¿Porque me has visto, Tomás, has creído?


Pero el pecado de incredulidad era, en cierto modo,común a todos, y sabemos que la mente de los demás discípulos no estuvo libre de dudas, bien que aseguraran a Tomás: Hemos visto al Señor.


SAN JUAN 20,19-31

San Cirilo de Alejandría

Tomás, reacio en un primer momento a creer, fue pronto en la confesión, y en un instante, fue curado de su incredulidad. En efecto, habían transcurrido tan sólo ocho días, y Cristo removió los obstáculos de la incredulidad al mostrarle las cicatrices de los clavos y su costado abierto.

Después de haber entrado milagrosamente a través de las puertas cerradas —milagrosamente ya que todo cuerpo terreno y extenso busca una entrada adecuada al mismo, y para entrar requiere un espacio en proporción a su magnitud—, nuestro Señor Jesucristo con toda espontaneidad descubrió su costado a Tomás y le mostró las heridas impresas en su carne, confirmando —a propósito de Tomás—la fe de todos los creyentes.

Sólo de Tomás se dice que afirmó: Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el agujero de los clavos y no meto la mano en su costado, no lo creo. Pero el pecado de incredulidad era, en cierto modo,común a todos, y sabemos que la mente de los demás discípulos no estuvo libre de dudas, bien que aseguraran a Tomás: Hemos visto al Señor.

Y como no acababan de creer por la alegría, y seguían atónitos, Cristo les dijo: ¿Tenéis ahí algo que comer? Ellos le ofrecieron un trozo de pez asado y un poco de miel. Él lo tomó y comió delante de ellos. ¿Ves cómo la duda de la incredulidad no hizo únicamente presa en santo Tomás, sino que este virus atacó asimismo el ánimo de los restantes discípulos?

Así pues, la admiración hacía a los discípulos más tardos en la fe. Pero en realidad, para quien observa y ve no existe excusa alguna de incredulidad; por eso, santo Tomás hizo una correcta confesión cuando dijo: ¡Señor mío y Dios mío!

Jesús le dijo: ¿Porque me has visto, Tomás, has creído? Dichosos los que crean sin haber visto. Esta expresión del Salvador está llena de una singular providencia y puede sernos a nosotros de suma utilidad. En efecto, también en esta ocasión Cristo ha tenido en cuenta el bien de nuestras almas, porque es bueno y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, según está escrito. Todo lo cual es digno de admiración.

Era, pues, necesario tolerar con paciencia las reservas de Tomás y a los demás discípulos que le creían un espíritu o un fantasma, y, para ofrecer al universo mundo la credibilidad de la fe, mostrar las señales de los clavos y la herida del costado, así como tomar alimento fuera de lo acostumbrado y sin necesidad alguna, a fin de eliminar absolutamente todo motivo de incredulidad en aquellos que buscaban estas pruebas para su propia utilidad.

Pero el que acepta lo que no ve y cree ser verdad lo que el doctor le comunica, éste demuestra una adhesión ferviente al predicador. Por eso se declara dichoso a todo aquel que accede a la fe mediante la predicación de los apóstoles que, al decir de Lucas, fueron testigos oculares de las obras y ministros de la palabra. A ellos debemos nosotros obedecer si es que aspiramos a la vida eterna y estimamos en lo que realmente vale habitar en las moradas eternas.

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