“La niña que prefirió morir virgen antes que ser violada…”

 


El agresor, enfurecido por el valiente rechazo, la acuchilló repetidas veces.


 

Un suceso que causó profunda turbación en las Navidades de 1952. De 12 años de edad, Josefina Vilaseca trabajaba para ayudar a su numerosa familia. Un mozo de labranza, compañero suyo en la masía, intentó violarla. Rechazó valerosa el ataque recibiendo varias cuchilladas.

Expiró tras 21 jornadas de dolorosa agonía mientras exclamaba: «¡Qué Dios te perdone, cómo yo te perdono!». Su imagen yacente ocupaba toda la portada de El Caso. Debajo, el título España entera, conmovida ante Josefina Vilaseca. Una noticia que impactó grandemente hasta en el último rincón de nuestra geografía.

Miles de personas acudieron a su entierro. Su ejemplar actitud fue glosada en todas partes. Su tumba se convirtió en lugar de peregrinaje.

Josefina había nacido en Horta d’Avinyó, en el Bages (Barcelona), en el seno de una familia humilde dedicada a las faenas del campo. La mala suerte se cebó cuando se murieron sus animales de labranza. Tuvieron que ponerse todos a trabajar fuera de casa.

Eran siete hermanos, dos más pequeños que ella. Los padres la enviaron a Manresa, al convento de las Madres Carmelitas, donde se encargaba de cuidar a niños pequeños cuyas madres estaban ocupadas todo el día y no podían atenderlos. A cambio recibía comida y un pequeño salario.

Era una niña rubia encantadora, dulce y bondadosa. Llamaba la atención de cuantos la conocían. Por eso no extrañó que la dueña de una finca próxima, Dolores Guardiola, le propusiera que fuese a vivir con ella. De mediana edad, estaba sola y necesitaba compañía y ayuda. Tras consultarlo con sus padres y con las monjas, Josefina accedió a ello.

En su nueva residencia, conocida como La Salabernada, a cinco kilómetros del pueblecito de Artés, pronto se ganó el aprecio de todos por su simpatía y laboriosidad. Llevaba un mes en su nuevo destino cuando la dueña tuvo que acudir a la ciudad, para hacer unos encargos, y se quedó sola en la casa junto con un trabajador.

José Garriga Junyent era un mocetón de 24 años que hacía labores de vaquero. Desde que conoció a la chiquilla se despertó en él una atracción irrefrenable. Al fin sucumbió a las bajas pasiones de la peor de las maneras. Aprovechó la ausencia de todo el personal para intentar violarla.

Pero no esperaba la sólida resistencia de la víctima, que se defendió con uñas y dientes. El agresor, enfurecido por el valiente rechazo, la acuchilló repetidas veces. Pese a ello el frágil cuerpo no cedía, por lo que le metió dos tajos en el cuello. Muy aparatosos por la sangre que empezó a manar.

Creyéndola muerta, el asaltante abandonó la casa. Mientras, Josefina se arrastraba, desangrándose, tratando de salir de allí. Poco después llegaba la propietaria.

–¿Quién ha sido? ¿Un forastero?

La niña, conmocionada, no podía hablar. Negó con la cabeza.

–¿Ha sido José?

Asintió. La dueña buscó rápido un pañuelo para contenerle la hemorragia del cuello. Después salió fuera pidiendo ayuda a gritos. De inmediato acudieron peones y vecinos.

Al ver a José, se le encaró.

–¿Qué has hecho?
–Nada.
–¡Has herido a Josefina! ¡La has acuchillado!
–He tenido un mal momento –fue toda su respuesta.

No intentó huir. Se quedó mirando como si la cosa no fuera con él.

La dueña pidió a los allí presentes que cuidaran a la chica mientras ella iba a buscar un taxi. También que avisaran a la Benemérita. Había que trasladar urgentemente a la pequeña al centro de socorro más próximo. El agresor fue uno de los que ayudó a trasladar en una camilla el cuerpo exánime hasta la ambulancia. Cuando el vehículo partió veloz, se le oyó decir:

–Bueno, voy a ver cómo andan las vacas.

Al poco se presentaba una pareja de la Guardia Civil.

–Tú te vienes con nosotros –le ordenó uno de los agentes mientras lo esposaba.

–¿Yo? Pero si no se ha muerto

Durante tres semanas Josefina luchó por su vida, desde la cama de un hospital, con la misma decisión con la que se había enfrentado a su agresor. Cuando le preguntaban por éste, firme en su fe respondía con palabras de Santa María Goretti.

–Le perdono.

Pese a su corta edad era presidenta de las aspirantes de Acción Católica en su pueblo. Mosén Genis, vicario de la Seo, quiso conocer a la niña.

–¿Verdad que la comunión de mañana la ofrecerás por la conversión de ese chico? –le preguntó sentado junto a su cama.

–¡Sí, sí!

–¿Verdad que le perdonas? –insistió el sacerdote.

–¡Y pido a la Virgen por él! –contestó con expresión angelical.

