¿Por qué  estoy aquí  yo  participando en una iniciativa?  ¿Porque me gusta mucho y me da gran satisfacción personal?  o ¿Porque me gusta que los demás me pongan atención y me feliciten?


Un  paso de conversión muy importante para quienes estamos activos  dentro de la  Iglesia,  es tener   el  valor  y   la humildad  para examinar  nuestro interior  y honestamente  reconocer cuáles son las auténticas razones por las cuales servimos y nos desenvolvemos en nuestros apostolados.


¿Por qué  estoy aquí  yo  escribiendo este  artículo?  ¿Porque me gusta mucho y me da gran satisfacción personal?   ¿Porque me gusta que los demás me pongan atención y me feliciten?   ¿O porque  amo a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y con toda mi voluntad, y deseo ser dócil  a  sus divinas inspiraciones y  hacer siempre  lo que  a Él  le agrada?.

La recta intención es lo que  quiere Jesús de nosotros, no multiplicar nuestras palabras,  no multiplicar nuestras actividades, nuestros  ires  y venires.  Como ha dicho Juan Pablo II  en  el libro el “Cruzando el umbral de la Esperanza” de Victor Messori: hay que reconocer la herejía de nuestras obras….o  como  dice Jesús en el  Evangelio,  en la Parábola del que  hacía  tres años no obtenía  frutos de su higuera (Lc. 13,6-9).

La recta intención  nos debe cuestionar cada  día  cada  hora, cada  momento ¿estoy   haciendo y viviendo en la voluntad de Dios o mi propia voluntad?, ¿Trabajo por un fin personal?  ¿o porque  aquí  obtengo beneficios humanos, terrenales,  materiales  y/o  emocionales?.

En el lenguaje contemporaneo nos hablan de los mecanismos de defensa, que son soluciones temporales, a veces enfermizas para calmar  conflictos internos  no resueltos, ficciones armadas para protejer la propia imagen y centrar la mirada en el otro; renunciando a la verdad objetiva para saldar situaciones a fin de que no se manifiestan las carencias propias; ubicar hábilmente las piezas del tablero que están en el entorno, para que la sombra de unos  cubra la de los otros y el resplandor personal no deje de brillar. De tal modo el propio yo, desfigurado verdaderamente, pasa a tomar un papel protagónico en los intereses, mientras  que los fines verdaderos y urgentes, trascendentes y salvíficos pasan a compartir espacio o disminuir su inlfujo en el corazón sediendo ante otras que con apariencia de bien, intentan justificar todo tipo de procediemiento, aunque transgreda los limites de la honestidad, objetividad, justicia y pureza de corazón

Dios me conoce, sabe de mi no recta intención.

Benedicto XVI nos iluminó al respecto, el día 3 de Febrero del Año 2010, cuando refiriendose a la Cena del Señor, el Jueves Santo dijo:

» ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico! (Benedicto XVI, «Sacramentum Caritatis», nos 1, 88)

Por una parte el Señor afirma su autoridad, pero también define el método de ejercicio de la misma: el Maestro se dona completamente  y no domina como los Césares Romanos o como los caudillos hebreos. Es el primero en ponerse a los pies del último de sus discípulos. A Jesús en el desierto, el maligno le ofrece poder, pero no se arrodilló ante ningún ídolo, ante ningún poder de este mundo; sin embargo, se arrodilla ante sus doce discípulos para lavarles los pies.

Y así lo entendió claramente el primero de los Vicarios de Cristo, el mismo San Pedro, cuando lo describe de modo sublime: «Sed pastores del rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo, gobernándolo no a la fuerza, sino de buena gana, como Dios quiere; no por sórdida ganancia, sino con generosidad; no como déspotas sobre la heredad de Dios, sino convirtiéndoos en modelos del rebaño.» ( I Pedro 5,1-4)

S. S. Benedicto XVI afirmó que  «ser discípulos significa “perderse a si mismo”, pero para reencontrarse plenamente a uno mismo (Cfr. Lc 9,22-24). ¿Qué significa esto para cada cristiano, pero sobre todo qué significa para un sacerdote? El seguimiento, pero podríamos tranquilamente decir: el sacerdocio, no puede jamás representar un modo para alcanzar seguridad en la vida o para conquistar una posición social. El que aspira al sacerdocio para un aumento del propio prestigio personal y el propio poder entiende mal en su raíz el sentido de este ministerio. Quien quiere ante todo realizar una ambición propia, alcanzar éxito propio será siempre esclavo de si mismo y de la opinión pública.»

Por su Infinita Misericordia, El me invita a ser valiente y aunque sea doloroso, enfrentarme a solas en el espejo, con la ayuda de su Gracia, y reconocerme tal como soy y tal como  actúo, sin máscaras, sin maquillajes, en la Verdad de Dios, y después pedirle la Gracia de mi conversión, de enderezar las no rectas intenciones torcidas y engañosas, y a descubrir mis trucos psicológicos, mis falsos razonamientos para justificar mis fallas  o  carencias espirituales, al no querer disculparme achacando a los demás,  o  justificándome por mi  tibieza  espiritual, o por mi activismo  apostólico, carente de frutos espirituales auténticos, que den  fe de que Dios habita en mi corazón, y que es El a través de mí, quien desea actuar y llegar a mis hermanos para derramar en ellos el bálsamo de su  Amor y su Divina  Misericordia.»

Benedicto XVI, con su actitud humilde y con la fuerza de la verdad fundada en la acción del Espíritu Santo, quiebra el cristal que para muchos es intocable. Su magisterio es absolutamente claro:

«Para ser considerado deberá adular; deberá decir aquello que agrada a la gente; deberá adaptarse al cambio de las modas y de las opiniones y, así, se privará de la relación vital con la verdad, reduciéndose a condenar mañana aquello que había alabado hoy. Un hombre que plantee así su vida, un sacerdote que vea en estos términos su propio ministerio, no ama verdaderamente a Dios y a los demás, sino solo a si mismo y, paradójicamente, termina por perderse a si mismo.» (Benedicto XVI, 14 de Junio de 2010)

El año 2005, quién fuera Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe; el Cardenal Ratzinger comentando el texto de San Mateo 27, 22-23.26, en el Via Crucis escrito por solicitud del San Juan Pablo II, se vale de la imagen de Pilato: «…Sabe que este condenado es inocente; busca el modo de liberarlo. Pero su corazón está dividido. Y al final prefiere su posición personal, su propio interés, al derecho. También los hombres que gritan y piden la muerte de Jesús no son monstruos de maldad. Muchos de ellos, el día de Pentecostés, sentirán «el corazón compungido» (Hch 2, 37), cuando Pedro les dirá: «Jesús Nazareno, que Dios acreditó ante vosotros […], lo matasteis en una cruz…» (Hch 2, 22 ss). Pero en aquel momento están sometidos a la influencia de la muchedumbre. Gritan porque gritan los demás y como gritan los demás. Y así, la justicia es pisoteada por la bellaquería, por la pusilaminidad, por miedo a la prepotencia de la mentalidad dominante. La sutil voz de la conciencia es sofocada por el grito de la muchedumbre. La indecisión, el respeto humano dan fuerza al mal.» Se vislumbra la necesidad de la rectitud de intención y el discernimiento de espíritus.

En nuestro camino de conversión, contemplemos las palabras de Benedicto XVI: «No ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que resto al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino a una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.» (27 de Febrero, 2013)…

Editorial Regnum Dei

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