El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes, porque ha encontrado en Él el Bien más grande, en el que cualquier otro bien recibe su pleno valor y significado.

 

«¡El compromiso continúa, sigamos adelante con la oración y las obras de paz! ¡Los invito a que sigan rezando para que cese inmediatamente la violencia y la devastación!». «¡La búsqueda de la paz es larga y requiere paciencia y perseverancia!» Con un nuevo apremiante llamamiento, en este momento en que estamos firmemente orando por la paz, en Siria, Oriente Medio y en el mundo entero, el Santo Padre destacó antes del rezo mariano del Ángelus – ante miles de fieles y peregrinos de tantas partes del mundo – que «la Palabra del Señor nos toca en lo más vivo, nos dice: ¡hay una guerra más profunda que tenemos que luchar, todos! ¡Es la decisión firme y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de escoger el bien, listos para pagar en persona: he aquí el seguimiento de Cristo, he aquí el tomar la propia cruz! Esto implica – entre otras cosas – decir no al odio fratricida y a las mentiras de las que se sirve, a la violencia en todas sus formas, a la proliferación de armas y su comercio ilegal. Éstos son los enemigos que hay que combatir unidos y con coherencia, no siguiendo intereses, que no sean los de la paz y el bien común».

El cristiano se desprende de todo y reencuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y el servicio, enfatizó el Papa Francisco

Texto completo de las palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus:

Queridos hermanos y hermanas, en el Evangelio de hoy, Jesús insiste en las condiciones para ser sus discípulos: no anteponer nada al amor por Él , llevar la propia cruz y seguirlo. Mucha gente, de hecho, se acercaba a Jesús, quería estar entre sus seguidores; esto sucedía especialmente después de alguna señal prodigiosa, que lo acreditaba como el Mesías, el Rey de Israel. Pero Jesús no quiere ilusionar a nadie. Él sabe muy bien lo que le espera en Jerusalén, cuál el camino que el Padre le pide recorrer: es el camino de la cruz, del sacrificio de sí mismo por el perdón de nuestros pecados.

¡Seguir a Jesús no significa participar en un cortejo triunfal! Significa compartir su amor misericordioso, entrar en su gran obra de misericordia hacia cada hombre y hacia todos los hombres. ¡La obra de Jesús es precisamente una obra de misericordia, de perdón, de amor! ¡Es tan misericordioso Jesús! Y este perdón universal pasa por la cruz. Pero Jesús no quiere cumplir esta obra solo: nos quiere involucrar también a nosotros en la misión que el Padre le ha encomendado. Después de la resurrección, les dice a sus discípulos: ‘Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes… Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen’. (Jn 20, 21-22 ). El discípulo de Jesús renuncia a todos los bienes, porque ha encontrado en Él el Bien más grande, en el que cualquier otro bien recibe su pleno valor y significado: los lazos familiares, las otras relaciones, el trabajo, los bienes culturales y económicos y otros… El cristiano se desprende de todo y reencuentra todo en la lógica del Evangelio, la lógica del amor y el servicio.

Para explicar esta exigencia, Jesús usa dos parábolas: la de la torre que se debe construir y la del rey que va a la guerra. Esta segunda parábola dice: ¿Y qué rey, cuando sale en campaña contra otro, no se sienta antes a considerar si con diez mil hombres puede enfrentar al que viene contra él con veinte mil? Por el contrario, mientras el otro rey está todavía lejos, envía una embajada para negociar la paz’. (Lc 14,31-32 ). Aquí Jesús no quiere afrontar el tema de la guerra, es sólo una parábola.

Pero en este momento en que estamos firmemente orando por la paz, esta Palabra del Señor nos toca en lo más vivo, y, esencialmente, nos dice: ¡hay una guerra más profunda que tenemos que luchar, todos! ¡Es la decisión firme y valiente de renunciar al mal y a sus seducciones y de escoger el bien, listos para pagar en persona: he aquí el seguimiento de Cristo, he aquí el tomar la propia cruz! Esta guerra profunda contra el mal… ¿de qué sirve hacer guerras, si tú no eres capaz de hacer esa guerra profunda contra el mal? ¡No sirve a nada! No va… Esto implica – entre otras cosas – decir ‘no’ al odio fratricida y a las mentiras de las que se sirve. Decir ‘no’ a la violencia en todas sus formas Decir ‘no’ a la proliferación de armas y ‘no’ a su comercio ilegal. ¡Pero hay tanto! ¡Pero hay tanto! Y siempre queda la duda: esa guerra de allá, esta otra, porque en todas partes hay guerras ¿es verdaderamente una guerra por problemas o una guerra comercial para vender estas armas en el comercio ilegal? Éstos son los enemigos que hay que combatir unidos y con coherencia, no siguiendo intereses, que no sean los de la paz y el bien común.

Queridos hermanos y hermanas, hoy recordamos también la Natividad de la Virgen María, la fiesta particularmente querida para las Iglesias Orientales. Y todos nosotros podemos enviar un lindo saludo a todos los hermanos, hermanas, obispos, monjes y monjas de la Iglesias Orientales, ortodoxas y católicas: ¡un lindo saludo!… Jesús es el sol, María es la aurora que preanuncia su salida. Anoche velamos encomendando a su intercesión nuestra oración por la paz en el mundo, especialmente en Siria y en todo Oriente Medio. La invocamos ahora como Reina de la Paz. ¡Reina de la Paz ruega por nosotros! ¡Reina de la Paz ruega por nosotros!

Saludando a los numerosos fieles y peregrinos presentes en la Plaza de San Pedro, el Santo Padre recordó a la nueva Beata italiana María Bolognesi, con estas palabras:

«Recuerdo con alegría que ayer, en Rovigo, fue proclamada Beata María Bolognesi, fiel laica de esa tierra, nacida en 1924 y muerta en 1980. Entregó toda su vida al servicio de los demás, especialmente de los pobres y enfermos, soportando grandes sufrimientos, en profunda unión con la pasión de Cristo. ¡Demos gracias a Dios por este testimonio del Evangelio!».

 

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