El dogma de la Asunción nos lleva como de la mano a la realeza de María. María subió en cuerpo y alma al cielo para ser coronada por la Santísima Trinidad como Reina y Señora de cielos y tierra.


La realeza universal de María es el resultado necesario de la misma misión a la que fue predestinada por Dios y que constituyó la razón de su existencia: la misión de Madre del Creador y de las criaturas, y de Mediadora entre el Creador y las criaturas. Ella nació Reina porque fue predestinada «desde siempre» Reina. Y fue predestinada «desde siempre» Reina porque fue elegida «desde siempre» por Dios para la singularísima y trascendental misión de Madre y Mediadora universal: los dos títulos fundamentales de la universal realeza de María.


Después de su universal maternidad y de su universal mediación, la Realeza de María es indudablemente el más sugestivo de los temas marianos, como la nota dominante en el himno de gloria que sube continuamente de todas las partes de la tierra hasta su trono.

Los términos rey o reina se derivan del verbo latino «regere», que significa ordenar las cosas a su propio fin. Por eso Santo Tomás dice que se llaman rey o reina a los que tienen el oficio de regir, de gobernar, de guiar a la sociedad a su fin . Por tanto, el rey y la reina tienen un verdadero primado no sólo de excelencia, sino también de poder, sobre todos sus legítimos vasallos.

No olvidemos que en el concepto de realeza caben muy distintos grados analógicos: El Rey supremo del Universo, en toda la amplitud de la palabra y en todos los órdenes y sentidos, es Dios, Creador de cielos y tierra. Cristo-hombre es Rey del Universo no sólo en sentido metafórico, sino también en sentido estricto, literal y propio.

Pío XI nos decía: «Ha sido costumbre muy generalizada ya desde antiguo llamar Rey a Jesucristo en sentido metafórico, por el supremo grado de excelencia que posee, y que le levanta sobre toda la creación. En este sentido se dice que Cristo reina en las inteligencias de los hombres…, en las voluntades… y en los corazones…, porque ningún hombre ha sido ni será nunca tan amado por toda la humanidad como Cristo Jesús. Sin embargo, en sentido propio hay que atribuirle a Jesucristo-hombre el título y la potestad de Rey; pues sólo como hombre se puede afirmar de Cristo que recibió del Padre la potestad, el honor y el reino (cf. Dan 7,13-14), ya que como Verbo de Dios, identificado sustancialmente con el Padre, posee necesariamente en común con el Padre todas las cosas, y, por tanto, también el mismo poder su­premo y absoluto sobre toda la creación».

Que Cristo es Rey en sentido propio consta en muchos lugares de la Sagrada Escritura (Lc 1,32-33; Jn 18,37; Ap 19,16, etc.)

Es evidente que Cristo, en cuanto Verbo de Dios, es el Creador y Conservador de todo cuanto existe y tiene, por lo mismo, pleno y absoluto dominio sobre toda la creación universal. Y en cuanto hombre participa plenamente de esta potestad natural de Hijo de Dios en virtud de la unión hipostática de su naturaleza humana con la persona misma del Verbo.

Cristo-hombre es Rey del Universo también por derecho de conquista, como Redentor del mundo. Aunque Cristo-hombre no poseyera la potestad regia universal por su unión personal con el Verbo, tendría derecho a ella por derecho de conquista, esto es, por haber redimido al mundo con su pasión y muerte en la cruz (cf. 1 Pe 1,18-19).

El reino de Cristo no es un reino temporal y terreno, sino más bien un reino eterno y universal: reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz.

Por otra parte, Pío XII en su encíclica sobre la realeza de María, señala que ésta ha de concebirse en paragón analógico con la de Cristo, y la analogía, como es sabido, establece una proporción de semejanza-desemejante.


La Virgen María es Reina del Universo no sólo en sentido metafórico, sino también en sentido estricto, literal y propio.


Rey o Reina en sentido metafórico, y, por tanto, impropio se llaman aquel o aquella que exceden de un modo singular a su, semejantes en cualquier prerrogativa común. Por ejemplo, el león, por su singular fortaleza, es llamado rey de la selva; la rosa, por su singular belleza, es llamada reina de las flores. Es evidente en estos casos el sentido metafórico de los términos rey y reina.

Otro tanto puede decirse de Cristo o de María. La Virgen Santísima por ejemplo, puede ser llamada  Reina de la santidad, por la singular plenitud de su gracia, principio de virtudes y de méritos incalculables.

De hecho la Iglesia, en las Letanías lauretanas, la invoca de continuo. Reina de todos los santos en general, porque a todos supera en la santidad de la vida, aun tomados colectivamente; Reina de los ángeles, porque a todos supera en la agudeza del entendimiento; Reina de los patriarcas, porque a todos supera en el heroísmo y en la piedad; Reina de los profetas, porque a todos supera en el don de profecía; Reina de los apóstoles, porque los supera a todos en el cielo; Reina de los mártires, porque supera a todos en la fortaleza; Reina de los confesores, porque a todos supera en la confesión de la fe; Reina de las vírgenes, porque a todas supera en la inmaculada pureza.

Pero, además de en sentido metafórico o impropio, los títulos de Rey y de Reina convienen a Cristo y a María también en sentido propio, a causa de su primado, no sólo de excelencia, sino también de poder sobre todas las cosas. Es verdad que sólo a Dios como autor de todas las cosas, conviene esencialmente la realeza universal sobre todas las criaturas que Él gobierna y conduce a su fin. Pero también es cierto que Jesús (en cuanto hombre) y María participan esta realeza universal que conviene esencialmente a sólo Dios.»


