emaús (cf. Lc 24, 25 – 27), luego a los propios apóstoles (cf. Lc 24, 44 – 45)» (CEC 601).

Escribe un santo que derramó su sangre por Cristo que nuestro Señor «primero, cuando sufrió la muerte dolorosísima, ofreció el sacrificio aquí en la tierra. Después […] presentó ante el trono del Padre aquella sangre de un valor inmenso que había derramado abundantemente por todos los hombres, sujetos al pecado. Este sacrificio es tan aceptable y agradable a Dios que, en el mismo instante en que lo mira, compadecido de nosotros, se ve forzado a otorgar su clemencia a todos los que se arrepienten de verdad. Es, además, un sacrificio eterno, ya que se ofrece no sólo cada año (como sucedía entre los judíos), sino cada día, más aún, cada hora y a cada momento, para que en él hallemos consuelo y alivio. (San Juan Fisher, Coment. al Salmo 129, Opera omnia, p. 1610)

 

Dios tiene la iniciativa del amor redentor universal

 

4. Al entregar a su Hijo por nuestros pecados, Dios manifiesta que su designio sobre nosotros es un designio de amor benevolente que precede a todo mérito por nuestra parte: «En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que El nos amó y nos envió a su Hijo como propiciación por nuestros pecados» (1Jn 4, 10; cf. 1Jn 4, 19). «La prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rm 5, 8).(CEC 604)

«Jesús ha recordado al final de la parábola de la oveja perdida que este amor es sin excepción: «De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno de estos pequeños» (Mt 18, 14). Afirma «dar su vida en rescate por muchos» (Mt 20, 28); este último término no es restrictivo: opone el conjunto de la humanidad a la única persona del Redentor que se entrega para salvarla (cf. Rm 5, 18 – 19). La Iglesia, siguiendo a los Apóstoles (cf. 2Co 5, 15; 1Jn 2, 2), enseña que Cristo ha muerto por todos los hombres sin excepción: «no hay, ni hubo ni habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo» (Cc Quiercy en el año 853: DS 624)» (CEC 605)

 

Responder al amor de Dios por la fe y el amor a los demás

 

5. Dice San Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16). Y el Papa Benedicto XVI, en su primera Encíclica nos recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva… Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Enc. Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. «El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado». De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios».

 

Tiempo de renovar la fe y vivir la fraternidad con los mas necesitados

 

6. El tiempo de Cuaresma es también un momento particular de ejercicio de la fraternidad con los mas necesitados. Para ello la Iglesia ha organizado la Cuaresma de Fraternidad» que desde el año 2000, ha financiado más de 460 proyectos sociales orientados a distintos grupos especialmente carenciados. Los últimos tres años, y como una opción de la Iglesia Católica en Chile, se financiaron 128 iniciativas que continúan ejecutándose a nivel nacional, cuyos beneficiarios fueron jóvenes en situación de vulnerabilidad. A partir de este año, los fondos que se recauden apoyarán el trabajo de proyectos para niños y niñas entre 0 y 14 años de distintas zonas del país. Nuestra generosidad se ha de expresar en dar de aquello que tenemos; no lo que alguna vez puede sobrar, sino que – por amor al Señor, que nos amó primero – dar de lo que cuesta, de aquellos que teníamos para nosotros, de manera que otros hermanos puedan tener lo esencial. Durante los cuarenta días de la Cuaresma, los católicos y demás personas de buena voluntad pueden aportar a través de las alcancías y sobres que se distribuyen en parroquias, capillas y colegios. Otra vía es la cuenta corriente número 187593 del BancoEstado a nombre de Cuaresma de Fraternidad.

Como nos ha dicho el Santo Padre en su mensaje de Cuaresma «resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista».

Queridos hermanos y hermanas, marcados por la ceniza de la penitencia – que recibiremos al inicio del tiempo cuaresmal –  transformemos estos días en amor a Dios que quiso venir a salvarnos de nuestros pecados, como aclara el mensajero divino en el sueño en que anuncia a José la llegada del Mesías y de alguna manera devolvamos ese amor de Dios amando de verdad a los demás y especialmente siendo generosos con los mas necesitados.

 

+ Juan Ignacio González Errázuriz

Obispo de San Bernardo

Miércoles de Cenizas del año 2013, al inicio del Santo Tiempo de Cuaresma

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