La función del sistema penal es la rehabilitación del detenido. Del Papa Emerito Benedicto XVI a directores de penitenciarios: “Cada hombre está llamado a superar la indiferencia homicida de Caín”.

 


Es necesario que la función rehabilitadora de la pena no se considere como un aspecto accesorio y secundario del sistema penal, sino, por el contrario, como su razón culminante y calificativa.

 

El Papa Benedicto XVI recibió  a los participantes en la XVII Conferencia de los directores de las administraciones penitenciarias del Consejo de Europa.

El tema de los derechos del detenido en el ámbito de la “justicia”, y la necesidad de que venga respetada la dignidad y los derechos del hombre estuvieron entre los puntos que el Papa subrayó en su discurso: “Los temas de la justicia penal están bajo la atención de la opinión pública y de los gobiernos, particularmente en un tiempo en el que las diferencias económicas y sociales pero también el creciente individualismo alimentan las raíces de la criminalidad”, observó el Papa al tomar la palabra.

 

Observó que la tendencia actual es la de restringir el debate solo al momento legislativo de la disciplina de los delitos y de las sanciones o al del proceso inherente para llegar a una sentencia que sea lo más posible correspondiente a la verdad de los hechos y por ello, sobre esta realidad anotó que en cambio, una menor atención es dedicada a la modalidad de ejecución de las penas de detención.

 

Por este motivo el Santo Padre fue enfático al decir que al parámetro de la “justicia”, debe ser aunado como esencial, aquél del respeto de la dignidad y de los derechos del hombre… Sin embargo también este parámetro si bien es indispensable y en muchos países todavía está lejos de ser conseguido, no puede ser considerado suficiente para tutelar en modo integral los derechos de la persona.

 

«Pero, puntualizó, “la tendencia, sin embargo, es restringir la discusión sólo a la disciplina legislativa de los delitos y las sanciones o al proceso. Menos atención se presta, en cambio, a la modalidad de ejecución de las penas carcelarias, en relación a las cuales el parámetro de la «justicia» debe acompañarse con el del respeto de la dignidad y de los derechos humanos”.

 

“Pero incluso este parámetro, aunque es indispensable -y en muchos países, por desgracia, está todavía muy lejos de ser una realidad- no puede considerarse suficiente a la hora de proteger de manera integral los derechos de la persona”, observó el Papa.

 

“Es necesario comprometerse prácticamente, y no sólo como declaración de principios, en la rehabilitación efectiva de la persona, sea en función de la dignidad que le es propia, como con vistas a su reinserción social. A fin de que la justicia humana, en este campo, se inspire y se oriente según la justicia divina, es necesario que la función rehabilitadora de la pena no se considere como un aspecto accesorio y secundario del sistema penal, sino, por el contrario, como su razón culminante y calificativa”.

 

“Cuando se trata de «hacer justicia», no es suficiente que la persona que es declarada culpable de un delito sea simplemente castigada, es necesario que, ese castigo, lleve aparejado una acción encaminada a mejorarla. Cuando no es así, la justicia no se cumple en sentido integral. En cualquier caso, hay que esforzarse para evitar que una detención, en la que haya fracasado la función educativa, se convierta en un castigo no educativo, lo cual, paradójicamente, acentuaría en lugar de contrastar, la inclinación a cometer un delito y la peligrosidad social de la persona.”

 

El Papa recordó a los directores de prisiones y a cuantos colaboran con ellos en el ámbito judicial y social que pueden contribuir “de forma significativa a la promoción de esta justicia «más verdadera” y “abierta a la fuerza liberadora del amor».

 

“El contacto con los que cometieron culpas que expiar y el compromiso necesario para devolver la dignidad y la esperanza a aquellos que, a menudo, ya han sufrido la exclusión y el desprecio recuerdan la misión de Cristo, que no vino a llamar a los justos, sino a los pecadores, destinatarios privilegiados de la misericordia de Dios”.

 

“Cada persona -señaló- está llamada a ser el guardián de su hermano, para superar la indiferencia homicida de Caín. A ustedes, se les pide, en particular, que custodien a aquellos que, en condiciones de detención, pueden perder fácilmente el sentido de la vida y el valor de la dignidad personal, cediendo a la desaliento y la desesperación. El profundo respeto por el individuo, la tarea de rehabilitación de los presos, la creación de una comunidad educativa verdadera se hace aún más urgente teniendo en cuenta la creciente presencia de «detenidos extranjeros», a menudo en circunstancias difíciles y de fragilidad”.

 

En este sentido -indicó el Santo Padre- es muy importante la promoción de actividades de evangelización y de asistencia espiritual, capaces de suscitar en los detenidos, sus aspectos más nobles y profundos, despertando en ellos el entusiasmo por la vida y el deseo de belleza que caracterizan a los que llevan grabada en ellos, de forma indeleble, la imagen de Dios”.

 

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