Corremos el riesgo de convertirnos en maestros de fe en vez de ser renovados y hechos maestros por la fe

 

Por el Profesor Leonardo Bruna R.

 

Esto ha dicho Benedicto XVI, en su reciente carta sobre la Iglesia y los abusos sexuales, considerando sus causas y caminos de conversión:

“Una tarea primordial, que tiene que resultar de las convulsiones morales de nuestro tiempo, es que nuevamente comencemos a vivir por Dios y bajo Él. Por encima de todo, nosotros tenemos que aprender una vez más a reconocer a Dios como la base de nuestra vida en vez de dejarlo a un lado como si fuera una frase no efectiva. Nunca olvidaré la advertencia del gran teólogo Hans Urs von Balthasar que una vez me escribió en una de sus postales: “¡No presuponga al Dios trino: Padre, Hijo y Espíritu Santo, preséntelo!”.

“De hecho, en la teología Dios siempre se da por sentado como un asunto de rutina, pero en lo concreto uno no se relaciona con Él. El tema de Dios parece tan irreal, tan expulsado de las cosas que nos preocupan y, sin embargo, todo se convierte en algo distinto si no se presupone sino que se presenta a Dios. No dejándolo atrás como un marco, sino reconociéndolo como el centro de nuestros pensamientos, palabras y acciones.

“Dios se hizo hombre por nosotros. El hombre como Su criatura es tan cercano a Su corazón que Él se ha unido a sí mismo con él y ha entrado así en la historia humana de una forma muy práctica. Él habla con nosotros, vive con nosotros, sufre con nosotros y asumió la muerte por nosotros. Hablamos sobre esto en detalle en la teología, con palabras y pensamientos aprendidos, pero es precisamente de esta forma que corremos el riesgo de convertirnos en maestros de fe en vez de ser renovados y hechos maestros por la fe”.

Reflexión:

Los que enseñan la fe pueden convertirse en “maestros de fe”, consagrados y teólogos que hablan “con palabras y pensamientos aprendidos”, pero no “renovados y hechos maestros por la fe”; porque no se relacionan íntimamente con Él, lo han dejado “atrás como un marco”, como un mero “presupuesto”, muy distinto de las cosas que realmente les preocupan; porque ya no es “el centro de sus pensamientos, palabras y acciones”.

Consideremos la mundanidad que a todos nos acecha; esa constante tentación de poner el corazón y la confianza en bienes nuestros en cuanto nuestros: conocimientos, inteligencia, virtudes, status económico-social, éxitos, aplausos y prestigios humanos, etc. Por este camino nos alejamos del Corazón de Dios. En la práctica dejamos de vivir del Amor Omnipotente de Dios, aunque hablemos de ello según la doctrina. Entregado el corazón a las vanidades y goces del mundo, enfriado el corazón en el Amor de Dios, por más que hablemos según la doctrina, tarde o temprano, más o menos encubiertamente, nos desviamos del orden en nuestra vida moral. Llegan los abusos y perversiones que se quieran.

¿No son acaso “maestros de fe” la mayoría, o los más connotados casos, de eclesiásticos abusadores? Ciertamente, no se han pervertido por la recta doctrina, bien fundamental y absolutamente necesario en la vida cristiana. Pero se han pervertido aun poseyendo y enseñando la buena doctrina. “Maestros de la fe”, pero no “renovados y hechos maestros por la fe”; porque su corazón se ha alejado del Amor de Dios, no porque hayan querido alejarse de Él, sino por amor desordenado de sí mismo, de sus bienes en cuanto suyos, incluida la doctrina.

Si no vivimos del Amor de Dios, vivimos del amor de nosotros mismos. Si no vivimos de Dios, por una vida de permanente oración, amando y procurando la pobreza de todas las vanidades de este mundo, vivimos de nosotros mismos y para nosotros mismos; y, entonces, más o menos disimuladamente, usamos, abusamos de las personas, como simples medios para nuestros propios objetivos.