Los fieles tienen derecho a encontrar en el sacerdote alguien capaz de interiorizar, comprender y defender la voluntad viva de Dios
Vive en Cristo la santidad en el mundo

El sacerdote se encuentra elevado a la santidad fuera del mundo

La santidad del sacerdote deriva directamente de su implicación en el ministerio; aunque no de una forma automática, ya que debe ser un ejercicio consciente de ese ministerio. No es una santidad casualmente embellecida con ocasión del ministerio.
El sacerdote alimenta este secreto de manera visible cuando, en la cima de la plegaria eucarística, se encuentra entre la situación de Cristo víctima y la ofrenda que, como víctima, hace la Iglesia de sí misma. Por eso, no es extraña la identificación con el

«Sacerdos et Hostia».
El sacerdote se encuentra elevado a la santidad fuera del mundo, llegando a las alturas de la misma santidad de Dios y, a la vez, vive en Cristo la santidad en el mundo, el descenso continuo de esta santidad de Dios hacia el hombre. Por este secreto que lo habita, no sustituirá nunca a Dios y no se contentará con la suficiencia de los hábitos disciplinares para dar contenido a la vida cristiana, no confundirá pureza ritual y santidad.
El sacerdote, sirviendo así al Absoluto y unido a su misterio pascual, está en condiciones de hacer frente a la prueba más dolorosa, esto es, la más que posible hostilidad moral del pueblo, de la mentalidad dominante o colectiva, de las resistencias del espíritu mediocre siempre obstinadamente neutral.

Dando únicamente a Cristo
Corresponde al sacerdote dar a los hombres al Redentor en persona. Los aspectos sociales, políticos o económicos se podrán encontrar en varios profesionales. Los fieles tienen derecho a encontrar en el sacerdote alguien capaz de interiorizar, comprender, simpatizar y defender la voluntad viva de Dios que quiere configurar toda la vida del hombre a sus designios.
Esto no se lleva a cabo sin una pasión moral. De alguna manera, mostrar el dolor de Dios que está deseoso de salvar supone, en su ministro, aceptar también el dolor espiritual que es consecuencia de observar todo desde la comunión viva de amor que lo sostiene. Si la Verdad no puede ser silenciada, el ejercicio del ministerio pondrá en crisis la verdad de los hombres.
A través de la imitación de lo que trata en el misterio eucarístico, será icono de la faz amorosa del Buen Pastor y participará de su deseo primordial: que el pueblo se arrepienta, reforme su vida y consiga salir del sufrimiento que supone la herida del pecado.

Pedro Montagut Piquet
 
Director del Instituto de Teología Espiritual de Barcelona

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