La prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”


«San José es el modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos; san José es la prueba de que para ser buenos y auténticos seguidores de Cristo no se necesitan “grandes cosas”, sino que se requieren solamente las virtudes comunes, humanas, sencillas, pero verdaderas y auténticas» (San Juan Pablo II, “Redemptoris Custos” N° 24)

Debo reconocer que una de las celebraciones litúrgicas que más llena mi corazón de alegría es la fiesta de San José, a quien amó y respeto, lo considero mi santo patrono, ya que mi segundo nombre es precisamente “José”; aunque mi mamá me ha comentado que decidieron llamarme así en honor a un tío de ella, siempre me ha gustado pensar que en realidad es por el señor San José, ya que yo nací en vísperas de la Navidad, fiesta inseparablemente unida al padre terrenal de Jesús. Sí, prácticamente he crecido celebrando mi cumpleaños cada mes de diciembre contemplando a San José en el establo de Belén, junto a Jesús y María, en ese nacimiento (belén) de figuras de barro que desde que tengo uso de memoria mi abuelita colocaba con amor y delicadeza en la sala de la casa, como dando la bienvenida a cualquiera que entrase en nuestro hogar.

Muchos de mis grandes amigos (de gran estimación) también llevan este especial nombre y sé que estarán tan contentos como yo por el contenido de estas cuantas líneas. En fin, para quien escribe esto, es una cuestión de identidad, de corazón y de fe. Pero más que una devoción personal, es una celebración de comunidad y de universalidad para todos los católicos, es tan grande la persona del señor San José, que la Iglesia nos concede la gran alegría de celebrarlo en varias fechas a lo largo del año, por mencionar solo dos de ellas, en sus advocaciones de “Patrono de la Iglesia Universal” el 19 de marzo y la de “San José Obrero”, cada 1° de mayo. Quisiera referirme en esta ocasión a esta última y espero que cada uno de los “Católicos con Acción” se enamoren aún más de este “Obrero de Santidad”.

La fiesta de “San José Obrero”, patrono del trabajo, fue instituida por el Papa Pío XII en el año de 1955, con el propósito de cristianizar el “Día Internacional del Trabajo” o “Día Internacional de los Trabajadores”; en los antiguos textos griegos del Evangelio según San Mateo, se refiere el oficio de San José como «τεχνίτης» o «τεχτων», que traducido al español es “artesano” u “obrero”. Desde antiguo, como lo denotan tan variadas traducciones de los Evangelios, se popularizó en la Iglesia universal atribuir a San José el oficio de carpintero, pero esto, en forma alguna contradice la idea inicial, ya que en tiempos de Jesús, los carpinteros no se dedicaban únicamente a la elaboración de muebles de madera y similares como hoy en día, también eran verdaderos “albañiles”, que se dedicaban a la construcción sobre todo de pequeñas viviendas, por tanto, verdaderos artesanos y obreros.

Pero lo especial de José de Nazareth no fue haber sido carpintero, artesano u obrero en sí, aunque con ello contribuyó a santificar el trabajo y los oficios de tantos hombres y mujeres que así se ganan la vida. Lo especial es que este José del que hablamos, es santo, no solo por haber sido escogido para ser el padre terrenal de Jesús (una gran dicha y una gran misión, sin lugar a dudas), sino también porque con su vida de virtudes trabajo la santidad y su ejemplo sigue edificando nuestra Iglesia a lo largo de los siglos; la Sagrada Escritura lo llama “hombre justo” (Mt. 1, 19) y en el sentido evangélico, la justicia no es más que “hacer la voluntad de Dios”. Construir una vida de santidad no es tarea fácil, pero te puede ayudar el ejemplo de San José, el obrero de Santidad:



1.     No vivas el simple compromiso, sino un amor comprometido:
Hay una gran diferencia en ambos conceptos, el primero es cumplir una obligación porque “ni modo, hay que hacerlo”, lo segundo es hacerlo por amor hacia lo que se ama. San José no buscó cumplir solamente la obligación de desposar a María porque así lo mandaba la ley y la costumbre judía de su época, más bien, aunque respetuoso de dichas normas, amo tanto a nuestra madre María que se comprometió con ella hasta el punto de no querer denunciarla como exigía la ley cuando se enteró que sería madre de Jesús, hasta el punto de unirse a ella y ser con toda propiedad el padre de Jesús. Tampoco trabajo en el taller de Nazareth, porque ni modo “hay que ganarse la vida” como dirían muchos, más bien amó su trabajo y a su familia. Amor comprometido que no exige y entrega todo, la vida, el trabajo, la fama… todo por Jesús y María, en definitiva, amor a Dios.