Testimonios que recogía de primera mano Enrique Rubio, delegado de El Caso en Cataluña. Hacía poco más de medio año que el semanario había salido a la calle. Los lectores aguardaban expectantes la información del suceso. Constituyó uno de sus primeros éxitos de ventas.

–¿Cómo te encuentras, guapa?
–Muy bien –contestó con su delicada sonrisa al periodista cuando acudió a verla.
–Tienes que olvidarlo todo, ¿sabes?
–Sí, señor. Yo sólo me acuerdo de que me quedé dormida. No sentía dolor alguno…

Entonces intervino la madre superiora.

–Los médicos están asombrados; esta criatura ha sido operada sin anestesia y cosidas las heridas sin que se quejara lo más mínimo.

Garriga ingresó en la prisión de Manresa, donde no se mostraba muy afectado. Enrique Rubio acudió a visitarle. Le habían comentado que «era un desvergonzado cuando hablaba», aunque nadie pensaba que podía llegar a matar. Observó con detenimiento al recluso: muy alto, rubio, de aspecto normal. Éste se mostraba sorprendido porque nadie acudía a verle.

Salieron al patio de la cárcel. El periodista, para provocar un diálogo más abierto, le ofreció tabaco y le habló de alguna generalidad. Al final, el recluso hizo la pregunta esperada:

–¿Ha muerto?
–No. No ha muerto… todavía.
–Entonces, ¿por qué estoy yo aquí? ¿Por qué me tienen en prisión?

Consideraba injusto su encarcelamiento. Confiaba en recobrar la libertad en breve. Pero cualquier esperanza se le esfumó pronto.
l día 25 de diciembre de 1952 Josefina daba su último aliento. «Día de la Natividad del Señor, intervino la justicia divina. Una escolta de ángeles vino a llevarse el alma de la niña mártir, que había dado la vida por defender su pureza», glosaba El Caso. Aunque los médicos de la clínica Sant Josep le habían realizado un par de intervenciones quirúrgicas, no pudieron salvarle la vida.

La noticia produjo honda conmoción social, incrementada por la fecha en la que tuvo lugar. Numerosos vecinos se agolparon para dar su último adiós a la niña yacente en su ataúd. El Ayuntamiento autorizó a todo el comercio para que pudiera cerrar a fin de asistir al sepelio dado que había recibido muchas solicitudes al respecto. El funeral fue presidido por el obispo auxiliar de Vich y por el vicario general de la diócesis.
La población soltó sentidas lágrimas al paso del cortejo fúnebre por las calles de Manresa y después por Horta d’Avinyó, destino último de la comitiva. Niñas de Acción Católica, vestidas de primera comunión, daban escolta al féretro.

Recibió sepultura en el pequeño cementerio de su localidad natal en medio de un silenció y emoción impresionantes. La gente abarrotaba el camposanto, donde se encontraban representaciones llegadas ex profeso de Barcelona y Madrid para expresar su condolencia e indignación por tan brutal crimen.
Tras la última paletada de los enterradores, el ambiente quedó impregnado de una sensación de que algo distinto había ocurrido, de que era una virgen que seguía presente en todos ellos. De inmediato empezaron a acudir a su tumba miles de fieles enfervorizados solicitando su intercesión milagrosa. Se convirtió en un centro de peregrinación. Las gracias comenzaban a contarse por decenas, según afirmaba gente devota que le había pedido ayuda. Aquello, conforme transcurrían las semanas, iba in crescendo.
La Iglesia la puso como ejemplo de castidad: «Antes morir que pecar». Se despertó una gran corriente de fervor popular que solicitó el inicio del proceso de beatificación de la que empezaron a denominar la María Goretti española.

Una virgen y mártir italiana, que vivió una infancia parecida y que a la misma edad también murió apuñalada por defender su castidad. Justo medio siglo antes. Un joven de 18 años intentó violarla. Ante la resistencia de la niña la agarró por el cuello y, al oír que decía que prefería morir antes que ofender a Dios, la apuñaló brutalmente y huyó. Transportada a un hospital, invocó a la Virgen y perdonó al asesino, falleciendo un día después.

Pío XII elevó a María Goretti a la categoría de beata en 1947 y tres años después la canonizó. En la ceremonia del Vaticano estuvieron presentes sus familiares y también el asesino, que había mostrado en presidio su arrepentimiento y no paró de llorar durante todo el acto religioso. Una vez recuperada la libertad pasó a trabajar en un convento.

El proceso canónico sobre su martirio duró del 3 de marzo de 1953 al 17 de octubre de 1956. pero en 1970 la causa de beatificación fue detenida. Reanudado en la década del 2000, con un proceso complementario que duró del 14 de noviembre de 2005 al 16 de febrero de 2007. Los restos mortales de la Sierva de Dios descansan actualmente en la nave derecha de la iglesia parroquial de Horta de Avinyó, dedicada a la Virgen de la suposición.

 

Fuente: Salvador Iñiguez