Pero referente a las calamidades que han de suceder al fin del mundo, no podemos pensar en una  fuga, pues ellas serán universales e inevitables.

Enseñanzas que debemos sacar: estar atentos; vigilar en todo momento. El uno es tomado y el otro dejado (Mat., XXIV, 37-51; Marc., XIII, 33-37; Luc., XVII, 24) por BOSSUET 

Varias clases de enseñanzas, particularmente provechosas. En la ruina de Jerusalén, los cristianos debían salvarse por la fuga: «entonces, los que están en la Judea, huyan a las montañas» (Mat., XXIV 16) y esto es lo que hicieron los cristianos que, efectivamente, huyeron a las montañas y a la ciudad de Pella, como refieren las historias; y por esto fue que ellos no sufrieron el cerco de Jerusalén, ni tampoco el sitio de Tito.

Pero referente a las calamidades que han de suceder al fin del mundo, no podemos pensar en la fuga, pues ellas serán universales e inevitables, sino en prepararnos a ellas; y esta preparación es lo que se explica en lo que resta del mismo capítulo.

Esta preparación consiste, en primer lugar, en la vigilancia, en estar atentos y siempre dispuestos, acompañando con la oración esta atención y diligencia: «estad alerta, velad, porque no sabéis cuándo será el tiempo. Como el hombre que parte de viaje… al portero le encargó que velase. Velad, pues, vosotros, porque no sabéis cuándo vendrá el amo de la casa, si por la tarde, si a medianoche, o al canto del gallo, o a la madrugada; no sea que, viniendo de repente, os encuentre dormidos (Marc., XIII, 33-35); velad, pues, en todo tiempo y orad, para que podáis evitar todo esto, que ha de venir», o sea, el rigor del último juicio, y «comparecer ante el Hijo del Hombre» (Luc., XXI, 36).

En segundo lugar, no basta hacer oración, sino que es necesario hacerla siempre. Debemos, además, ponderar el efecto de este terrible juicio, donde «de dos que estarán en el campo, uno será tomado y otro será dejado» (Mat., XXIV, 40). Pero ¿dónde irán? «Donde estará el cuerpo, allí se reunirán los buitres.» ¿Quién no temerá al considerar tan rápida y terrible separación? El uno será tomado para Jesucristo, y el otro será dejado en medio de los males, de los cuales no saldrá ya nunca más sino para entrar en otros mayores.

En tercer lugar, no es preciso no volver atrás y ni siquiera mirar atrás: «Acordaos de la mujer de Lot» (Luc., XVH, 31), que, por haber solamente mirado atrás, hacia Sodoma, fue castigada tan rápida y rigurosamente. No basta evitar las malas compañías, ni huir del mundo que hemos dejado; es preciso que ni siquiera volvamos la vista atrás.

En cuarto lugar, es preciso que consideremos que hemos de hacer todas las cosas con actividad y diligencia extraordinarias; o sea, que hemos de salvarnos, cueste lo que cueste; dejar que perezcan las cosas de este mundo, antes que poner en peligro nuestra salvación: «aquel día, el que esté en el terrado y tenga en casa sus enseres, no baje a cogerlos» (Luc., XVII, 31); hay que conformarse con salvar lo que está arriba de la casa; es preciso llevarse y salvar de la corrupción todo lo que se pueda; no es posible decir: yo dejaré esto, pero mañana volveré a apetecerlo; mañana yo empezaré a corregir mis vicios; yo me conformaré, por hoy, a moderarme en esto. No dejéis cosa alguna para volver a apetecerla nuevamente, ni dejéis cosa alguna por hacer otra vez; pues el tiempo os ha de faltar y vuestra esperanza será vana.

En quinto lugar, es necesario apartarse de todo lo que sujeta el espíritu, de todo lo que oprime el corazón; y no solamente estar «atentos a que no se emboten los corazones, por la crápula y la embriaguez, con la que la razón queda absorbida, sino, también, hay que apartarse de las «preocupaciones de la vida para que de repente no venga sobre nosotros aquel día como un lazo» (Luc., XXI, 34). Y, referente a las preocupaciones de la vida, debemos reflexionar estas palabras «como sucedió en los días de Noé así, será en los días del Hijo del Hombre. Comían y bebían, tomaban mujer los hombres, y las mujeres marido, hasta el día en que Noé entró en el arca y vino el diluvio y los hizo perecer a todos. Lo mismo en los días de Lot: comían y bebían, compraban y vendían, plantaban y edificaban, pero en cuanto Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, que los hizo perecer a todos» (Luc., XVII, 26-29), pero no dice: ellos cometían homicidio, ellos adulteraban, sino que habla de las ocupaciones más ordinarias, de las acciones más inocentes de la vida presente, pero que los ocupaban, los embargaban y ataban completamente; las mismas que nos encantan a nosotros, nos atan y nos engañan y nos llevan de una preocupación a otra y de un negocio a otro. No es, pues, suficiente evitar las acciones criminales; sino que es preciso, también, estar en guardia, para que no seamos esclavizados por las otras indiferentes, en este espíritu de prisa y de preocupación, que nos absorbe y no nos dejan pensar en nosotros mismos.

En sexto lugar, no podemos ponderar suficientemente el gravísimo mal que nos amenaza. Éste no será como el diluvio, en tiempos de Noé, o como el fuego bajado del cielo, en tiempos de Lot; «sino como un lazo», en el que seremos cogidos, sin pensarlo, como lo son los pajaritos que sirven después para satisfacer la gula de los que los devoran. Los servidores negligentes, que se preocupan únicamente de pasar su vida entre placeres, se encontrarán repentinamente separados de Dios, de su gracia y de todo el bien; «y serán puestos con los hipócritas, donde habrá llanto y rechinar de dientes» por toda la eternidad. Terribles palabras (Mat., XXIV, 51): «separados, los echará con los hipócritas, allí habrá llanto y crujir de dientes» ¡y dolores hasta la desesperación! ¿Qué cosa podrá ya impresionarnos si pensando en estas cosas ya no nos impresionamos? ¡Ah, que se aparten de nosotros toda clase de pensamientos extraños a estas verdades, que han de vivir, ellas solas en nuestros corazones!

(Meditaciones sobre el Evangelio, Salvá Barcelona 1955, Pág 178 y ss.)

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