Gabriel intuía el deseo oculto del liberalismo y la masonería de romper las raíces cristianas del Ecuador

Por Hna. Leonor Cedeño, S.H.M.

En el siglo XIX, cuando Ecuador estaba en camino hacia la ruina por culpa de los gobiernos liberales, laicistas, anticatólicos, surge un personaje eminentemente político, Gabriel García Moreno, que se  reveló como un magnífico arquetipo de estadista católico en el seno del mundo moderno.

Nació Gabriel en Guayaquil, Ecuador, el 21 de diciembre de 1821. Su padre, Gabriel García Gómez, era español y su madre Mercedes Moreno era de Guayaquil, una mujer muy austera y de mucha piedad. Gabriel fue el octavo y último de los hijos. Pasó su infancia y adolescencia en Guayaquil, ciudad que estaba envuelta por un cúmulo de conflictos sociales y políticos. Tan pronto estaba bajo el poder de Colombia como enarbolaba la bandera peruana, hasta el día de la erección legal de la República del Ecuador, que quedó independizada en el año 1830 cuando Gabriel tenía nueve años. 

Con la independencia no llegó la paz añorada, pues en los seis años siguientes hubo en Ecuador dieciocho revoluciones, una guerra civil, así como numerosos fusilamientos y asesinatos políticos. Todo esto iba dejando una profunda huella en el alma de Gabriel y el anhelo de que algún día reinara el orden y la paz.

Cuando muere el padre de Gabriel, su madre encomendó la educación del niño a un religioso mercedario, el Padre Betancourt. Más tarde se trasladó a Quito, la capital del Ecuador, donde le acogieron dos hermanas del religioso. Al llegar se inscribió en un curso de latín y luego ingresó como externo en el colegio de San Francisco donde cursó filosofía, matemáticas e historia. Al terminar la secundaria se matriculó en la universidad para seguir la carrera de derecho, aunque sentía especial interés por las matemáticas y las ciencias. 

El ambiente que le rodeaba era racionalista, volteriano y laicista, abiertamente hostil a la Iglesia, y en la vida política reinaba la mentira y  la corrupción. 

A los 18 años inicia estudios sacerdotales, pero convencido de su falta de vocación retomó sus estudios universitarios, llevando en el corazón el anhelo de defender los valores religiosos de la patria, que luego llevaría al campo de la política y las leyes. Se pondría al servicio de la Iglesia, pero desde las trincheras del mundo, de donde provenían las principales ofensivas, mediante legislaciones anticristianas y a veces directamente persecutorias.

Llegado a los 25 años de edad se lanzó Gabriel a la actividad política, actividad que llevaría a cabo hasta su muerte. Se casa con Rosa Ascásubi. Como escritor de combate, lanza sucesivamente varios periódicos.

El país va de mal en peor, y la nación va decayendo, entre conspiraciones y sobresaltos, en un laicismo cada vez más ignominioso. García Moreno ataca duramente desde el semanario La Nación la política de Urbina, entonces en el poder y éste le destierra por dos veces. Aprovecha este período para dedicarse al estudio y consolidar más su pensamiento católico.

Gabriel intuía el deseo oculto del liberalismo y la masonería de romper las raíces cristianas del Ecuador y la unidad religiosa del país, herencia del pueblo cristiano español. La Constitución liberal era un claro ejemplo. El descontento iba creciendo y se fue fraguando un grupo de resistencia, especialmente de jóvenes, con García Moreno a la cabeza, invitando a la lucha. Numerosos grupos comenzaron a recorrer las calles con el grito de “viva la religión, muera la Constitución”. Finalmente estalló una revolución en Guayaquil que se extendió a otros lugares del país.

LA PRESIDENCIA

García Moreno con sus cualidades de jefe político iba ganando el aplauso y la admiración del pueblo, de manera que el 10 de marzo de 1861, sin debate y de modo unánime, lo eligieron presidente del Ecuador y tomó posesión del mando, prestando juramento en la Catedral de Quito. Se elaboró una nueva Constitución, en la que se reconocía a la religión católica como la religión del Estado.

«Este país es incontestablemente el reino de Dios, le pertenece en propiedad, y no ha hecho otra cosa que confiarlo a mi solicitud. Debo, pues, hacer todos los esfuerzos imaginables para que Dios impere en este reino, para que mis mandatos estén subordinados a los suyos, para que mis leyes hagan respetar su ley», se decía Gabriel.

Se comprometió a restablecer el imperio de la moral, sirviéndose de la corrección enérgica del crimen, y la educación cristiana, sin olvidar la misericordia. Protegió la religión, fomentó la industria, el comercio, la agricultura, impulsó la construcción de carreteras y la extensión de líneas de ferrocarril; eliminó casi por completo las cuantiosas deudas contraídas en los anteriores decenios de corrupción política.

Mejoró el nivel educativo tanto en la escuela como en la Universidad, llevando congregaciones religiosas que venían de Europa. Pidió especialmente la colaboración de los jesuitas de quienes era muy cercano, así como llevó doctos profesores universitarios alemanes.

Durante su presidencia, García Moreno consagró El Ecuador al Sagrado Corazón de Jesús, porque quería que fuera el mismo Cristo quien reinase en el país. Fue el primer país que se consagró al Corazón de Jesús.

SU VIDA INTERIOR

García Moreno fue un político católico porque era un hombre católico. 

