De alma y de cuerpo se sirve el Espíritu Santo, como un Señor de toda su casa, moviendo a buenas obras a ella y a él.

AUDI FILIA

Ningún cuidado ni trabajo que por la guarda de esta limpieza se ponga, debe parecer a nadie demasiado, si sabe estimar el precio y mérito de ella y su gualardón. Y pues que nuestro Señor os ha dado a entender el valor de esta joya, y os ha dado gracia para que la eligiésedes y prometiésedes, no será menester tanto deciros la excelencia de ella cuanto daros avisos de cómo no la perdáis; enseñándoos algunas causas, más de las ya dichas, por donde algunos la pierden, para que, sabidas, las evitéis, por que no la perdáis, y vos seáis perdida con ella.
Piérdenla unos por tener recias inclinaciones naturales contra ella; y por no ser importunados, ni pasar guerra contra sí mismos, tan cruel y durable, se dan maniatados a sus enemigos con miserable consejo, no entendiendo que el propósito del cristiano ha de ser morir o vencer, con la gracia de Aquel que ayuda a los que por su honra pelean.
Otros hay que, aunque no son muy tentados, tienen una vileza v pequeñez natural de corazón, inclinada a cosas bajas. Y como ésta sea una de las más viles y bajas, y que más a mano se les ofrece, encuentran luego con ella, y danse a ella como a cosa proporcionada con la bajeza y vileza de su corazón, que no se levanta a emprender aún vida de hombres regidos por razón natural; con la cual enseñado uno, dijo que en los deleites carnales no hay cosa digna de magnánimo corazón. Y otro dijo que la vida, según los deleites carnales, es vida de bestias. Porque no sólo la lumbre del cielo, mas aun la de la razón natural, condena a los que en esta vileza se ocupan, como a gente que no vive según hombres, cuya vida ha de ser conforme a razón, mas según bestias, cuya vida es por apetito. Y, si bien se mirase, podrían con mucha justicia quitar a estos tales el nombre de hombres, pues, teniendo figura de hombres, viven vida de bestias, y son verdadera deshonra de hombres.. Y no sería cosa poco monstruosa, ni que diese pequeña admiración a los que la viesen, traer una bestia enfrenado a un hombre, y llevándolo adonde ella quisiese, rigiendo ella a quien la había de regir.
Y hay tantos de éstos, regidos por el freno de apetitos bestiales, bajos y altos, que no sé si, por ser muchos, no hay quien eche de ver en ello. O, lo que más creo, es porque hay pocos que tengan lumbre para mirar qué miserable está una ánima muerta con deleites carnales, debajo de un cuerpo especialmente hermoso y de fresca edad. ¡Oh, a cuántas ánimas de éstos y de otros tiene abrasados este fuego infernal, y ni hay quien eche lágrimas de compasión sobre ellos, ni quien diga de corazón: A ti, Señor, daré voces, porque el fuego ha comido las cosas hermosas del desierto! (Jl 1,19). Que, cierto, si hobiese viudas en Naím, que amargamente llorasen a sus hijos muertos, usaría Cristo de su misericordia para los resuscitar en el ánima, como lo usó con el hijo de la otra en el cuerpo, de quien el Evangelio hace mención (cf. Lc 7,11-15). No debe dormirse el que en la Iglesia tiene oficio de orar e interceder por el pueblo con afecto de madre, por que no castigue Dios al orador y su pueblo, diciendo: Busqué entre ellos varón que se pusiese por muro y se pusiese contra mí, por que no destruyese la tierra, y no lo hallé: y derramé sobre ellos mi enojo; en el fuego de mi ira los consumí (Ez 22,30-31).
Guardaos, pues, vos de tener corazón tan pequeño y envilecido que os parezcan bien y os contenten estas vilezas. Y acordaos de lo que san Bernardo dice, que, si bien consideráredes el cuerpo y lo que sale de él, es un muladar muy más vil que cualquiera que hayáis visto. Desprecialdo de corazón con todos sus deleites, atavíos y flor, y haced cuenta que ya está en la sepultura, convertido en una poca de tierra. Y cuando algún hombre o mujer viéredes, no miréis mucho su faz ni su cuerpo; y, si lo miráredes, sea para haber asco de él; mas enderezad vuestros ojos interiores al ánima que está encerrada y escondida en el cuerpo, en las cuales no hay diferencia de hombre a mujer; y aquella ánima engrandeced, como cosa criada de Dios, cuyo valor de una sola es mayor que de todos los cuerpos criados y por criar.
Y así, despedida de la bajeza de los cuerpos, buscad grandes bienes y emprended nobles empresas, y no menores que aposentar a Dios en vuestro cuerpo y vuestra ánima, con entrañable limpieza de corazón. Miraos con estos ojos, pues dice san Pablo: ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1Cor 3,16). Y en otra parte dice: ¿No sabéis que vuestros miembros son templos del Espíritu Santo, que en vosotros está, el cual Dios os lo ha dado, y que no sois vuestros? Y pues sois comprados por precio grande, honrad a Dios en vuestro cuerpo (1 Cor 6,19-20). Considerad, pues, que, cuando recebisteis el santo baptismo, fuistes hecha templo de Dios, y consagrada vuestra ánima a él por su gracia, y vuestro cuerpo, por ser tocado con el agua santa; y de ánima y de cuerpo se sirve el Espíritu Santo, como un señor de toda su casa, moviendo a buenas obras a ella y a él. Y por eso se dice que también nuestros miembros son templo del Espíritu Santo. Grande honra nos da Dios en querer morar en nosotros, y honrarnos con verdad y nombre de templo; y grande obligación nos echa para que seamos limpíos, pues a la casa de Dios conviene limpieza (cf. Sal 93,5). Y si mirásedes que fuistes comprada, como dice san Pablo, con precio grande, que es con la vida de Dios humanado que por vos se dio, veréis cuánta razón es honrar a Dios y traerlo en vuestro cuerpo, sirviéndole con él, y no haciendo cosa en él que sea para deshonra de Dios y daño vuestro. Porque verdadera y justa sentencia es que quien ensuciare el templo de Dios lo ha de destruir Dios (1 Cor 3,16); y que no ha de haber en su templo sino cosa de su honra y de su alabanza. Y acordaos de lo que dijo san Augustín: «Después que entendí que me había Dios redimido y comprado con su sangre preciosa, nunca más me quise vender» [20]. Y añadid vos: Cuánto más por vilezas de carne.
Obra habéis comenzado de gran corazón, pues queréis tener en la carne corruptible incorrupción; y tener por vía de virtud lo que los ángeles tienen por naturaleza; y pretender particular corona en el cielo y ser compañera de las vírgines, que cantan el nuevo cantar, y acompañan al Cordero doquiera que va (Ap 14,4). Mirad vuestro título, que de presente tenéis, que es ser esposa de Cristo, y el bien que esperáis en el cielo, cuando vuestro esposo os ponga en su tálamo allá, y amaréis tanto la limpieza de la virginidad que de buena gana perdáis la vida por ella, como lo hicieron muchas vírgines santas, que, por no dejarlo de ser, pasaron martirio, y con grandeza de corazón; la cual procuró de tener, porque es muy necesaria para conservar el grande estado en que Dios os ha puesto.

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