2.     Abre el corazón a la escucha en la fe: Sí, San José estuvo dispuesto a escuchar la voz de Dios y obedecer su voluntad, sin garantía terrenal alguna. Nos narra el Evangelio que cuando éste supo que María estaba embarazada, no quiso denunciarla públicamente como mandaba la ley (Deuteronomio 22, 20-21) y decidió separarse en secreto (Mt. 1, 19-24), porque sabía que la consecuencia de cumplir la ley era que María fuera apedreada… No obstante, al escuchar las palabras del ángel aparecido en sueños, obedeció y tomó a María como su esposa. Y ante la indicación del ángel de huir a Egipto, tampoco duda y se pone en marcha junto a su familia (Mt. 2, 13-15). José se convierte así, en alguna forma, en el Abraham del Nuevo Testamento, que escucha la voz de Dios y se abandona confiadamente, por la fe, a la voluntad de Dios. Él escucha, no condiciona y actúa según Su voluntad.

3.     Renuncia a ti mismo para glorificar a Dios: Humanamente, esto es difícil, cuesta renunciar, no por vana comodidad, sino por la aceptación de bienes superiores; cuesta la negación del yo propio y la aceptación incondicional de Dios en nuestra vida. En la santidad de Dios esto se llama HUMILDAD. San José pudo haber negado a María y desposado a otra mujer (como muchos hoy en día), pero ante la solicitud de Dios, se niega a sí mismo y acepta a María, a voluntad de Aquel que le llama a un propósito mayor en el matrimonio. Pudo haberse quedado en Belén o regresar a Nazareth en vez de viajar a Egipto y lo que ese traslado implicaba, más aún, cuando ya estaba establecido en Egipto, pudo haberse quedado tranquilamente a vivir allí, pero una vez más José fue obediente a esa voz divina que le llamaba a regresar (Mt. 2, 19-23). En esta renuncia, hay tres actitudes claves con las que José glorificó a Dios: La ACEPTACIÓN, de la voluntad de Dios, el ACTUAR conforme Dios le indicaba y el REGRESAR para que se cumpliera la promesa de salvación dada en Jesús.

4.     Amar y cuidar a Jesús: Así de simple, cuidarlo. Muchas veces nos llamamos cristianos, pero te has preguntado ¿cuidas a Jesús verdaderamente? San José lo protegió y cuidó aún desde antes de que naciera, buscó incansablemente posada para tener un lugar digno en el cual pudiese nacer, va a Egipto para protegerlo y más tarde, cuando Jesús se pierde en el Templo, regresa junto a María en su búsqueda, hasta encontrarlo. Providencialmente este “cuidar a Jesús” tiene una connotación Eucarística que debería emocionar el corazón de todos nosotros; dice San Juan Pablo II “En el sacrificio eucarístico la Iglesia venera ante todo la memoria de la gloriosa siempre Virgen María, pero también la del bienaventurado José, porque «alimentó a aquel que los fieles comerían como pan de vida eterna»”(N° 16, Redemptoris Custos). A Jesús no le falto alimento, gracias a José que lo proveyó al hogar de Nazareth y ¡Ahora Jesús es nuestro alimento! Por eso cualquier cristiano católico debe tener ese mismo cuido y delicadeza con Jesús Eucaristía, amarlo, protegerlo, custodiarlo; no dejar que el cuerpo de Cristo sea profanado ni profanarlo nosotros mismos con nuestro pecado, buscarle incansablemente cuando “se nos ha perdido” y tener lista siempre una morada digna y limpia para que Él pueda nacer y habitar.

5.     No tengas miedo de acoger a María: Cuando aceptas a Dios, lo aceptas completamente, todo el paquete, sin excepciones, de lo contrario, como diría nuestro querido Papa Francisco “la cosa no va”. Y esta aceptación incluye a nuestra Madre María. Cuando dejas a Dios entrar en tu vida y estás dispuesto a cumplir su voluntad, no puedes negarle la entrada a su Madre, no debes. La primera persona en esta tierra que aceptó a María en su casa fue su esposo, San José (Mt. 1, 24); nuevamente, el “amor comprometido”, la aceptación y la entrega de sí mismo hacia la Buena Madre, la humilde esposa. Hoy también Jesús nos dice como el ángel a José “NO TENGAS MIEDO DE RECIBIR A MARÍA” (Mt. 1, 20), recíbela en tu casa, en tu vida, en tu corazón. Recíbela por amor a Jesús, recíbela porque ella ya te recibió a ti. No dudes, acoge a María por tu fe en Jesús. ¡Tanto amaba José a María! ¡Amala tú también!

Podría decirse más, pero acá esta el porqué. Vive esta fiesta de San José Obrero, no solo con mera devoción, ni como una más en el año, sino teniendo al padre de Jesús como modelo de vida para que tu también puedas ser “OBRERO DE SANTIDAD”. Este día, en tu oración, ruega a Dios por intercesión de San José que te permita vivir ese amor comprometido, escucharle en la fe, renuncia a ti mismo y glorifícalo a Él que es bueno y santo, que te conceda la gracia de cuidar a Jesús y de aceptar a María. Que el Señor Jesús nos conceda como a San José ser “ARTESANOS DE LA OBRA DE DIOS Y OBREROS EN LA VIÑA DEL SEÑOR”. “Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía…”


Por último, les comparto un fragmento de la homilía del Papa Francisco durante la misa de inicio de su pontificado el pasado 19 de marzo de 2013, fiesta de San José:

¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el taller donde enseñó el oficio a Jesús. (Papa Francisco)


Ernesto Martínez

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