María, “un sagrario de la castidad inmaculada y un templo de Dios…”


Se turbó ante la alabanza y se sometió a la obediencia


San Ambrosio (Tréveris, hacia 340 – Milán, 397)


Padre y doctor de la Iglesia Católica. Junto con San Jerónimo de Estridón y San Agustín de Hipona, San Ambrosio de Milán conforma el grupo de Padres de la Iglesia que constituyen la «edad de oro» de la patrística. Fue funcionario del Imperio romano, gobernador de Liguria y Emilia (370) y arzobispo de Milán. Recibió el bautismo, la ordenación y la consagración en el 374 y se dedicó al estudio de la teología y de las humanidades; su obras tienen un marcado carácter pastoral. Creó nuevas formas litúrgicas, promovió el culto a las reliquias en Occidente y convirtió y bautizó a San Agustín. 

San Ambrosio escribió varios tratados sobre la virginidad; de ellos el más destacado es el que dedicó a su hermana Marcelina, consagrada al servicio divino. Para san Ambrosio, el modelo por antonomasia de quienes consagran su virginidad a Cristo es María. En su obra Sobre las vírgenes dice el obispo de Milán “Sírvaos la vida de María de modelo de virginidad, cual imagen que se hubiese trasladado a un lienzo; en ella, como en un espejo, brilla la hermosura de la castidad y la belleza de toda virtud. De aquí podéis tomar ejemplos de vida, ya que en ella, como en un dechado, se muestra con las enseñanzas manifiestas de su santidad qué es lo que habéis de corregir, qué es lo que habéis de reformar, qué es lo que habéis de retener”. El concepto de María como sagrario y templo de Dios lo vemos asimismo en muchos de los textos, siendo éste un aspecto que queda reflejado también en la iconografía de la Inmaculada.

Así en De la formación de la virgen leemos: “¿Qué más pudiste hacer para animarles a la imitación de los ideales virgíneos, para confirmarlas en sus virtudes o para ensalzar la gloria de la virginidad, que el que un Dios naciese de una virgen? En verdad que más nos aprovechó, que nos dañó la culpa, pues gracias a ella encontró nuestra redención un don tan divino. Es más: tu mismo unigénito Hijo, al venir a la tierra para recobrar lo que se había perdido, no pudo hallar modo más puro para que fuese engendrada su carne, que el de reservarse como morada para sí el seno de una virgen celestial, en la que pudiera constituirse juntamente un sagrario de la castidad inmaculada y un templo de Dios”. Tanto este párrafo como el siguiente explican el contenido de las escenas religiosas que traemos a estas páginas como ejemplos iconográficos. “El evangelista la presenta en el encuentro del ángel y como escogida por el Espíritu Santo […] La encontró Gabriel donde solía visitarla. Se turbó María ante la presencia del varón, pero le reconoció como ángel al pronunciar su nombre. Temió por la sombra del varón, no por la majestad del ángel. Pondera, pues, la delicadeza de su vida y el pudor de su mirada. Enmudeció al saludo y respondió a la embajada; se turbó ante la alabanza y se sometió a la obediencia”.