El fundamento principal de la realeza de María es su divina maternidad, que la eleva al orden y la une indisolublemente con su divino Hijo, Rey universal.


Nótese el perfecto paralelismo entre Cristo y María en cuanto a la razón fundamental de su realeza universal. En Él es la unión hipostática de su humanidad con la persona divina del Verbo. En Ella, su maternidad divina, que la eleva al mismo orden relativo y la une indisolublemente para siempre a su Hijo. Pío XII proclama clara y abiertamente esta doctrina :

«Como hemos mencionado antes, el fundamento principal, documentado por la tradición y la sagrada liturgia, en que se apoya la realeza de María es indudablemente su divina maternidad. Ya que se lee en la Sagrada Escritura del Hijo que la Virgen concebirá: “….Hijo del Altísimo será llamado y a Él le dará el Señor Dios el trono de David, su padre, y en la casa de Jacob reinará eternamente, y su reino no tendrá fin” (Lc 1, 32-33), y a María se la llama “Madre del Señor” (Lc. 1,43); de donde fácilmente se deduce que Ella es también Reina, pues engendró un Hijo que, en el mismo momento de su concepción, en virtud de la unión hipostática de la humana naturaleza con el Verbo, era Rey aun como hombre y Señor de todas las cosas.; y de igual modo puede afirmarse que el primero que anunció a María con palabras celestiales la regia prerrogativa fue el mismo arcángel Gabriel».

María es Reina del Universo también por derecho de conquista, como asociada a la redención del género humano.

Retomemos nuevamente a Pío XII explicando este título de realeza de María: «Con todo, debe ser llamada Reina la Beatísima Virgen María, no sólo por razón de su maternidad divina, sino también porque, por voluntad divina, tuvo parte excelentísima en la obra de nuestra eterna salvación».

El mismo Pío XII recuerda que Pío XI, su predecesor había expresado:«¿Qué cosa más hermosa y dulce puede acaecer que Jesucristo reine sobre nosotros no sólo por derecho de su filiación divina, sino también por el de Redentor?».

Y continúa Pío XII: «Mediten los hombres, todos olvidadizos, cuánto costamos a nuestro Salvador: ”No habéis sido redimidos con oro o plata, cosas corruptibles, sino con la sangre preciosa del Cordero inmaculado e incontaminado, Cristo” (I Pe 1,18-19). “Ya no somos nuestros, porque Cristo nos compró a gran precio” (I Cor 6,20)».

Ahora bien, en la realización de la obra redentora, la Beatísima Virgen María se asoció íntimamente a Cristo ciertamente, y con razón canta la liturgia sagrada: «Estaba en pie dolorosa, junto a la cruz de nuestro Señor Jesucristo, Santa María, Reina del cielo y Señora del mundo».

De estas premisas se puede deducir que si María fue asociada por voluntad de Dios a Cristo Jesús, principio de la salud, en la obra de la salvación espiritual, y lo fue en modo semejante a aquel conque Eva fue asociada a Adán, principio de su muerte, así se puede afirmar que nuestra redención se efectuó según una cierta «recapitulación», por la cual el género humano, sujeto a la muerte por causa de una virgen, se salva también por medio de una virgen; si, además, se puede decir que esta gloriosísima Señora fue escogida para Madre de Cristo principalmente «para ser asociada a la redención del género humano», y si realmente «fue Ella la que, libre de toda culpa personal y original, unida estrechamente a su Hijo, le ofreció en el Gólgota al Eterno Padre, sacrificando de consuno el amor y los derechos maternales, cual nueva Eva, por toda la descendencia de Adán, manchada por su lamentable caída», se podrá legítimamente concluir que como Cristo, nuevo Adán, es Rey nuestro no sólo por ser Hijo de Dios, sino también por ser Redentor nuestro.

Así, con una cierta analogía, se puede igualmente afirmar que la Bienaventurada Virgen es Reina no sólo por ser la Madre de Dios, sino también porque, como nueva Eva, fue asociada al nuevo Adán.

Ciertamente, en sentido pleno, propio y absoluto, solamente Jesucristo, Dios y hombre, es Rey; con todo, también María, sea como Madre de Cristo Dios, sea como asociada a la obra del divino Redentor y en la lucha con los enemigos y en el triunfo obtenido sobre todos, participa Ella también de la dignidad real, aunque en modo limitado y analógico. Precisamente de esta unión con Cristo Rey deriva en Ella tan esplendorosa sublimidad, que supera la excelencia de todas las cosas creadas; de esta misma unión con Cristo nace el poder regio, por el que Ella puede dispensar los tesoros del reino del divino Redentor; en fin, en la misma unión con Cristo tiene origen la eficacia inagotable de su materna intercesión con su Hijo y con el Padre».

Podríamos concluir con la afirmación de Pío XII en el sentido de que María es real y verdaderamente Reina, aunque en sentido limitado y analógico con relación a Cristo, no sólo porque es la Madre de Dios, sino también a título de conquista por su asociación a Cristo en la redención del género humano.


Adaptada por el C. M. Alfonso Marín, inspirado en el libro “LA VIRGEN MARÍA. Teología y Espiritualidad Mariana” de Antonio Royo Marín, O. P. editado por Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1996

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