La voz de la Iglesia no se quebranta a la hora de respetar, defender y promover la vida humana, especialmente cuando está amenazada. 

Artículo del Cardenal Ricardo Ezatti, Arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal en La Tercera del 4 de Julio 2015
«Jugados» por una vida digna.
El fútbol logra, a pesar de diversos bemoles, concitar el entusiasmo de todo un país en torno a un proyecto colectivo. Más allá de los resultados, alentar a la selección “de todos” es una experiencia familiar y social que nos viene bien, particularmente en un escenario institucional, social y ambiental delicado como el que vivimos.
Cuando caiga hoy el telón de la Copa América, esperamos con victoria de Chile, podremos apreciar, desde una mejor perspectiva, que nuestro país está jugando por estos días un partido de histórica trascendencia. Me refiero al debate sobre la despenalización del aborto en las tres causales del proyecto de gobierno. 
Centramos nuestra preocupación en dos personas: en la criatura que está por nacer y en la mujer que la alberga en su seno, cuando vive la situación límite de una violación, del riesgo de su propia vida o de un embarazo que podría derivar en la temprana muerte de su hijo. No quisiéramos someter a esa mujer a una experiencia devastadora que no esperó y nunca olvidará, porque el aborto nunca es terapéutico. Ambas vidas nos importan. Por eso una actitud auténticamente humanista mirará siempre la vida, la dignidad y el mayor bien de la madre y de su hijo, y jamás la exclusión y supresión deliberada de uno de ellos.
Todos los seres humanos tenemos derecho a la vida, desde que somos concebidos hasta nuestra muerte natural. Este derecho supone, durante el curso de la vida, las condiciones propias de su dignidad: vivienda adecuada, educación de calidad, trabajo decente, remuneración justa, medio ambiente favorable a la vida, oportunidades de desarrollo integral.
La voz de la Iglesia no se quebranta a la hora de respetar, defender y promover la vida humana, especialmente cuando está amenazada. No flaqueó en el pasado, cuando la persecución política costaba la vida, la integridad y la libertad a compatriotas. No ha titubeado durante estos años llamando la atención sobre las escandalosas desigualdades, la precaria situación en las cárceles, el mal trato a los inmigrantes y tantas otras discriminaciones. Tampoco calla hoy, cuando la más inocente de las vidas humanas está en peligro y quien la lleva en su seno vive una situación excepcional y dramática, como lo es en los tres casos que plantea el proyecto de ley.
En su reciente encíclica “Laudato si\’”, el papa Francisco advierte: “Cuando no se reconoce en la realidad misma el valor del pobre, de un embrión humano, de una persona con discapacidad, difícilmente se escucharán los gritos de la misma naturaleza” (n. 117).
Fieles a nuestro deber y desde una mirada antropológica y ética, los Obispos hemos entregado, a los legisladores y a la opinión pública, la reflexión que compartimos con diversos sectores que creen en el ser humano, independientemente de la fe que profesan, confiados en que chilenos y chilenas podamos reflexionar sobre esta iniciativa y sus consecuencias.
La Iglesia celebra todo esfuerzo por terminar con las exclusiones en la sociedad chilena. No quisiéramos que se sumaran madres traumatizadas, ni niños y niñas no nacidos a esta lista de personas y grupos “descartados”, como les llama el papa Francisco. En una lógica mercantilista que ignora a los débiles y desvalidos, no podemos resignarnos a que también el Estado les dé la espalda. Una sociedad justa e inclusiva ha de ayudar a las madres a enfrentar estos dramas dolorosos, sin poner en riesgo la vida de sus hijos.
Respetuosamente, invitamos a ponderar estos juicios en el lugar sagrado de la propia conciencia.

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