Llevaba una profundísima vida de fe y vida interior, era de oración y misa diaria, rezaba el rosario. Procuraba confesar al menos una vez a la semana y hacer  ejercicios espirituales una vez al año. Llevaba siempre consigo el libro de la “Imitación de Cristo”. En una de las últimas páginas anotó entre otras normas: “Oración cada mañana, y pedir particularmente la humildad. En las dudas y tentaciones, pensar cómo pensaré en la hora de la muerte. ¿Qué pensaré sobre esto en mi agonía? Hacer actos de humildad, como besar el suelo en secreto. No hablar de mí. Alegrarme de que censuren mis actos y mi persona. Contenerme viendo a Dios y a la Virgen, y hacer lo contrario de lo que me incline. Todas las mañanas, escribir lo que debo hacer antes de ocuparme. Trabajo útil y perseverante, y distribuir el tiempo. Observar escrupulosamente las leyes. Todo ad majorem Dei gloriam exclusivamente”.

Mantuvo contacto epistolar con el Papa Pío IX, que le apoyaba en su labor y con el que había cultivado una profunda amistad ya que les unía el gran amor por la Iglesia. 

Fueron muchas las virtudes que le caracterizaban tanto en el ámbito familiar como en el político. Era grande el amor que tenía hacia su familia, su esposa y sus hijos donde derramaba toda su ternura. No dejó que el trabajo le absorbiera de tal modo que le restase tiempo de su vida espiritual ni familiar.

EL MARTIRIO

Los enemigos de la fe le odiaban a muerte. Él sabía que su vida corría peligro, pero consideraba un honor morir por Jesucristo y así se lo manifiesta en una carta al Papa Pío IX, escrita  el 17 de julio de 1875, algo menos de un mes antes de su muerte. 

“¡Qué fortuna para mí, Santísimo Padre, la de ser aborrecido y calumniado por causa de Nuestro Divino Redentor, y qué felicidad tan inmensa para mí, si vuestra bendición me alcanzara del cielo el derramar mi sangre por el que, siendo Dios, quiso derramar la suya en la Cruz por nosotros!». Y el 4 de agosto le escribe a su amigo Juan Aguirre: «Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la santa fe. Nos veremos en el cielo».

El 6 de agosto de 1875, como de costumbre, se levantó Gabriel a las cinco de la mañana para ir a la misa de las seis. Sus asesinos, un pequeño grupo impulsado por los escritos incendiarios del liberal Juan Montalvo, le acechaban. Pero retrasan su acción, pues al ser Primer Viernes había gran concurso de fieles. Más tarde, entra Gabriel a la Catedral para hacer una visita al Santísimo, donde le avisan que le buscan fuera. Y al salir, un hombre, Faustino Lemus Rayo, le descarga un machetazo en la cabeza, seguido de otros, en tanto que sus cómplices disparan sus revólveres. Fueron en total catorce puñaladas y seis balazos. Al tumulto acuden algunos soldados del Palacio, y uno de ellos mata de un tiro a Rayo, al que encontraron en su bolsillo un cheque -contra el banco de Perú- firmado por conocidos  masones.

Luego, ya agonizante, introducen a Gabriel en la Catedral, acomodándolo ante el altar de la Virgen de los Dolores. Aún tenía el pulso pero no podía hablar, sólo con su mirada respondió a las preguntas rituales del sacerdote, y asintió cuando se le preguntó si perdonaba a los asesinos. Le dieron entonces la absolución y la santa Unción. Pocos minutos después expiraba en paz.


El 8 de octubre de 1873 el Congreso y el Senado ecuatorianos, en sesión conjunta, determinaron que correspondía al poder legislativo «coadyuvar, en nombre de la Nación», a la decisión del Tercer Concilio Provincial Quitense de poner Ecuador bajo la «protección y amparo» del Sagrado Corazón de Jesús. Un acto que, «siendo tan conforme a sus sentimientos de eminente catolicismo, es también el medio más eficaz de conservar la Fe y alcanzar el progreso y bienestar temporal del Estado».
«Se consagra la República del Ecuador al Santísimo Corazón de Jesús, declarándolo su Patrón y Protector», estableció en consecuencia el artículo 1 del decreto.
El documento lleva el Ejecútese del gran impulsor de esta iniciativa, el presidente Gabriel García Moreno (1821-1875), quien sería asesinado año y medio después. El 6 de agosto de 1875 fue asesinado a la salida de la catedral por un grupo de sicarios de la masonería.
Muerte en paz
Como se costumbre, se había levantado a las cinco de la mañana para ir a misa de seis, pero no fue entonces cuando le mataron, porque era primer viernes de mes y había muchos fieles, sino más tarde, cuando volvía de una visita al Santísimo. Recibió un machetazo en la cabeza, catorce puñaladas y seis balazos.
Tuvo al menos la dicha de morir habiendo recibido los sacramentos, porque tras ser dispersados los criminales fue introducido en el templo y tumbado junto a la altar de la Virgen de los Dolores. Aprovechó sus últimos minutos de débil conciencia para ser absuelto de sus pecados, perdonar a sus asesinos y recibir la Extremaunción antes de expirar.
Modelo de gobernante católico
García Moreno, el presidente mártir, lo fue entre 1861 y 1865 y posteriormente entre 1869 y 1875, y fue considerado en su tiempo un modelo de gobernante católico: «Este país es incontestablemente el reino de Dios, le pertenece en propiedad, y no ha hecho otra cosa que confiarlo a mi solicitud. Debo, pues, hacer todos los esfuerzos imaginables para que Dios impere en este reino, para que mis mandatos estén subordinados a los suyos, para que mis leyes hagan respetar su ley».
En un mensaje al Congreso en 1873 había expresado con convicción la necesidad de coherencia de los políticos en su actuación pública: «Pues que tenemos la dicha de ser católicos, seámoslo lógica y abiertamente; seámoslo en nuestra vida privada y en nuestra existencia política».

©Revista HM º172 Mayo-Junio 2013