«Disgusto» por una situación que define como «anómala»: el portavoz vaticano, el padre Federico Lombardi, eligió con cuidado sus palabras para responder a las preguntas de los periodistas sobre el nuevo obispo auxiliar de Shangái, monseñor Taddheus Ma Daqin.
 
El religioso fue ordenado el sábado pasado, con el visto bueno de la Santa Sede y del gobierno de Pekín. Sin embargo, durante la celebración, monseñor Ma hizo un anuncio que no fue bien recibido por las autoridades chinas: dejará su cargo en la Asociación Patriótica (el órgano del gobierno que engloba a los católicos chinos, pero que no es reconocido por el Vaticano) para dedicarse completamente a su nueva misión como obispo. Desde entonces, se desconoce el paradero de mons. Ma, que, probablemente, se encuentra en el seminario de Shangái, en el santuario de Sheshan, y no puede comunicarse con el exterior.
 
El director de la Sala de Prensa vaticana confirmó este último dato: «No tenemos ninguna comunicación directa con él y no tenemos información específica». Según el portavoz de la Santa Sede, la ordenación de monseñor Ma es una «buena noticia» y «fue fuente de alegría y de satisfacción» en el Vaticano. Por esta misma razón «duele que se haya crado esta situación anómala» y «no positiva».
En estas últimas semanas, el intercambio de acusaciones recíprocas entre Roma y Pekín ha tenido un ritmo sostenido. Después del comunicado del martes con el que la Santa Sede hizo oficial la excomunión para el nuevo obispo de Harbin, monseñor Yue Fusheng (que fue ordenado la semana pasada sin la aprobación papal), la Asociación Patriótica y el Consejo de los obispos chinos (una especie de Conferencia episcopal, aunque sin el reconocimiento del Vaticano) respondieron acusando a la Santa Sede de no «favorecer la unidad, la comunión y el sano desarrollo de la Iglesia en China». Al mismo tiempo, ambas organizaciones habrían considerado la ordenación monseñor Ma como una «grave violación», por lo que mandaron llamar a Pekín a todos los obispos que participaron en la ceremonia.
 
El padre Lombardi no quiso responder directamente a estas declaraciones; se limitó a indicar que «la posición de la Santa Sede sobre las ordenaciones es muy clara, tanto desde el punto de vista eclesiológico como desde el punto de vista de los procedimientos correctos que hay que usar».
 
Según el vocero vaticano, entre China y la Santa Sede sigue habiendo un «problema de fondo», es decir la «distinción entre el orden político y el orden religioso». El padre Lombardi concluyó diciendo que «para la Iglesia está claro que la autonomía de la Iglesia debe ser respetada, en cuanto orden de la misma Iglesia, que es autónoma y no pretende interferir en cuestiones de carácter político. Pero no es fácil entenderlo para los que razonan con una perspectiva diferente y piensan que tienen voz y voto en este tema». 

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